Pequeño e invisible

29 Ago 2019 lectura de 4 minutos
Pequeño e invisible

Juan empieza el día temprano, apenas amanece el sol en verano y de noche en invierno. Apenas con tiempo de arreglarse, en pleno invierno, toma rápidamente su café y desde el parking emprende la ruta al trabajo. Media hora después entra en la fábrica donde recibe las instrucciones del día y asume los primeros objetivos.

Durante la jornada apenas tiene tiempo para desayunar y comer. Tampoco intercambia demasiadas palabras con sus compañeros. Hay que acabar pronto las tareas y no entretenerse. El estrés se acumula hasta que regresa a casa, cansado y pensando en la tarea del hogar del día y llevar a los niños a sus actividades, ya tarde.

Y así la cena y un pequeño intercambio con la pareja pues al día siguiente se va a repetir de nuevo todo. Juan apenas es consciente de la misión de su vida pues mantiene su atención difusa y cansada sobre esa repetición y otras. Algo se remueve en su interior a lo largo del tiempo, insatisfecho.

Sería cómodo y gratuito, banal, hablarle de un cambio radical y completo en su vida. Quizás llegue más adelante esa posibilidad u otros medios. Sería lo deseable.

Entonces ¿qué resulta práctico? ¿Inmediato?

Cuando en la actividad terapéutica encuentro este síndrome de alienación, la pérdida del sentido final de lo que estás haciendo en medio del torrente de obligaciones, no pretendo de buenas a primeras abarcar el cambio, como ya he comentado. Me planteo más bien mover la atención hacia lo pequeño e invisible. Claro, en paralelo a otras estrategias y autoconocimiento que desembocan en otra conciencia. Centrado hoy en eso que nos pasa desapercibido, logro una leve conciencia y atención sobre aquello que no percibimos y puede resultar maravilloso y conmovedor.

Amigo Juan, ¿has percibido el regalo y oportunidad que significa el poder levantarse por la mañana, respirar, ver y percibir el nuevo día? Sé que va a ser repetitivo y cansado. Pero eso ya lo sabes, así como de fondo.

Por un instante respira hondo en tu primera hora, en tu café y date cuenta de la nueva oportunidad y la maravilla de la vida, la gloria de la acción.

Se que regresas a tu rutina, y que llegas a tu fábrica. Pero, igual que antes, eso ya lo sabes. Ese lugar te ofrece una experiencia productiva. Pon tus ojos por un momento en lo que ocurre. Hay habilidades en marcha frente a ti que forman parte de un desarrollo. Percibe eso. Solo por un momento.

De igual modo al transporte que ha facilitado el acceso a tu lugar de trabajo.

Y poder ser útil y amar a tus hijos, que, aunque cansado, has podido acompañar. Eso va a ser recordado como un acto de amor. Descansa un poco antes de esa cena y observa con cariño y atención la escena. Ellos van a sucederte y llevan parte de ti y tus ancestros en su dotación genética, en los gestos y costumbres. Hazlo solo por un momento.

Solo por un momento en cada ocasión percibe y sobre todo agradece la experiencia de lo que hasta hoy fue pequeño e invisible, dominado por la rutina que somete tu atención y te anula.

Empieza por lo más sencillo, pues hasta lo más humilde hay que hacer y no debe soslayarse. Va a ofrecerte la compañía de lo desapercibido pero hermoso y mejorará tu día a día. Algo parecido a un brillo se esconde en cada pequeñez.

Si ahora no puedes ver el árbol que se yergue hermoso en el bosque, mira la más humilde de las hierbas que también al bosque viste. Y así puedes empezar el camino que rompe la distracción y anulación de tu vida.