Patrones emocionales y el lenguales propioceptivo del cuerpo
Voy a tratar en este artículo de describir más profundamente el patrón corporal que se asocia con cada estado emocional, así como una serie de expresiones verbales que, si bien todos usamos, quizás lo hacemos sin pensar en que su origen es totalmente propioceptivo (que proviene de la consciencia de lo propio) y que vienen a expresar el movimiento o posición asociada a cada estado emocional.
El miedo es un movimiento, y digo movimiento, o emoción (del latín emovere-mover) hacia atrás y dentro, que se caracteriza, por lo tanto, por una concentración de la sangre en la zona visceral y zonas profundas, de forma que la periferia (piel y musculatura) se queda pálida y fría. La respiración se bloquea por completo o se hace rápida y corta y la musculatura estática se contrae en forma de espasmo generalizado. Si el daño es inminente, nos retiramos además en cifosis, enrollando los hombros y agachando la cabeza, para proteger la zona más sensible y vulnerable de nuestro cuerpo, el vientre, de forma que ofrecemos zonas más duras y menos vitales para recibir el ataque. Hay que recordar que el ser humano es el único mamífero que camina exponiendo su vientre, todos los demás lo llevan orientado hacia el suelo.
Expresiones como “me has dejado de una pieza”, “helado del susto”, “de piedra”, “los cojones de corbata” (en alusión al bloqueo respiratorio) y “el rabo entre las piernas” (por la cifosis lumbar), hablan de estas sensaciones.
La rabia, el movimiento o emoción contrario, tiene, por lo tanto, que seguir un patrón opuesto de agresión o movimiento hacia delante y fuera (agredere – ir hacia) y esto sería una respiración rápida y más profunda, para producir más energía que sirva a este movimiento, un aumento de tono de la musculatura dinámica para preparar el ataque, así como un gesto de retropulsión de los hombros, con aumento de la lordosis lumbar y rectificación de la cifosis dorsal, de forma que el tórax se adelanta. Al mismo tiempo, se da un enrojecimiento de la piel, por la migración de la sangre a la periferia (piel y músculos), con la finalidad de dar toda la energía a estos últimos para la acción y un aumento de la temperatura por todo esto. Apretamos, además, puños y dientes para contener la presión o para aumentarla y hacer así un movimiento más fuerte (cuanta más presión coge un globo, más fuerte es su explosión).
Esto se refleja en expresiones como “no me calientes”, “rojo de ira”, “está quemado” (quien se calienta demasiado se quema) o “eres un gallito” (por el gesto agresivo de adelantar el tórax).
Vemos así, que lo que caracteriza al binomio miedo- rabia es un movimiento hacia atrás dentro o delante fuera, retirada – ataque, implosión – explosión.
De esta forma el temblor asociado al miedo sería el estado de frontera o duda entre éste y el contrario (ataco o me retiro, ataco o me retiro...).
La alegría es un movimiento hacia arriba y fuera. La característica básica es la erección del raquis y retropulsión de las cinturas escapulares, aumentando el volumen de la caja torácica, de forma que la respiración se profundiza. Es como si, desde dentro, esa alegría nos hinchara de forma que nos enderezamos. También se da una elevación de los rasgos faciales en general. Así mismo, al igual que en la rabia, aunque en menor medida, hay una migración de la sangre a la periferia.
Utilizamos de esta forma expresiones como “¡qué subidón!”, “dar saltos de alegría” o “explosión de júbilo” (los cohetes son la metáfora de la alegría con su ascenso y su explosión en lo más alto).
La tristeza es una emoción o movimiento hacia abajo y dentro, que se caracteriza por el hundimiento generalizado del cuerpo. La columna se enrolla en cifosis, los brazos cuelgan sin fuerza de unos hombros adelantados, las piernas flaquean y todos los rasgos faciales caen. Por otra parte, la respiración se hace corta y débil y la circulación se retira ligeramente de la superficie, aunque no tanto como en el miedo. Es, en este caso, como si hubiéramos perdido un apoyo interno, sin el cual nos deshinchamos y caemos.
Multitud de expresiones dan fe de estas sensaciones corporales, como pueden ser “estar hundido”, “caerse el alma al suelo”, “bajonazo” o “levantar el ánimo”.Éste constituye el otro binomio emocional, alegría – tristeza, que se mueve entre el abajo dentro y arriba fuera, ascensión- caída.
Esquema de los diferentes patrones emocionales
Realizada esta exposición, quiero de nuevo apoyarme en el hecho de que estos patrones emocionales tienen indudablemente un reflejo somático, moviendo o llevando la postura corporal a un desequilibrio concreto y recordar, además, que cada persona tiene un patrón somato-psico-emocional concreto, en el que se mueve de forma más habitual y que determina la manera más o menos alterada o desviada en la que utiliza su cuerpo.
Si partimos ahora del hecho de que toda desviación de la correcta y perfecta mecánica corporal va a generar un mayor desgaste mecánico en todo tipo de tejidos y articulaciones, las distintas alteraciones de la estática van a ser el caldo de cultivo para todo tipo de patologías, como artrosis, tendinitis, contracturas, lesiones osteopáticas etc...
Desde la Diafreoterapia tratamos sea cual sea la patología o dolencia por la cual un paciente acuda a nosotros, de alejar nuestra mirada de ese punto para tener una visión global del patrón Fisio-psico-emocional que presenta.
Podremos así ver (y estoy seguro de que muchos lo hacéis todos los días), cómo en todos los casos la demanda física de la persona está completamente teñida por una forma emocional concreta de vivir su dolencia y de trasladárnosla.
Así, podemos ver ante una misma patología, personas que nos traen su angustia, su terror, su hartazgo, frustración, impotencia, desesperación, derrotismo, tristeza y hundimiento o confianza calma y fe, personas que nos otorgan el “poder” de curarles o la responsabilidad de lo mismo que se tornaran en culpabilización si no lo hacemos, personas que nos dicen sin palabras que solo quieren cambiar una cosa en su vida, su dolor. Personas que han encontrado en su patología la excusa perfecta para llorarle a la vecina de arriba, para chantajear y controlar a su marido, para escapar de la presión de la vida, el jefe o el trabajo, o para que el mundo les cuide, personas todas ellas que saben en lo más profundo de sí que si se curan, si “pierden su enfermedad” no les quedará más remedio que mirar a la cara lo que son, lo que sienten y lo que viven.
Y esto es lo que tratamos de hacer en diafreoterapia poner a la persona por medio de su cuerpo en contacto con la realidad, su realidad, para que de esta forma pueda hacerse responsable de sí mismo para que así pueda avanzar y dejar atrás el atasco vital en que estaba metido, es decir, su dolor.
Si aceptamos todo lo expuesto anteriormente, no podemos, como fisioterapeutas, obviar que, cuando tratamos a una persona por un problema, por ejemplo de la zona dorsal, no estamos tratando sólo “una espalda”, sino que tendremos en nuestra camilla a todo el ser humano y podremos atender más o menos esas “otras áreas” (en las que muchas veces el paciente demanda ayuda a gritos), según nuestros conocimientos metódicos, nuestro conocimiento de nosotros mismos o nuestra capacidad de empatizar con el otro, así como el marco en que trabajemos o el deseo que tengamos de ayudar a nuestros pacientes a ese nivel. Pero lo que no podemos hacer nunca, sin convertirnos en mecánicos ciegos (para empezar ante nosotros mismos), es olvidarnos de que en el sufrimiento de esa espalda hay un sufrimiento humano.