El cielo de los terapeutas
Antiguamente, la medicina y la espiritualidad estaban íntimamente ligadas, tanto como la astronomía y la astrología, o la filosofía y la religión. El mejor médico bien podía ser también un maestro de meditación, y viceversa. Con el correr de los siglos, la ciencia y la razón se encargaron de separar estas disciplinas; hablar de estados de disolución del ego, unión con el cosmos o armonía con la naturaleza se convirtieron en ámbito de la magia y el esoterismo.
Sin embargo, los estados extáticos nunca fueron de dominio exclusivo de meditadores reclusos en cuevas o chamanes de barbas largas. Muchos deportistas, corredores por ejemplo, describen un estado especial de conciencia al que definen como “el cielo de los corredores”. Llevando este tema al espectro de las terapias manuales, ¿Podremos hablar también de un “cielo de los terapeutas”?
Uno de los casos que quisiera abordar para ejemplificar esta idea de “cielo” es el de los derviches y su danza giratoria. Los derviches nacieron en el seno del sufismo, la rama mística del islam. Su danza posee un profundo significado esotérico, su objetivo podría definirse como el de “impulsar el anhelo por unir al hombre con la divinidad, donde el bailarín se convierte en un canal entre el cielo y la tierra, lo infinito y lo finito, fusionándose con el Universo, a través de aquello que aun en movimiento permanece en calma”.
Lo verdaderamente relevante de esta práctica radica en el estado de éxtasis al que parecen sumergirse los danzantes, donde aun cuando sus cuerpos permanecen girando sobre sí mismos durante largos períodos de tiempo, no manifiestan signos de mareo o cansancio alguno. Como si sus mentes se disolvieran en el éter y sus cuerpos fueran vehículos de un lenguaje sagrado y secreto.
Otra cuestión que me llama poderosamente la atención respecto de este tema es el de los deportistas. Hace tiempo ya que he escuchado hablar acerca de “el cielo de los corredores” o “el cielo de los ciclistas”. Constituye pues un estado de conciencia en el que, luego de cierta cantidad de tiempo de mantener una actividad (correr o andar en bicicleta en este caso), se pierden los límites de la percepción corporal, la mente se entrega a una “nube” de calma y paz, y el cuerpo simplemente sigue andando y andando sin llegar a fatigarse o sentir dolor. Cierto es, claro está, que no todos los deportistas son susceptibles de alcanzar dicho estado, ni tampoco cada vez que se dedican a la actividad deportiva. No obstante, resulta interesante notar su semejanza con los estados de conciencia descriptos por los derviches en su danza circular, o a la de algunos meditadores durante su práctica de introspección.
Ahora bien, antes de ingresar plenamente en la relación de todo esto con el mundo de la sanación, me gustaría rescatar el hilo común entre efectuar una danza sagrada derviche, correr y meditar. Y es que mientras desarrollaba el asunto en mi mente, no llegaba a descifrar cómo una actividad mundana puede dar lugar a un estado interior igual o similar al de la meditación, la compasión amorosa o la devoción religiosa. La respuesta vino gracias a una charla que tuve con una monja budista.
Recordé una historia sobre un santo cristiano francés del siglo XVI al que llamaban “Hermano Lorenzo”, quien afirmaba que había practicado varios sistemas de meditación y oración profunda, y sin embargo, sus estados más profundos de introspección los había alcanzado barriendo la cocina del monasterio o fregando platos. A lo que mi nueva amiga respondió: “claro, es que todo es cuestión de estar presente en el momento presente”. Ahí está el secreto, ni más ni menos, el que medita o baila frenéticamente, el que corre o anda en bicicleta, el que lava platos o barre, todos pueden encontrar ese estado de “no yo”, un estado de armonía y paz donde el cuerpo puede mantenerse quieto o entregarse al movimiento indefinidamente.
Entonces, si actividades triviales pueden sacralizarse y llevarnos más allá de los límites de nuestro entendimiento o de nuestras fuerzas, ¿por qué no llevar a cabo la práctica de “estar presente” en el momento de realizar un masaje u otra terapia y ver qué sucede? Considero muy importante el hecho de alejar las expectativas, tal vez no suceda nada, o tal vez, solo tal vez, podamos desprendernos de nuestra envoltura egóica, y fluir con la terapia o trabajo corporal que nos ocupa.
Sentir esa sensación de armonía con uno mismo y comunión, con el ambiente, con nuestras herramientas, con el paciente. Sentir que la técnica es una mera excusa para permitir que una fuerza superior a nosotros opere a favor de la salud de quien viene a solicitar nuestra ayuda. En otras palabras, que nuestro arte de curación trabaje “a través nuestro”, y convertirnos así, en un “instrumento de sanación”.
Quizás en estos tiempos de “nueva era”, más que desesperar por los augurios de un supuesto fin del mundo, debamos, por un lado interpretar las manifestaciones de crisis económica y catástrofes naturales como el fin de los viejos paradigmas, y por otro, comprometernos sencillamente a vivir el aquí y ahora.
Y como terapeutas, movernos dentro de nuestra profesión adoptando un nuevo modelo, uno que nos permita sanar y ser sanados al mismo tiempo, emplear nuestro sistema convirtiéndonos en parte de él, con la extraña y a la vez maravillosa sensación de que somos uno con el universo, algo que muy probablemente se logre “estando presente en el momento presente”.