Lo que los niños nos enseñan
Creo que a veces no somos lo suficientemente conscientes del peso social y educacional que hemos vivido en nuestra época. No nos damos cuenta que nuestro afán de protección heredado frena muchas veces el crecimiento de nuestros niños, aunque lo hagamos con todo el amor.
Traspasamos expectativas, miedos, costumbres sin darnos siquiera cuenta, lo que le hace mucho más difícil de evitar porque ¿cómo vas a ser consciente de algo que ni siquiera ves?
Tendemos a ponerles voz cuando les preguntan sin llegar a preguntarnos primero, a nosotros mismos, de dónde han heredado esa timidez o el porqué de algunas de sus reacciones. Lo vemos normal porque “son niños”.
A veces tenemos que desaprender lo aprendido para poder dejar crecer y dejar que se caigan para que aprendan a andar. A veces es mejor decirles “si duele, pero se va a pasar” que un “pobrecito, ven que te coja” y alimentar su dependencia y llamada de atención. Los niños no son nuestros, son entes independientes con su propio crecimiento, con su propio camino a realizar.
Porque nosotros, muchas veces, no dejamos de ser el elefantito que aunque ya es adulto, piensa que no puede con una simple estaca clavada en el suelo porque, de pequeño, se agotó tirando de un gran árbol. Y al final, nos limitamos.
Recuerdo a una niña de cuatro años a quien pedí permiso para darle técnica metamórfica. Acaricié con mucho amor sus pies, sus manos, su cabeza, es hermoso sentir a un ser tan perfecto. En un momento determinado, con sus cuatro años, me tomó del brazo suavemente y me dijo “me gusta pero ya está, ya no quiero más”. Por supuesto la respeté, aunque no pude evitar sonreír por esa respuesta tan “madura”.
Cuando vienen con más edad me resulta curioso cómo, muchas veces, se contradice lo enseñado en la escuela o en casa con lo que ellos realmente sienten. Son mucho más conscientes de lo que a veces creemos y eso incluye muchos campos, como su habilidad por llamar nuestra atención. También son conscientes de cuándo están haciendo algo mal e incluso llegan a confesarte que, a veces, sólo lo hacen por aburrimiento. Pero, sobre todo, son completamente conscientes del entorno familiar y tienen una tendencia protectora incalculable. Lo que para el padre es una reacción inexplicable y desmesurada para el niño es una forma de protección familiar porque, bajo su prisma, existe algo que no marcha bien.
Aunque sí sabemos que son esponjas que absorben cuanto les rodea aún nos cuesta ver cuánto son capaces en realidad de ver, escuchar, sentir y aprender.
Se nos olvida que en este camino de la vida la enseñanza es mutua, que no es un camino unilateral si no bilateral, que tienen mucho que enseñarnos porque ellos aún pueden descubrir un mundo que nosotros hemos olvidado.
Nos enseñan la inocencia, la protección sin juicios o medida. Nos muestran que el tiempo dedicado es más importante que el trabajo o las responsabilidades. Nos recuerdan que jugar es divertido y que la risa es algo posible a diario.
Nosotros podemos acompañarles y amarles en este crecimiento, sin olvidar que el respeto es fundamental y que no podemos vivir su vida, aunque la intención sea protegerlos, porque al igual que hicimos nosotros, ellos aprenderán de sus experiencias y sólo ellos pueden vivirlas.
La próxima vez que regañes o reacciones de una forma que haga sentir a tu ser incómodo, párate un momento a escuchar. Porque quizá, sólo quizá, esas palabras ni siquiera son tuyas y son sólo la herencia que queda dentro de ti.