Spinosa Sive Bach (Spinosa o lo que es lo mismo, Bach)
Después de leer lo que nos ha llegado del Dr. Bach, sus libros, disertaciones, cartas, etc. se llega a la conclusión de que los remedios, como él los llama, no son obra, en ningún caso, de la casualidad. Conocemos sobradamente su larga investigación médica y algunas anécdotas sobre su vida personal que nos ayudan a comprender el desarrollo del método utilizado, pero se intuye a través de sus escritos que debajo de todo esto hay mucho más.
Él nos habla en más de una ocasión de Paracelso y de Hahnemann para explicarnos su método científico, pero no nombra nunca a un filósofo que ha tenido que influirle directamente en su forma de ver la vida, porque son tantas las similitudes que casi parecen la misma persona: Baruch Spinoza.
Spinoza (1632-1677) fue un filósofo judío, de origen español, cuya familia tuvo que huir primero a Portugal y luego a Holanda en la época de la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos. Aprendió hebreo y ciencias en su comunidad, pero fue el conocimiento del latín lo que le abrió el mundo a los clásicos (Cicerón y Séneca, estoicos)[1], y más tarde le permitió acceder a los autores renacentistas y a los filósofos modernos, ya que en esa época todos los eruditos escribían en latín. En 1656 (a los 24 años), fue excomulgado y expulsado de la comunidad judía por sus ideas; todos sus familiares y amigos lo abandonaron, e incluso su hermana trató de quitarle la herencia paterna, pero él entabló un pleito que ganó y después rechazó, porque únicamente había luchado para defender un derecho y no por los beneficios obtenidos. Rechazó además, ofertas de dinero y honrosos cargos académicos para terminar ganándose la vida malamente cortando vidrios ópticos y puliéndolos con el único fin de poder vivir en libertad.
Spinoza, al igual que Bach, cumplió plenamente los ideales de los antiguos griegos, ya que vivió en completa coherencia con sus doctrinas, y esa, en la vida de un filósofo, era la prueba más significativa de credibilidad.
La época que le tocó vivir al Dr. Bach no fue mejor. También es una época de grandes cambios, de industrialización, de grandes guerras y epidemias, de grandes inventos. Las premisas eran semejantes a las del siglo XVII, y el mecanicismo (Descartes 1596-1650), es decir, la separación entre mente y cuerpo[2], comenzaba a llevarse a límites insospechados. El Dr. Bach se dio cuenta de que el materialismo, consecuencia del mecanicismo, sería el mal que atacaría al siglo XX con graves enfermedades como las que tenemos hoy día, cánceres, alergias, enfermedades inmunológicas, etc.,[3] producidas por desórdenes alimentarios, insatisfacciones, miedos, egoísmos…, y trató de reconciliar al ser humano con su espiritualidad “por la vía de la naturaleza”[4], tal como hizo Spinoza:
“Durante la mayor parte de los dos últimos milenios, la civilización occidental ha pasado por una era de intenso materialismo, y se ha perdido en gran parte la conciencia del lado espiritual de nuestra naturaleza”; […]; “quizá una de las mayores tragedias del materialismo es el desarrollo del aburrimiento y la pérdida de la auténtica felicidad interior”.[5]
Tanto Spinoza como Bach, conciben al Hombre como parte integrante de la Naturaleza, es decir, no como un “imperio dentro de otro imperio”, sino atendiendo a la ley de causa y efecto, (esta idea la encontramos ya en Aristóteles cuando nos habla de las cuatro clases de causas y de Dios como causa final o “motor inmóvil")[6] Anteriormente, la metafísica antigua reconocía muchas sustancias y estas se hallaban ordenadas jerárquicamente; sin embargo, para Spinoza sólo existe una sustancia, que es Dios (Deus sive natura¸ Dios o, lo que es lo mismo, la Naturaleza [entendiendo como tal la Naturaleza creadora en su conjunto, que también encontramos en Aristóteles: “la naturaleza no crea nada en vano”, y que Bach apunta en su “Escrito el 21 de mayo de 1936”])[7]: “Todo lo que es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser, ni concebirse”.[8] Esta es la misma idea que aparece tácitamente en todos los escritos de Bach: “El siguiente gran principio es la comprensión de la unidad de todas las cosas: el Creador de todas las cosas es el amor, y todo aquello de lo que tenemos conciencia es en su infinito número de formas una manifestación de ese amor, ya sea un planeta o un guijarro, una estrella o una gota de rocío, un hombre o la forma de vida más inferior […] El Universo es Dios hecho objeto”.[9] A estas manifestaciones Spinoza les llamó atributos y modos.
Por lo tanto, si cada atributo (o manifestación) expresa la esencia divina, existe un paralelismo perfecto entre alma y cuerpo:
“El alma humana es apta para percibir muchísimas cosas, y tanto más apta cuanto de más maneras pueda estar dispuesto su cuerpo”. “El alma humana no conoce el cuerpo humano mismo, ni sabe que existe, sino por las ideas de las afecciones de que es afectado el cuerpo” (Spinoza)[10]
“Si el paciente comete una equivocación mental, un conflicto entre sus yoes espiritual y físico, el producto de este error será la enfermedad” (Bach) [11].
De todo esto se deduce, según Spinoza, que ideas y cosas no son más que dos caras del mismo acontecimiento (ordo et connexio idearum idem est ac ordo et connexio rerum),[12] cualquier idea posee un correlato corpóreo.
Comprender esta conexión o esta unión es fundamental para Bach como él mismo nos dice: “el cuerpo físico solo, sin comunión con el espiritual, es una concha vacía, un corcho sobre las aguas,…” [13] Por eso insiste tanto, bajo su perspectiva de médico, en que la enfermedad “indica que la personalidad está en conflicto con el alma”, para abordar después el problema de las cualidades y las virtudes.
Este es un tema que Spinoza desarrolló ampliamente, y de nuevo aquí podemos ver una influencia directa en Bach. Las pasiones, los vicios, etc., no se deben, según Spinoza, a debilidades del ser humano, sino que se deben a la potencia de la naturaleza y, como tales, no hay que detestarlas y acusarlas, sino explicarlas y comprenderlas como a todas las demás realidades de la naturaleza. Las pasiones surgen de la tendencia a perseverar en el propio ser (autoconservación), y tienen su origen en la opinión, por todo ello la idea de perfección-imperfección, y de bien-mal, son solo formas de pensar, porque depende de las culturas y de las costumbres que algo sea bueno o malo. Esto mismo nos dice Bach: “Las cualidades y las virtudes son relativas, y lo que es virtud para uno, puede no serlo para otro.”[14]
Después de hablarnos de las pasiones (afectos), Spinoza las enumera y las explica, de la misma manera que hace Bach en Cúrese usted mismo (capítulo III). Por ejemplo, con respecto al odio Spinoza dice: “[…] el odio y la aversión contienen en sí tantas imperfecciones como, por el contrario, contiene el amor perfecciones […], el odio siempre tiende a la destrucción, al debilitamiento y la aniquilación, que es la imperfección misma” Del odio proviene la tristeza, la ira, la envidia.[15]
“el odio aumenta con un odio recíproco, y puede, al contrario, ser destruido por el amor” [16]
Lo que hemos visto como pasiones o afectos, aplicados a la enfermedad, Bach los describe como defectos, así: “Las primeras enfermedades reales del hombre son defectos tales como el orgullo, la crueldad, el odio, el egoísmo, la ignorancia, la inestabilidad y la codicia”.
“El odio es lo contrario del amor […], conduce a desarrollar acciones y pensamientos adversos a la unidad y opuestos a los dictados del amor”.[17]
“el odio puede ser conquistado con un odio aún mayor, pero sólo puede ser curado por el amor”[18]
Tanto en la filosofía de Spinoza como en la del Dr. Bach se nos invita a vivir con alegría, porque todo es obra de Dios, incluso el placer, el dinero y los honores, siempre y cuando éstos no los busquemos como un fin, sino únicamente como instrumentos necesarios para vivir en función de un objetivo superior. Lo realmente importante para ellos es conseguir individualmente ese fin, que al mismo tiempo supone la unión con el Todo. Esto, hay quien lo interpreta como egoísmo o egocentrismo, pero nada más lejos de la realidad.
Spinoza resume así su doctrina al final de la segunda parte de su ÉTICA:[19]
- Es útil en cuanto nos enseña que obramos por el solo mandato de Dios, y somos partícipes de la naturaleza divina […], confiere al ánimo un completo sosiego y nos enseña en qué consiste nuestra más alta felicidad y beatitud […]. Por ello entendemos claramente cuánto se alejan de una verdadera estimación de la virtud aquellos que esperan de Dios una gran recompensa en pago a su virtud y sus buenas acciones, como si se tratase de recompensar una estrecha servidumbre, siendo así que la virtud y el servicio de Dios son ellos mismos la felicidad y la suprema libertad.
- Es útil en cuanto enseña cómo debemos comportarnos ante los sucesos de la fortuna […], a saber: contemplando y soportando con ánimo equilibrado las dos caras de la suerte […], ya que de los eternos decretos de Dios se siguen todas las cosas con la misma necesidad con que se sigue de la esencia del triángulo que sus tres ángulos valen dos rectos.
- Esa doctrina es útil para la vida social, en cuanto enseña a no odiar ni despreciar a nadie, a no burlarse de nadie ni encolerizarse con nadie, a no envidiar a nadie. Además es útil en cuanto enseña a cada uno a contentarse con lo suyo, y a auxiliar al prójimo, no por mujeril misericordia, ni por parcialidad o superstición, sino sólo por la vía de la razón, según lo demanden el tiempo y las circunstancias.
El Dr. Bach[20] nos enseña algo muy semejante a lo que dice Spinoza:
- Todas las cosas terrenales no son más que la interpretación de cosas espirituales. Incluso detrás del acontecimiento más insignificante hay oculto un propósito divino.[…] cuando alma, cuerpo y mente funcionan, el resultado es la salud y la felicidad totales. Una tarea divina… significa un grande y completo disfrute de todas las cosas… Somos perfectos, somos hijos de Dios. No tenemos que aspirar a obtener lo que ya hemos logrado.
- Para obtener libertad, debemos dar libertad. Los dos grandes errores de nuestra civilización son la codicia de bienes materiales y de poseer o influir en otro individuo y el dejar que otro nos someta. En el momento que demos completa libertad a todo lo que nos rodea…, cuando nuestro único pensamiento sea dar, entonces nuestras ataduras caerán y romperemos las cadenas…
Tanto uno como otro encontró la certidumbre interna de la razón y ambos se han convertido en orientación para cualquier persona que busca su Yo interno:
Spinoza[21]: “No presumo de haber encontrado la mejor de todas las filosofías, pero sí sé que conozco la verdadera, y si me preguntas que cómo lo sé, te responderé que del mismo modo que tú sabes que los ángulos de un triángulo valen dos rectos.”
Bach[22]: “La verdad no necesita ser analizada, justificada o envuelta con demasiadas palabras. Es como un rayo, una parte de uno mismo…”
Y así es verdaderamente; muchos caminan detrás de su sombra durante años sin darse cuenta de que para estar delante sólo tienen que darse la vuelta y ponerse de cara a la luz. Esa luz que tanto Spinoza como Bach denominaron Dios, pero que tanto uno como otro podrían haber denominado CONOCIMIENTO; y quiero, además, señalar, que si bien la erudición puede aumentar el conocimiento, no es necesario ser un erudito para ser un sabio; porque sabiduría y erudición son dos cosas distintas, es más, como dice Bach: “las doctrinas y la civilización nos han robado el silencio, nos han robado el conocimiento de que lo sabemos todo dentro de nosotros mismos”.[23]
Cultivemos, pues, la sabiduría antes que la erudición (como decían los clásicos). Busquemos la luz, ya que “las tinieblas no se destruyen más que por la luz, y la necedad por el conocimiento” (B. Spinoza)[24], “y así, debemos siempre buscar el bien que aparte el mal, el amor que conquiste el odio y la luz que disperse la oscuridad (E. Bach).[25]
No olvidemos que “Aquí debe comenzar, pues, el asunto, ya que uno debe poder conducir fácilmente al hombre allí a donde él quiere ir por sí mismo. Pero sólo si aquellos, que se dedican a enseñar a los demás, se conducen ellos mismos según la verdadera luz y tienen conocimiento de las cosas que son por naturaleza mejores que aquellas a las que tanto acaricia la multitud, las expondrán claramente a los demás, y, si son constantes en su empeño, será imposible que su trabajo quede sin fruto: conociendo mejor, se comportarán mejor” (B. Spinoza).[26]
Escuchemos, pues, el mensaje de la filosofía de Bach que nos abre al verdadero conocimiento, ya que sin ella volveremos a caer en el materialismo que él tanto deseaba eliminar.
Bibliografía consultada
- Bach, E.: Obras completas Ed. Oceano. Barcelona, 2008.
- Spinoza, B.: Ética demostrada según el orden geométrico. Ed. Tecnos. Madrid, 2007.
- Spinoza, B: Tratado Breve. Alianza editorial. Madrid, 1990.
- Spinoza, B.: Tratado teológico-político. Ed. Tecnos. Madrid,1985.
- Spinoza, B.: Obras completas. Clásicos Bergua, Madrid, 1967
- Descartes, R.: Las pasiones del alma. Ed. Edad. Madrid, 2005.
- Russell, B.: Historia de la filosofía occidental. Vol. I-II. Espasa Calpe, Madrid, 2007.
- Averroes: Epítome de Física (Aristóteles). C.S.I.C., Madrid, 1987.
- Martínez, F.J.: Autoconocimiento y libertad: ontología y política en Spinoza. Ed. Antropos. Barcelona, 2007.
- Reale, G. y Antiseri, D.: Historia del pensamiento filosófico y científico. Vol. I-II-III. Ed. Herder, 2005.
- San Agustin: Confesiones. Ed. Losada, Buenos Aires, 2005.
- Stewart,M.: El hereje y el cortesano. Biblioteca Burilan, 2006.
- Huismam,D.: Historia de los filósofos ilustrada por los textos. Ed. Tecnos. Madrid, 2007.
- [1] Para los estoicos, el mundo entero es semejante a un inmenso ser vivo del que los diversos individuos son sus órganos y Dios su alma. Cfr. Huismam,D.: Hª de los filósofos ilustrada por los textos. Ed. Tecnos. Madrid, 2007; pág. 56.
- [2] Descartes, R: Las pasiones del alma. Ed. Edad. Madrid, 2005. (pág.54).
- [3] Bach, E.. : Obras completas: Los doce curadores y los siete ayudantes, 1934. Ed. Oceano. Barcelona, 2008. pág. 71.
- [4] Bach, E.: Obras completas: Los doce curadores y los cuatro ayudantes, 1933. Ed. Oceano. Barcelona,2008. pág. 84.
- [5] Bach, E.: Obras Completas: Cúrese usted mismo, capts. VI, pág. 185, VII, pág.190. Ed. Océano. Barcelona,2008.
- [6] Cfr. Russell, B. : Hª de la filosofía occidental. Ed. R.B.A. Barcelona, 2004. pág. 194.
- [7] Averroes: Epítome de Física (Aristóteles). C.S.I.C., Madrid, 1987. pág. 123, y Bach, E.: Op. cit. pág. 46.
- [8] Spinoza, B.: Ética demostrada según el orden geométrico. Ed. Tecnos. Madrid, 2007. pág. 81.
- [9] Bach, E.: Obras completas: Cúrese usted mismo, capítulo II, pág. 165 y VIII. pág. 199.Ed. Oceano. Madrid, 2007.
- [10] Spinoza, B.: Op. cit.. pág. 151 y 157.
- [11] Bach, E.: Obras completas: Algunas consideraciones fundamentales sobre la enfermedad y la curación Ed. Oceano. Madrid, 2007. pág. 204.
- [12] Spinoza,B. :Op. cit. pág. 132.
- [13] Bach, E.: Op. Cit.. pág. 201.
- [14] Bach. E.: Obras completas: Algunas consideraciones fundamentales sobre la enfermedad y la curación Ed. Oceano. Madrid, 2007. pág. 207.
- [15] Spinoza, B.: Tratado Breve. Alianza editorial. Madrid, 1990. pág. 115.
- [16] Spinoza, B.: Ética demostrada según el orden geométrico. Ed. Tecnos. Madrid, 2007. pág. 243.
- [17] Bach, E.: Obras Completas.:Cúrese usted mismo, capts. III pág. 168-169 Ed. Oceano. Barcelona,2008.
- [18] Bach, E.: Obras Completas: Somos los culpables de nuestros sufrimientos. Ed. Oceano. Barcelona,2008. pág. 148.
- [19] Spinoza, B.: Ética demostrada según el orden geométrico. Ed. Tecnos. Madrid, 2007. pág. 192.
- [20] Bach, E.: Obras completas: Libérese usted mismo. Ed. Oceano. Madrid, 2007. pág. 121-135
- [21] Spinoza, B.: Obras completas: Epistolario: “Carta a Alberto Burgh”. Clásicos Bergua, Madrid, 1967. pág. 454.
- [22] Bach, E.: Obras completas: Libérese usted mismo. Ed. Océano. Barcelona, 2008. pág. 123.
- [23] Bach, E.: Obras completas: Escrito el 21 de mayo de 1936. Ed. Océano. Barcelona, 2008. pág. 46.
- [24] Spinoza, B. : Tratado Breve. Alianza editorial. Madrid, 1990. pág. 185
- [25] Bach, E.: Obras completas: Somos los culpables de nuestros sufrimientos. Ed. Océano. Barcelona, 2008. pág. 148.
- [26] Spinoza, B.: Tratado Breve Alianza editorial. Madrid, 1990 pág. 186