Reflexiones sobre la corrupción
Ante los innumerables e inacabables casos de corrupción que se están destapando en la actualidad, es inevitable preguntarse por qué personas con un estatus social alto y con un nivel económico gracias al cual pueden disfrutar de todo lo que quieran, caen en la tentación de engañar, estafar, robar,...perjudicando a personas con una calidad de vida inferior, y arriesgando su honor y su respetabilidad, e incluso, su libertad.
La primera respuesta que se me sugiere es que vivimos en una sociedad totalmente materialista, en la que la educación que recibimos desde la familia y desde la escuela (más exagerado aún en la escuela de hace 30, 40 ó 50 años) pone todo el acento de la autoestima del niño en los logros que consigue: lo bien que se porta, las notas que saca, la importancia de tener estudios para conseguir un trabajo con un buen sueldo, el llegar a ser aquello que los padres esperan que sea, llegar a tener un sueldo más alto que el primo o el vecino...
Muchas veces sucede que el amor de los padres se convierte en un AMOR CONDICIONAL: sólo te voy a querer si haces y consigues lo que yo quiero.
En estas condiciones se comprende que cuando el niño llega adulto ha interiorizado tanto esta valoración externa que necesita conseguir siempre más y más: más sueldo, más casas, más coches, más, más...y que nunca va a tener bastante. Porque en el fondo lo que está buscando, es la aprobación y el AMOR de esas personas que lo han condicionado (padres, educadores), pero como lo busca FUERA, donde no está, jamás va a tener la sensación de conseguirlo y siempre va a tener la necesidad de continuar la búsqueda. Sencillamente está buscando en el sitio equivocado.
Sin embargo, si pensamos un poco más allá de nuestra sociedad es muy fácil comprobar que en otras sociedades muy diferentes a la nuestra existen casos de corrupción mucho más llamativos que los nuestros. ¿Qué explicación puede haber entonces?
En este punto tenemos que pensar en el hombre no ya como un individuo cultural sino como un animal. Hay un instinto básico en la naturaleza: LA LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA. En cualquier especie el individuo más fuerte y mejor adaptado es el que tiene más probabilidades de sobrevivir, y con frecuencia, ha de medirse las fuerzas con sus compañeros para demostrar que es el más fuerte, el que por tanto va a tener derecho a aparejarse con las hembras y perpetuar su descendencia, (asegurando así las mayores probabilidades de éxito para la supervivencia de la especie pero también de sus propios genes) y el que va a mandar y dominar a los demás. Es una regla muy simple: cuanto más fuerte soy, en una lucha a vida o muerte más probabilidades tengo de ganar y sobrevivir.
Ahora pensemos que la raza humana ha evolucionado muchísimo culturalmente, y que las batallas cuerpo a cuerpo para demostrar quien es el más fuerte hace mucho que pasaron de moda. Pero, no nos engañemos; no es que hayamos dejado de tener nuestro instinto animal, simplemente es que hemos cambiado el tipo de lucha y ahora competimos por tener más riqueza, más poder...
¿De qué intentamos protegernos, en realidad? Del miedo a la muerte. Acumulando riqueza, acumulando poder, nos da la falsa sensación de que nos sentimos seguros, de que ante cualquier contratiempo, nosotros vamos a sobrevivir.
Pero, como dije antes, estamos buscando en el sitio equivocado. Estamos dejando que nos controle el MIEDO y esa es la explicación de que se lleguen a hacer atrocidades sin ningún remordimiento de conciencia (pensemos por ejemplo en los tiranos de los pueblos africanos que viven en el más exuberante lujo mientras el pueblo se muere de hambre).
Deberíamos hacernos conscientes de nuestros instintos básicos y de nuestros miedos; es la única forma de enfrentarlos y dominarlos y de dejar de actuar COMO UN ANIMAL!