Una vida espiritual en lo cotidiano
Cuando realizamos técnicas de meditación o respiración diariamente, nuestra consciencia, Chitta, se va limpiando de los vrittis u ondas mentales, las cuales nos confunden y alteran generalmente. Descubrimos que nuestra percepción crece hasta llegar a desarrollar lo que Patanjali ya explico en profundidad, los siddhis o poderes, los mismos hacen que tengamos respuestas acertadas y concretas para los demás y para nosotros mismos, el camino del samadhi está iniciado.
Pues bien, desde fines de siglo pasado y en lo poco que va del actual, escuchamos sobre muchas personas que toman cursos intensivos en diferentes lugares, aprenden una técnica y luego la practican con disciplina, lo cual es maravilloso, sólo que en la práctica van volcándose a un camino más inconsciente que consciente.
¿Cómo sucede esto? Para ello voy a compartir mi experiencia personal.
Comencé yoga a los siete años. Estas clases comenzaban luego de las de judo, que también tomaba, en realidad se quedaba toda la familia acompañando a mamá.
Con el tiempo mi madre y yo continuamos con el yoga realizando diferentes cursos, ella fue quien me abrió puertas para que yo pudiera desde pequeña retomar un camino que ya había iniciado en otras vidas. La meditación vino de la mano, a temprana edad, a mis 17 años, la disciplina fue intensa, lo cual me permitió alcanzar un estado de consciencia del cual no era consciente. Sí puedo decir que internamente todo era paz y bienestar, no exaltación ni exuberancia, sino paz. Sucediera lo que sucediera, ese estado se mantuvo e hizo expandirse más aún mis niveles de percepción.
Un día algo me hizo despertar y darme cuenta de que mi vida era la de un monje pero sin estar en un monasterio. ¿Qué tiene ello de malo? pensarán, nada. Excepto que yo tenía deseos y no estaba ocupándome de ellos. Recordé que en alguna oportunidad, a un grupo de mis alumnos de profesorado de yoga (yo tenía apenas 25 años), les había dicho que había cosas que iba a dejar para después de mis cincuenta años porque tenía cosas que hacer antes.
Esas cosas que hacer eran justamente el deseo de formar una familia, deseo que descubro y asumo por padecer una enfermedad que haría muy difícil que logre ser mamá. Desde ahí tuve un apasionado camino, donde hubo enojos de muchos alumnos, amigos y familiares (algunos pasaron con el tiempo y otros no), ellos se debían a que yo ya no estaba siempre disponible porque ahora empezaba a estar disponible para mí misma, me tomó tiempo encausarme. Por supuesto continué con mis prácticas sólo que de forma consciente, entendiendo cual es la finalidad de estas técnicas, con las cuales no se juega ni hay que practicarlas con tanta liviandad.
Hoy con la familia armada, y andando, continúo con mis prácticas. Agradeciendo la consciencia que se despierta, y me guía. Por ello al hoy ver jóvenes y no tan jóvenes que nos cuentan que cuando meditan tienen estados muy agradables pero después salen de la meditación y no se sienten bien, o quienes no logran establecerse en sus vidas y continúan dependiendo de la familia primaria, les decimos que se acerquen a algún lugar donde puedan ayudarlos a restablecerse en la materia o definir sus búsquedas. Pues podemos vivir una vida espiritual en lo cotidiano como el caso de Usui, o Aurobindo, o una vida espiritual de monasterio como Yogananda o Vivekananda.
La claridad, felicidad y paz, es parte de una consciencia despierta, que se manifiesta en todos los aspectos de nuestras vidas.