El objeto bueno
Cuando era muy joven, leí a Melanie Klein una y otra vez, en primer lugar, intentando comprender sus escritos, y luego, con el mismo empeño, adivinando cómo aplicaría esa sabiduría para curar. Tenía que adaptarlo a las posibilidades socioeconómicas de mis pacientes. Y... sí, también efectuar otras adaptaciones.
Años más tarde, comprendí por qué era tan complejo discernir frase por frase ese lenguaje denso, subordinado y casi podría decirse, lenguaje del inconsciente.
Simplemente Melanie Klein disponía de poco tiempo y no escribía. Como muchos de los grandes, tuvo quien recogiese notas sobre lo que medio dictaba o medio decía. Y más circunstancias, pues me parece que tampoco tuvo mucha intención de hacer pedagogía.
En las lecturas, que tuve oportunidad de hacer mientras trabajaba, llevándome sus libros a todas partes, hay varios paradigmas que destacan mucho. Uno de ellos es el objeto bueno (OB).
Esencialmente, es la imagen, percepción, noción o historia que se introyecta (graba, pone dentro) en el inconsciente sobre "aquello" que nos ha amado, favorecido, y que constituye un gran apoyo a lo largo de la vida. Es "aquello" que ofrece seguridad, confort, la perspectiva del buen resultado, y que protege y ama.
Sigue amando dentro, en esa área no consciente, pues el tiempo en esa parte de nosotros no tiene el mismo significado que en la vida corriente, y es muy relativo. Sigue actuando en este preciso instante, acompañando y dando fuerza.
Cuando ese objeto es una figura fundamental en el desarrollo del ser humano, le llamamos primario. Particularmente los padres o figuras de autoridad y amor infantiles. Disponer en el escenario interno, de esos actores vivos, amorosos, protectores, saludables, es una fuente de amor para uno mismo y para los demás.
Así pues, uno de los trabajos, no solo en terapia, sino de la propia vida, es poder construir, reconstruir, reparar, amar, comprender en su aspecto más real también, a los objetos buenos. Sin ellos o con esos objetos heridos en nuestro interior, a ciencia cierta, somos candidatos a ser infelices, cuando menos.
Hay una consecuencia en lo cotidiano, que me parece importante. Más allá de terapias o pedagogía del psicoanálisis, el esfuerzo en ser compasivo, afectuoso, cercano y amante, de los objetos primarios, dándoles progresivamente esa vida dentro de nosotros, es más que conveniente. Es un consejo bueno reconocer su importancia, y aunque las cosas no hayan sido como esperábamos, tener la capacidad de comprender y darles ese halo de luz dentro, es una práctica que ofrece sus frutos.