Pequeñas historias metafóricas de reflexión
A continuación tres historias que se suman y complementan...
La pequeña historia de la barra de pan
En un día cualquiera, una mamá y una hija estaban en casa. La mamá cogió una barra de pan y corto las puntas, y la colocó dentro del horno para calentarla. La hija que estaba en la mesa haciendo los deberes, al verlo, le preguntó:
-Mamá, ¿por qué cortas las puntas de la barra de pan?-
Y la mamá le contestó, que no lo sabía, que lo había aprendido de su madre, que también lo hacía.
Así que la niña le fue a preguntar a su abuela que, por qué cortaba los extremos de la barra de pan, y ésta le dijo lo mismo, que lo había aprendido de su mamá. Así que como la bisabuela aún vivía, la niña le fue a preguntar, con mucha curiosidad, que por qué cortaba las puntas de la barra de pan antes de poner la barra dentro del horno. Y la bisabuela le contesto:
-¡Ay niña! es que yo tenía un horno muy pequeño-.
(Las metáforas ayudan a comprender desde otra mirada más global)
La pequeña historia del discípulo y el maestro
Había un discípulo que llevaba muchos años en busca de la Verdad. La verdad de lo que era la Realidad. Y un día, el alumno le dice al maestro, que él, como discípulo estaba cansado y decepcionado, y que, por favor, le enseñara algo para poder recuperar sus ganas de buscar la Verdad. Entonces, el maestro le dice que muy bien, que le va a dar una gran enseñanza, y pide traer, en medio de la sala, un enorme bidón lleno de agua. El maestro le indica al alumno que, para la enseñanza, debe introducir toda la cabeza dentro del bidón de agua fría, y que él como maestro, le aguantará bien la cabeza dentro del agua durante un rato para que quede bien sumergida.
Empieza la enseñanza y el maestro aguanta con cierta fuerza la cabeza sumergida del alumno. Todo va bien pero al pasar un rato el alumno empieza a querer sacar la cabeza, pero el maestro se la aguanta con más fuerza, no le deja sacar la cabeza, el alumno dentro del agua empieza a ponerse morado. Entonces, el maestro suelta la mano y el discípulo vigorosamente levanta la cabeza del bidón de agua en busca del oxígeno desesperadamente y con gran contundencia.
Entonces, el maestro le dice:
-Si buscarás la Verdad con el mismo ímpetu como buscas el aire, ya la habrías encontrado-.
Cabe decir, que esta historia es muy salvaje y exagerada, pero, a la vez, muy clarificadora. Porque cuando ponemos ejemplos extremos se entienden más y muchas veces nos llegan más adentro. De hecho, conectar con nuestra Presencia y Transparencia Consciente es un acto, un gesto fácil. No hay que poner la cabeza en ningún bidón de agua. Luego, el trabajo está en mantenernos en el tiempo, de ahora en ahora, para que la mente-ego-herramienta no vuelva a querer coger las riendas de vivirnos en la agitación de ideas de pasado y futuro. O sea, que es fácil conectar con la Profundidad que Soy, pero hay que tener la decisión, inquietud y el interés de Vivir desde el Ser, y desde ahí utilizo a la mente instrumental para lo que me convenga.
La historia del espejo mágico
Había una vez, una persona que estaba en búsqueda, y se hacía preguntas importantes como, por ejemplo, cuál era el sentido de la Vida...
A esta persona, un día, le hablaron de cierto sabio, el cual predicaba cosas que podían dar una respuesta certera a sus preguntas.
La persona que estaba en búsqueda recopiló toda clase de escritos, grabaciones y vídeos del sabio, y los estudió minuciosamente durante 3 años. Pasó muchas horas de biblioteca en biblioteca, y leyó también muchísimos libros afines. Pero, aun así, había ciertas dudas en su cabeza. La persona acabó por asistir a todas las conferencias que el sabio daba. Hasta que un día, se decidió hablar directamente con él. Averiguó donde vivía, y fue hacia su casa. Una vez allí, llamó a la puerta y le explico el porqué de su visita:
-Mire, he hecho una recopilación de toda su sabiduría: escritos, grabaciones, tesis, artículos, teorías, vídeos. He asistido a muchas de sus conferencias, pero sigo con dudas para responder a mis preguntas. Y es por eso que he venido a verle personalmente-.
Entonces, el hombre sabio le preguntó cuáles eran esas preguntas y qué estaba buscando.
La persona le dijo, con mucho interés, que estaba buscando ¿cuál era el sentido de la vida? ¿Cuál es la fórmula para desarrollar la felicidad en todas las personas? ¿Qué hay que hacer para que desaparezca la desigualdad, la miseria y el hambre en el mundo? ¿Cómo desarrollar el amor verdadero?
Entonces, el hombre sabio le respondió que eran demasiadas preguntas banales, y que se podían resumir en una sola pregunta, en la pregunta de:
¿Quién soy?
El hombre sabio le dijo que si quería contestar a esa única pregunta, tendría que ir a buscar el espejo mágico.
La persona sorprendida dijo: -¿Mágico? ¿Espejo mágico? ¿Existe un espejo mágico?-
El hombre sabio afirmó:
-Claro que existe un espejo mágico, que nunca lo hayas visto o experimentado no significa que no exista. Mira, si quieres encontrarlo tendrás que ir a la ladera de cierta montaña, en este mapa que te doy está señalado el sitio exacto, y esta cruz pequeñita indica la entrada a la cueva por la que tendrás que entrar. Pero antes tengo que darte una espada-.
La persona sorprendida le pregunta:
-¿Y para qué quiero yo una espada?-.
El hombre sabio le dijo que le daba una espada porque en la cueva vivía un dragón.
Entonces, la persona que estaba en búsqueda pensó para sus adentros:
-¿Un dragón? Bueno, si existe un espejo mágico y me da una espada, por qué no iba a existir un dragón, aunque los dragones que yo sepa no existen-.
El hombre sabio le advirtió que, pasara lo que pasara, le pidiera el espejo mágico al dragón, pues el dragón era el único que lo poseía.
La persona que estaba en búsqueda se encaminó hacia la cueva en busca del espejo mágico. Después de unos días, llego ante la cueva, le daba cierto miedo y respeto ese gran agujero negro, pero pegó cuatro gritos llenos de eco, finalmente se auto-convenció de coraje y entró. De pronto salió el dragón que, al ver a la persona, empezó a sacar fuego por la boca y humo por la nariz, y todas sus calientes babas resbalaban por sus afilados dientes.
Entonces, la persona que estaba en búsqueda, en un acto reflejo de supervivencia, desenvainó la espada, y el dragón al ver que sacaba la espada empezó a hablar.
Dragón: -Tranquilo, tranquilo, solo estaba bromeando, guarda esa espada y dime qué quieres-.
Persona que está en búsqueda: -Vengo en busca del espejo mágico-.
Dragón: -¿En busca de qué?-.
Persona: -En busca del espejo mágico. Me han dicho que lo tienes tú y quiero que me lo des-.
Dragón: -Yo no sé nada de espejos mágicos, aquí en mi cueva el único espejo que tengo es el del lavabo, y de ese tampoco estoy seguro. Pero mira, por venir y por ser un humano tan valiente, te voy a hacer un gran regalo. Toma este cofre lleno de piedras preciosas-.
El cofre era realmente de un valor incalculable. Y la persona volcó todas las piedras del cofre pensando que el espejo mágico estaría en el fondo. Pero dentro del cofre vacío solo había una base de oro macizo con diamantes incrustados.
La persona que estaba en búsqueda le dijo al dragón que él no quería el tesoro, que él lo que quería era el espejo mágico, y que si no se lo daba iba a volver a sacar la espada.
El dragón hizo silencio, se puso unas gafas y se tocó los bigotes. Le dijo a la persona que se tranquilizara que, ahora, tal vez empezaba a acordarse de un espejo que había tenido por aquí, pero que seguramente ya lo habría tirado. Y que, por lo tanto, era mejor olvidarse del espejo. Con lo cual para compensar su visita y su valentía le ofrecía otro cofre aún de mayor valor. Pero la persona que estaba en búsqueda sacó la espada con mucha convicción, y se la acercó al dragón, amenazándolo seriamente.
El dragón dijo: -Está bien, está bien, no te pongas así-, y con su aliento de dragón sacó brillo a sus gafas multicolor, se las colocó con suavidad, y le dijo a la persona que el espejo mágico debía de estar en el lavabo de la cueva, y lo acompañó a dicha estancia. Le dijo, que si no recordaba mal, el espejo mágico debía de estar debajo de toda aquella montaña. Aquella montaña era el sitio donde el dragón realizaba sus necesidades y en lo alto aún se podía apreciar el calor corporal del dragón.
La persona, estupefacta y sin palabras, sólo se tapaba la nariz, y observando la enorme montaña de mierda se dijo para sí misma, que si tenía una espada, que si había conocido a un dragón que hablaba, que si había tocado un tesoro de incalculable valor, por qué no podía estar el espejo mágico debajo de toda aquella montaña de mierda. Y, además, ya había llegado demasiado lejos como para retirarse ahora. Así, que cogió una pala que tenía el dragón en el lavabo, y se dispuso a palear todo aquel montón de mierda de dragón. Empezó paleando con mucha energía, día tras día, pero era un trabajo muy cansado, y de vez en cuando paraba a descansar. Pasaron trece días, paleando y paleando físicamente, los cayos de las manos ya no le importaban, pero de pronto, al levantar la mirada, vio que aquella montaña de mierda seguía teniendo unas dimensiones considerables, prácticamente, podríamos decir que estaba, más o menos, a la misma altura que antes. La persona muy extrañada espió en uno de sus descansos lo que hacía el dragón y se percató que cuando estaba descansando de palear, el dragón iba y se cagaba otra vez encima de la gran montaña de excrementos. Esto enfureció como nunca a la persona que estaba en búsqueda y, sin pensarlo dos veces, lo amenazó con el brillante filo su espada y con una seriedad de hielo. El dragón le dijo que tenía muy poco sentido del humor, que aquello era una broma de dragón, pero que si se lo tomaba así, ya no lo haría más.
La persona que estaba en búsqueda continúo paleando la mierda, hasta que al cabo de 40 días paleó la última palada, y allí no había nada, aparte de mierda seca pegada e incrustada en el suelo.
La persona, muy, muy enfadada, fuera de sí y con los nervios desbordados, fue a enfrentarse con el dragón. Éste, reaccionó tocándose las gafas de dragón, y le dijo: -¡Ah!, ahora que hago memoria, creo recordar que el espejo que tú buscas, lo regalé hace muchísimos años a un monasterio que está en el Tíbet, donde vive o vivía un tal lama llamado De-Lao a Lao.
La persona se fue con mucho ímpetu camino del Tíbet. Tardó 2 años en encontrar el pequeño y recóndito monasterio perdido por las escarpadas cumbres rocosas. Al llegar, llamó a la vieja puerta de madera. De-Lao a Lao abrió la puerta y al escuchar la petición de la persona que estaba en búsqueda, el viejo lama le dijo que en aquel monasterio, por no tener, no tenían ni espejos, y menos mágico, y que él era la veinteava persona que preguntaba por él y que buscaba un espejo mágico.
La persona que estaba en búsqueda volvió camino de la cueva del dragón envuelta en una especie de cólera biliar para enfrentarse al dragón sin ningún tipo de piedad. Al entrar en la cueva desenvaino la afilada espada y miró fijamente al cuello del dragón. Entonces, el dragón, amenazado, levanto los brazos e insistió en que, por favor, se tranquilizara.
Y le dijo: -Mira que los humanos tenéis muy poco sentido del humor. Parece ser que no os gustan las bromas de dragón-.
Esto enfureció, aún más, a la persona que estaba con la cara desorbitada y entrando en un látigo de odio rabioso.
Entonces, el dragón le dijo: -Vale, vale, tranquilízate,... de acuerdo, verás, el espejo mágico que tú buscas lo tiene un indio llamado Akitekagas de la tribu de los Zulúes...
-¡¡¡Basta ya!!!- Le gritó la persona que estaba en búsqueda al dragón.
-¡¡Si no me das, ahora mismo, el espejo mágico, te atravieso la espada de una vez por todas por tus mentirosas tripas!!
El dragón respondió: -Está bien, está bien, vale, calma, tranquilo, ya lo he entendido,... de acuerdo, te voy a llevar hasta el espejo mágico si es lo que quieres, pero no te pongas así-.
El dragón llevo a la persona por el interior de la cueva y entraron en una especie de gruta donde al final había una escalera muy larga, hecha de troncos, que bajaba hasta una gran sala vacía, llena de estalactitas y estalagmitas de gigantescas formas. Y ahí, tirado en el suelo, estaba el espejo mágico.
La persona que estaba en búsqueda bajó por la escalera, cogió el espejo mágico y se dispuso a salir de allí, pero cuando empezaba a subir por la escalera de troncos, nunca avanzaba porque se iban rompiendo los peldaños a medida que ascendía, y así la persona, una y otra vez, volvía a caer y retrocedía hasta el mismo sitio, de nuevo hasta el suelo de la sala.
La persona, definitivamente, puso el filo de la espada tocando el cuello del dragón, y lo amenazó de vida o muerte, diciéndole: -¡¡¡¡¡Un truco más, una mentira más, una broma más, y eres dragón muerto!!!!!-.
El dragón, viendo que iba totalmente en serio, y ante la amenaza de muerte, deja que la persona que está en búsqueda se marche con el espejo mágico, que resulta ser un trozo de cartulina con un agujero en medio, porque para encontrar el espejo mágico y llegar a la Transparencia, no hace falta buscar fuera, lo que ya tengo en mí.
Es una historia de toda persona que busca. Al otro lado del espejo las cosas se vuelven calmas, y reconocemos en qué lado del espejo están las personas por la cara, por la energía, en su actitud, en su comportamiento, no son intrusivas en relación al contexto sabiendo que están en su contexto.
¿Se puede ver que soy mis estímulos interiores y que no soy los estímulos exteriores?
¿Puedo aceptar al otro como Ser humano y no como juicios mentales?
¿Puedo aceptar y percibir que la felicidad está en mi interior como un estado estable por ser Vida que sencillamente se expresa, y veo que el hecho de buscar golosinas de felicidad en el exterior es no ver mi propia felicidad interna?
¿Puedo ver que las cosas que me gustan del exterior, en vez de ser necesidades, son regalos de felicidad que se suman y se corresponden a mi propia felicidad interna?