Constelaciones Familiares, trascender la mirada
Cuando se comienza un taller, lo más idóneo según nuestra experiencia, es iniciarlo con una breve introducción sobre lo que suponen las Constelaciones Familiares, explicando que gran parte de este trabajo se basa en que el consultante ejerza su libertad responsable, que no es otra que la que viene del corazón, aquella que dicta cómo decidimos vivir y sentir lo que la vida nos trae.
Es importante animar a que el participante desde su posición de adulto, se abra a lo nuevo, a una imagen interna en consonancia con lo que se está mostrando desde la configuración de los representantes y los movimientos del alma familiar que se desarrollan.
Las constelaciones son una invitación a la transformación y superación de la mirada local y personal en base a la conciencia y juicio de cada uno, para llegar a un lugar transpersonal donde entramos en sintonía con las fuerzas grandes que nos configuran, con el Espíritu.
Este poder tan grande que habita en nosotros de posicionarnos frente a la vida desde un lugar de asentimiento y amor nos lleva a una posición humilde, porque nos damos cuenta de que lo que consideramos nuestra libertad personal es una libertad vinculada. Esto significa que estamos en relación profunda con otras personas en nuestro destino.
En este “estar vinculado a otros”, incluso con familiares y personas que no conocimos o en hechos que se vivieron o pasaron hace mucho tiempo antes de nacer nosotros, hay una continuidad de información y energía de la que formamos parte y que se manifiesta en nuestras vidas; ¿hay algo más espiritual que la realidad?
Detrás de esta intervención breve que es una Constelación Familiar, se observa un camino en el que la persona vuelve a su centro, a su lugar. Esto supone el respeto y vivencia de los órdenes del amor: pertenencia, equilibrio y lugar; pero además, se trata de desarrollar una mirada buena para todos y todo lo que habita en nuestra vida; este trabajo nos invita a trascendernos.
Conseguir una mirada así se vive como un regalo, la lucha acaba, nuestra razón termina, nuestro juicio cesa y aparece la paz de quien simplemente agacha la cabeza ante lo que fue y es, sean sus padres, su vida, sus parejas, sus problemas, enfermedades...
En este breve período de tiempo que suele durar una constelación, la persona es invitada a salir de su explicación del mundo y que vea otra narrativa, otro verso que explica el amor detrás de lugares difíciles y de sufrimiento. Para acoger la grandeza de los discursos del alma familiar que aparece en las constelaciones no hay otro camino que recurrir al lugar más grande del cliente, su corazón, donde empieza la comprensión amorosa de lo vivido.
Confiamos y defendemos este estilo de facilitación, que está enfocado hacia esta frontera, hacia este lugar en el que el consultante tiene que abandonar las repeticiones, los juicios propios y las explicaciones manidas y adentrarse en lo nuevo, lo cual requiere grandeza personal.
Por eso solo hacemos movimientos desde el representante del cliente; es por eso también por lo que le proponemos que se tome su tiempo y explore posibilidades de hacerlo diferente; y estamos a su lado y proponemos solamente, sin forzar o hacer movimientos o frases que el cliente no siente o acompaña. Esta nos parece la propuesta más respetuosa y acorde con el camino que cada uno recorre, siempre por detrás, como facilitadores, sin meta o intención alguna.
Con esta forma de trabajar, ocurre que no todas las personas son capaces de ampliar su campo de información ni ensanchar el marco en el que el cliente muestra situaciones disfuncionales. Esto se respeta, no puede ser de otra manera, pero el hecho de acercarse a ese lugar donde el consultante se confronta con lo nuevo, con la información espiritual, implica un primer paso, una semilla cuyos resultados escapan a cualquier entendimiento. En este sentido, las constelaciones, al igual que la terapia estratégica, ha introducido un cambio, pequeño en ocasiones, pero sustancial para que nada vuelva a ser lo mismo.
Un ejemplo de constelación
La cliente expresa que tiene dificultades económicas, vive con lo justo y le gustaría tener casa propia.
En la dinámica se saca a un representante para la madre, a otro para el padre y a otro para ella.
Después de un breve rato, la representante de la mujer declara que su madre le da mucho miedo y que se siente como si fuera una niña.
La representante de la madre tiene los brazos “en jarras” y mira agresivamente a su hija.
El padre la mira con cariño.
La cliente comenta que su madre le pegaba de niña. A ella, y también a sus hermanos.
Esta es la situación que se muestra y es consecuente con lo que la cliente vive.
El facilitador, retomando la conversación con el grupo que se ha dado antes de la constelación, invita a la cliente a que trascienda su sentir y su dolor y se conecte con la grandeza de tener madre, de que esta madre le dió la vida, la crió, la educó, la cuidó a su manera...
La cliente trata de decir algo pero se muestra claramente que lo dice sin sentir, pero se le invita a seguir en esa posición más tiempo y, al poco, reconoce lo que realmente brota en su interior: una profunda e intensa rabia hacia su madre.
“Permítete decirle a tu madre lo que sientes, ahora puedes hacerlo” –dice el facilitador
La cliente no tarda en proferir, llorosa y dolida: “Mamá, te odio”.
Después se saca a otra representante para la abuela de la cliente. Enseguida provoca un cambio en la actitud de la madre. Ésta la mira con temor. Dice que le produce mucho frío en el cuerpo.
Queda claro que la madre sintió hacia la abuela lo mismo que la cliente hacia su madre.
La cliente puede comprobarlo y constatar que tampoco su madre recibió amor, por lo que le fue imposible transmitirlo. La cliente reconoce que, a veces, en sus relaciones le sale esta misma vena, dura y autoritaria.
Entonces el facilitador vuelve a colocar a la cliente frente a su madre:
El facilitador pide a la mujer que observe su cuerpo, lo que siente, que se centre en las partes específicas que siente enganchadas al dolor y la separación con su madre.
Después invita a la mujer a que con cariño y determinación vaya cortando con estas sensaciones, ayudándose de gestos o palabras si es necesario.
Al tiempo que se le invita a que diga algo que le reconecte con su madre, le lleva tiempo... durante este proceso la mujer va asintiendo a realidades como que su madre es la persona que le dió la vida, que en la educación y cuidado hizo lo que pudo, lo que fue capaz; y que ya no puede seguir lamentándose ni esperar nada de ella.
“Mamá abandono este papel de víctima que he adoptado y dejo de exigirte nada. La vida que me diste es más que suficiente y con ella pienso hacer algo bueno”.
Y aún:
“Y, mamá, lo hago en tu honor”
Aquí la mujer se echa a llorar, con una emoción profunda, de liberación y reconciliación.