Las molestias banales que nos amargan la vida
En realidad no hay ni molestias ni dolores banales aunque así los considere, a menudo, la medicina convencional u oficial, también llamada alopática; que a lo sumo nos prescribe analgésicos y/o antiinflamatorios y/o antiácidos...
En estos casos lo que nos proporcionan son parches que enmascaran el problema. Parches que en la mayoría de los casos no son inocuos. Y entonces, entramos en la disyuntiva: ¿Tomamos los fármacos para aliviar el trastorno comprometiendo algún órgano del cuerpo, o no tomamos nada y sufrimos el dolor? Y ante esto la respuesta es clara “mal si ando, mal si no ando”.
Pues, el dolor, si bien es un aviso natural del organismo ante un desequilibrio, si se prolonga demasiado en el tiempo, puede provocar nuevos desequilibrios; además de afectar seriamente a nuestra calidad de vida. Pero, las soluciones a base de fármacos no son inocuas, especialmente si el proceso se prolonga en el tiempo.
En este punto quisiera aportar soluciones, teniendo en cuenta mi formación como farmacéutica y auriculoterapeuta.
Considero que los fármacos son una herramienta valiosísima para restablecer la salud. Sin embargo, en muchos casos se abusa de ellos olvidando que hay otras formas más inocuas y a su vez muy adecuadas para solucionar muchos trastornos de la salud. Una buena alternativa a los fármacos es la auriculoterapia.
Por ello, les quisiera hablar de la auriculoterapia, que consiste en el restablecimiento del equilibrio del cuerpo a través de la manipulación del pabellón auricular. Sus orígenes son inciertos, no está claro que haya sido en la Antigua China.
Si nos remontamos al siglo IV a. C. nos encontramos la obra de Bian Que (primer médico chino especializado en la terapia auricular) que explica cómo estimular el pabellón auricular para tratar determinadas enfermedades. Y, paralelamente, en ese mismo tiempo, Hipócrates (gran médico de la Grecia Clásica) aprendió durante su estancia en Egipto que disfunciones de las relaciones sexuales y fertilidad podían tratarse mediante incisiones de ciertos puntos del pabellón auricular.
Luego en el Antiguo Egipto, también se conocía y realizaba la terapia auricular. A mediados del siglo pasado, el neurólogo Paul Nogier dio un gran impulso a la auriculoterapia. De sus trabajos surgió una nueva escuela que originó, lo que hoy denominamos auriculomedicina. Esta difiere de las auriculoterapias clásicas en su cartografía y técnicas.
Actualmente conviven las auriculoterapias clásicas y la auriculomedicina de Nogier. Todas ellas son válidas si se utilizan con los criterios propios que caracterizan a cada una de ellas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) realizó, a finales del siglo XX, dos encuentros internacionales con el fin de llegar a un consenso en la nomenclatura de los puntos auriculares utilizados para el tratamiento y sus aplicaciones. Se encontraron muchos puntos comunes pero, como es lógico, no se consiguió una cartografía universal. Ya que la terapia auricular se puede realizar basándose en la medicina occidental así como en la medicina oriental. El historial clínico, diagnóstico y tratamiento habrá de ser consecuente con el tipo de medicina que consideremos.
La auriculoterapia se basa en que en el pabellón auricular está representado todo el organismo, tanto en su parte física como espiritual. No olvidemos que somos un todo complejo: cuerpo y alma. Por lo que la auriculoterapia es muy adecuada para tratar problemas físicos, psíquicos y psicosomáticos.
Y volviendo al tema de este artículo. Las molestias banales, como son, en muchas ocasiones, los dolores musculoarticulares, cefaleas y ciertas neuralgias, que nos impiden realizar nuestras actividades habituales y nos dificultan el descanso y por lo tanto nos amargan la vida, son procesos que generalmente hoy se solucionan con analgésicos y antiinflamatorios de forma semi crónica o incluso crónica. Siendo, ésta una solución dañina.
La auriculoterapia es muy adecuada para este tipo de dolencias al tener la capacidad de reducir, no solo las inflamaciones, sino también el dolor, evitando los costes de los efectos adversos de los fármacos.