Seis días a la semana de ashtanga. ¿Por qué?
Conocí el Ashtanga Yoga gracias a una profesora que venía a Alcalá a enseñarnos Hatha Yoga un par de días a la semana y un día nos sorprendió con este estilo dinámico. Como siempre había sido muy inquieta, en cuanto lo probé sentí que se acomodaba mucho mejor a mi manera de ser y yo a él, como si nos conociéramos de toda la vida.
La experiencia con esta profesora fue puntual y yo no conocía a nadie más que lo enseñara seriamente en mi localidad o cerca. Así que, aunque no sabía que el Ashtanga Yoga estaba estructurado para ser practicado seis días a la semana, me hice con un DVD de John Scott, recién publicado en aquella época, y empecé a practicar en casa cada día por mi cuenta.
En aquellos días, sentía que el Hatha Yoga (el cual incluye a todos los yogas que trabajan con posturas y que erróneamente usamos para describir solo un estilo suave que suele seguir la secuencia de Rishikesh) se me había quedado “corto”. Así que no me supuso ningún esfuerzo dedicar un rato al día a la práctica de Hatha y después al Ashtanga.
Mi inexperiencia, siempre curiosa y deseosa, me llevó a probarme a mí misma de diferentes maneras en la práctica, para darme cuenta de que el Ashtanga era realmente poderoso a todos los niveles. Pronto pude sostenerme con mis propios brazos enclenques en la postura de la plancha (Kumbhakasana) sin temblar e incluso bajar haciendo una flexión (Chaturanga). Aquellos avances significaron para mí algún tipo de magia que me enganchó a la práctica constante aunque, en realidad, el primer regalo del Ashtanga, mucho más valioso y más allá de lo físico, fue la disciplina para practicar cada día y/por sus maravillosos efectos. Cuando uno siente la fuerza de esta práctica, automáticamente sabe que no surge de la magia, sino de una práctica sólida e inquebrantable.
El Ashtanga tradicional se practica seis días a la semana en las clases llamadas estilo Mysore (llamado así por la ciudad donde vivió y enseñó este método su gurú Sri K. Pattabhi Jois). En estas clases, donde impera el silencio roto por las respiraciones suaves de los alumnos y la concentración, el practicante no sigue la voz del profesor sino su propia respiración: su verdadero guía. Esta metodología en donde el alumno aprende poco a poco la secuencia a su ritmo, facilita que el Ashtanga se adapte al nivel de cada uno y se convierta en una meditación en movimiento. Además, a través de la memorización de las posturas, el sonido suave y el control de la respiración, y otros elementos que intervienen en la práctica, se aumenta la atención hacia el interior donde se encuentra el verdadero objetivo del yoga.
El primer día de clase, el alumno solo hace unos cuantos Saludos al Sol (comienzo de este proceso meditativo y físico en el que se embarca). A medida que pasan los días, se van añadiendo posturas, una tras otra, dependiendo de diferentes factores.
El comienzo puede recordar al aprendizaje de una coreografía vacía, sin embargo, reúne todos los ingredientes para después recoger sus frutos desde la primera sesión. Los primeros síntomas del Ashtanga son la desaparición de dolor en la espalda, menos rigidez en los hombros, flexibilización de los músculos de las piernas o sueño más profundo y de más calidad, entre otros muchos. La mejora física se hace patente casi automáticamente, aunque no podemos olvidar las famosas primeras agujetas que el ashtangi rápidamente aprende a recibir como regalo del avance consciente que se está produciendo.
Las clases estilo Mysore dan la holgura necesaria al alumno, para que este pueda reconocerse a sí mismo y aprender a escucharse cada día. Así, paradójicamente, esta práctica repetitiva es cuanto menos monótona, ya que varía constantemente dentro de la misma secuencia. Esta cualidad de cambio, que solo se manifiesta cuando estamos atentos, nos ayuda a trabajar nuestro cuerpo y mente desde el respeto y la aceptación: unos días será más intenso, otros más suave.
De esta manera, la práctica de posturas se torna más íntima. Los sentidos se revierten hacia la respiración, como si esta fuese un metrónomo marcando un tic-tac constante que nos colma de paz mental y nos guía a través del movimiento. Los sentidos poco a poco son capaces de observar con más ecuanimidad las sensaciones y emociones, sin huir de las negativas o apegarse a las agradables, y cambiar día tras día patrones de comportamiento negativos arraigados profundamente en nuestro ego.
La primera serie de Ashtanga completa supone un gran reto por la fuerza interna y la flexibilidad necesarias y también por la calma que hay que desarrollar en muchas posturas para realizarlas. Algunas de ellas son “posturas clave” o “llaves” para pasar a la siguiente. En las posturas de pie, la primera “llave” que encontramos es Utthita Hasta Padangusthasana, un equilibrio sobre una pierna realmente exigente a nivel físico y mental. En las posturas sentadas, sin duda, el reto se encuentra en Marichyasana D en donde hay que realizar una torsión profunda con una pierna flexionada mientras se mantiene un medio loto en la otra. Esta postura requiere de una gran flexibilidad en la espalda y en la cadera que solo llega a través de una práctica continua y segura.
Quizás para muchos principiantes el hecho de pensar en practicar más de dos días a la semana sea un camino cuesta arriba, sin embargo, llegados a un punto, las posturas pueden resultar incluso contraproducentes si no son realizadas a través del método correcto. El avance a través de una práctica aleatoria y poco sólida pronto se ve ralentizado y su dureza aumenta a todos los niveles, por lo que es poco probable mantenerla en el tiempo si encontramos tantas dificultades.
Podemos encontrar miles de símiles para entender esto en cualquier actividad que requiera cierta disciplina profundizar como, por ejemplo, tocar un instrumento o correr una maratón. ¿Quién no ha salido a pasear o a trotar un poco alguna vez? Todo el mundo puede hacerlo cuando quiera porque es una actividad sencilla, incluso podemos plantearnos sin apenas entrenar hacer una carrera corta. Pero, ¿qué ocurre si queremos correr 42 kilómetros? Si no entrenamos y aun así la hacemos, la lesión estará casi asegurada si es que conseguimos llegar a la meta. Semejante distancia solo se puede conseguir y, lo que es más importante, disfrutar y aprender de ella, si entrenamos cada día. En el caso del Ashtanga, salvando las distancias con una maratón, no queda otra que aumentar los días o aceptar con estoicismo el estancamiento de nuestro crecimiento físico y espiritual.
Para hacer el camino más llevadero hacia los seis días sin torturarnos, podemos comenzar con dos o tres a la semana y observar los efectos en el cuerpo y la mente durante un tiempo. La práctica al principio no nos llevará más de treinta minutos, así que las excusas no son bienvenidas. Si nos sentimos seguros, podemos añadir más días de manera progresiva o consultar antes al profesor para que nos oriente.
Por otro lado, la auto práctica en casa es muy importante para desarrollar nuestra disciplina, pero muy peligrosa por todas las obligaciones y distracciones que nos rodean y la falta de voluntad inicial. Así que si no podemos asistir a una shala (escuela) para sentir y beneficiarnos de la energía del grupo y los ajustes del profesor, lo mejor es apagar el móvil y asegurarnos de que nada nos sacará de ese momento especial y único en el día que tenemos que aprovechar y agradecer.
El Ashtanga Yoga es un regalo, una práctica espiritual valiosísima que produce cambios a niveles profundos y que merece nuestro respeto. Por ello, lo que nos brinda no podemos reducirlo a una mera actividad física de dos horas a la semana como si fuera una clase de aeróbic (todos mis respetos hacia el aeróbic y demás actividades). Si realmente quieres saborear su poder, busca un momento en el día para incluir este ritual, en grupo o solo, desenrolla la esterilla sin cuestionarte si te apetece o no, toma una inspiración profunda y practica.
Series de Ashtanga Yoga
A continuación puedes consultar un conjunto de posiciones de Ashtanga Yoga creado por Bipin Baloni (haz clic para agrandar la imagen):
Namasté.