Háblales para amarse
La forma en la que los adultos hablamos a los niños tiene un gran impacto sobre ellos y su relación consigo mismo así como, en su capacidad de escucharse y a la larga de tratarse a sí mismo y a los demás.
Los padres y educadores estamos constantemente modelando a nuestros hijos o alumnos, consciente o inconscientemente, no solo en sus conductas y emociones, sino también en la forma en cómo construyen su diálogo interno con nuestras voces e interpretan lo vivido. Esa voz interna puede acabar determinando sus emociones, llegando a ser responsable de su estado anímico.
El yo interior es una creación propia de cada uno, originado fundamentalmente por nuestras experiencias vividas y por cómo han sido interpretadas por nosotros. Por ello, la manera de dirigirnos a ellos influye en su forma de pensar y hablar. De ahí la importancia de hablarles con respeto, cuidar nuestras palabras, que al ser oídas acaban por incorporar a su vocabulario e introducir en sus diálogos internos.
Nuestra forma de hablarles podría terminar así, formando parte de la configuración de sus pensamientos y en cómo el propio niño se trata a sí mismo a medida que crece. Trabajar con el hilo mental del niño es trabajar con uno de los principales focos del origen de la autoestima y la conducta infantil, posiblemente el más importante. Si este diálogo está presente de una forma tóxica en edades más avanzadas, se podría relacionar con distorsiones cognitivas, un autoconcepto negativo o falta de autoestima, siendo así relevante cuidar nuestra forma de comunicarnos con ellos y aprender a hablarles.
Es evidente que en este aspecto, el papel de los educadores y padres es fundamental, ya que durante los primeros años de vida de los infantes, sus experiencias van de la mano de los adultos. Mostrándoles, enseñándoles a actuar, comportarse, hablar... Y en nuestra intención comunicativa pocas veces ponemos el foco de atención en nuestras voces y en cómo nos dirigirnos a ellos.
Esa voz interna personal, formada en los primeros años de vida, no la distingue el niño de la voz de sus padres, cuidadores o educadores. A partir de los cinco o seis años el niño comienza a tener autonomía propia y las experiencias vividas, los mensajes y la actitud de los adultos, son fundamentales para el desarrollo de una relación interpersonal saludable.
Mantener una relación de horizontalidad con el niño, no sobreprotegerlo, marcar límites claros y ser consecuente con el incumplimiento de los mismos de una manera amable y respetuosa, ver los errores como oportunidades de aprendizaje, desarrollar un autoconcepto de responsabilidad, ausente de culpa y de miedo, motivarlo, evitar etiquetas limitativas, confiar en el niño, en su proceso de crecimiento... son, sin duda, herramientas que ayudarán a que esa voz interna no se convierta en un observador cruel, y propiciará a que el pequeño se sienta seguro y capacitado para afrontar los retos que la vida le ponga por delante, o los que ellos mismos deseen buscar.