Amable dictadura
Es un hecho que las personas campan estos días a su libre albedrío sin respetar las normas básicas de educación y civismo. Realidad cada vez más visible entre la población de las urbes y por tanto a la par alarmante y preocupante. Esto no es algo que se deba al coronavirus, ni a la pandemia mundial, ni a ninguna crisis, aunque todo esto lo haya agravado. No. Esto es algo gordo, algo que viene de lejos, de muy lejos, concretamente de casa. De la casa de cada uno, porque los hechos cotidianos de cortesía, saber estar y civismo son cuestión de educación, y actualmente, actos que ciertos individuos creen y adoptan como “normal” en realidad no lo son para nada. De hecho, nunca lo fueron.
El problema principal radica en que las personas confunden términos importantes, pues educación no es sinónimo de títulos colgados en la pared que, mucho me temo, en la mayoría de los casos están ganados a golpe de sobre bajo cuerda, contactos y/o favores personales como quedó demostrado hace ya algunos años. Lo que pasa es que de eso ya no se acuerda nadie en este país. Parece que eso pasó en otra época, una época de antaño cuando regalaban estudios universitarios y no universitarios a sorbo de café. Pero es real.
Como decía, se confunden términos ya que educación no supone ni es sinónimo de estudios reglados. Educación proviene etimológicamente de “educare” que significa criar, alimentar, con lo que en su origen y fuero interno la palabra hace referencia al hecho de dotar a los inexpertos-en esto de la vida-de una serie de herramientas, de recursos internos y de habilidades sociales que les permitan integrarse en la sociedad que los ha visto nacer y en la que luego tendrán que habitar.
Así las cosas, no puedo dejar de sorprenderme en presencia de acciones como echarse encima de las personas en las colas, haya o no pandemia. ¿Qué más da? (que por cierto, en España eso de las colas habría que estudiarlo pues no he visto jamás una como Dios manda). Pararse justo en el centro de la puerta que da acceso al establecimiento que sea, gritar constantemente como si fuera el equivalente de hablar, ir al gimnasio faltos de la higiene más elemental pero con ropa último modelo, dejar por norma los coches en doble fila, seguir toqueteando la fruta y el pan a mano pelada “a ver cómo están” y sin el uso de guantes. Dejar a los niños sueltos en los parques, playas y restaurantes “a lo loco”, y así un largo etcétera que es abrumador.
Me pregunto si el uso de la mascarilla nos ha vuelto más tontos, aunque claro, analizándolo todo detenidamente la mascarilla sólo tapa la boca y “SÍ” también la nariz, luego no consigo ver la correlación mascarilla-inteligencia. Pero de lo que sí estoy segura es de que el valor de la dignidad humana se está perdiendo a pasos agigantados y es lamentable. Y es que pienso que la honorabilidad, la grandeza y la estima de toda persona empiezan por sus modales, por su educación y su forma de hacer.
Todo ello me lleva a concluir que, si por sí mismo el humano no acata las normas básicas de educación para que pueda haber una coexistencia pacífica, habrá que imponerlo. Este hecho nos llevará a la exigencia y acatamiento de ciertas normas sí o sí que parecen ser lo único que entiende el humano “moderno”. Una especie de amable dictadura pero eso sí, con una gran sonrisa, algo del tipo: “¿no te pones la mascarilla por solidaridad y unión?, 100 euros de multa”. Estoy de acuerdo con Einstein, la estupidez humana parece ser infinita.
Supongo que la gente deberá encontrar beneficios en eso de los absolutismos. Yo no los veo, pero claro ¿acaso no es seguridad y orden lo que buscan la mayoría? ¿Sabe la gente si quiera lo que la palabra orden significa para los totalitarismos? Pero ¿qué pasa con los que sí somos capaces de autogestionarnos, los que entendemos el verdadero significado de la palabra libertad, los que ya cumplíamos las normas, los que no necesitamos que nos restrinjan porque ya usábamos guantes para coger la fruta antes de la pandemia, los que no abusamos de los recursos que pone a nuestra disposición el Estado? Parece que la gente está pidiendo a gritos (literalmente) un gobierno déspota, que lo meta en cintura, pero “que le dé un plato de comida”. Supongo entonces que no somos tan distintos de los perros que, originarios de la familia de los lobos, se vendieron por comida, vamos, su variante doméstica.
Mucho me temo que habrá que hacer un gran esfuerzo para poder poner al conjunto de la sociedad en armonía, si es que es posible. Se nos olvida de nuevo que el humano es social por naturaleza y eso hace que se vincule y conecte con otros de su misma especie. Todo ello reconoce, evidencia y explica la existencia de unas reglas mínimas y esenciales que regulen y normalicen dicha interacción social por el bien común y que, por tanto, estén a la altura de la supuesta condición humana. Con ellas no se pierde espontaneidad ni naturalidad. No dejamos de ser “auténticos”.
Dejemos ya de darle vueltas a los conceptos más básicos y comportémonos dignamente. No necesitamos volver al estado más animal, necesitamos una auténtica evolución al siguiente estadio: el hombre ético, el hombre digno.