La auténtica felicidad
Desde mi humilde punto de vista, todo ser humano tiene el derecho y al mismo tiempo la obligación de ser feliz. El problema es que este concepto es tan resbaladizo y tan escurridizo que me temo que difícilmente una sola idea sirva a todos por igual. Pienso que la mayoría de las personas lo asocian a la ausencia de sufrimiento, ya sea físico o mental, pero yo creo que el concepto va algo más allá.
Para mí, no es posible hacer una reducción “al Pedro Ximénez” de una idea tan compleja, no porque no lo sea en sí o porque yo no lo crea viable, sino porque sencillamente no va con la naturaleza intrincada y compleja del hombre. Según el principio de Ockham, la explicación más sencilla casi siempre es la más probable, aunque para ser justos, el fraile remataba esta misma frase añadiendo que dicha explicación no tenía por qué ser necesariamente la verdadera.
Dicho lo cual, todo se complica sin quererlo, pues su frase final es una prueba más que fehaciente de que es prácticamente imposible para el ser humano hacer las cosas simples. En otras palabras, su propia definición me avala.
Los “entendidos” en la materia explican la felicidad como ese ansiado estado de ánimo en el que uno se siente pleno y satisfecho. Pero claro, caben muchas cuestiones aquí.
Para empezar, habría que entender en qué planos se siente o necesita sentirse colmada cada persona, y cada persona es un mundo: ¿hablamos del plano personal?, ¿del social?, ¿quizá el laboral?, ¿o tal vez el sentimental? Existen infinidad de posibilidades y combinaciones al mismo tiempo. Yo sólo he citado algunas. Para muchos otros, la felicidad estaría ligada a la calidad personal de vida o al grado de bienestar que podría ofrecerle su entorno.
Luego, entraría en la misma ecuación el concepto de tiempo, porque claro, ¿si se alcanza, cuánto dura el estado de felicidad? La ciencia ha hablado con respecto a esta última cuestión, estimando que el plazo máximo aproximado y de forma continua que un ser humano puede disfrutar de ese ansiado estado de nirvana es de dos años. Pasado ese tiempo, debe buscarse otro estímulo, otro incentivo. Poquísimo tiempo me parece. Creo que esto demuestra lo fácil que es “acostumbrarse a lo bueno”.
Así pues, y a pesar de saber a ciencia cierta (nunca mejor dicho) que la suya no es una condición de plenitud indefinida, hay que reconocer que es un estado al que todos aspiramos a llegar. Supongo que el quid está en cómo adquirimos cada uno de nosotros ese estado, esa plenitud, esa sensación que nos embriaga y nos envuelve como ninguna otra en el mundo.
Para mí, todo se reduce a lo simple. Sí. Hablo de simplificar en el sentido de facilitarnos a nosotros mismos nuestro propio camino. Y aunque suene a cliché, siento confirmar que la auténtica felicidad no está en un amante, ni en un coche, ni en un trabajo. La verdadera felicidad reside en darse el tiempo necesario a uno mismo durante esta vida para saber con claridad a qué dedicarse, qué estudiar o no estudiar, con quien pasar algunos años o el resto de la vida, dónde asentarse o no asentarse en absoluto, hasta dónde llegar y cuándo seguir y disfrutar -entre mil cosas más- del tiempo dado con pequeños placeres cotidianos.
A pesar de la aparente simpleza del argumento, este proceso mental requiere tener un sistema interior de valores perfectamente conformado, equilibrado y estable, saber centrarse en el momento actual, sin olvidar aprender a entenderse y respetarse a uno mismo de verdad valorando cada cosa que tenemos.
Y siento decir que equilibrio, estabilidad, entendimiento y respeto son conceptos que están muy lejos aún hoy en el siglo XXI de ser verdaderamente entendidos y mucho menos puestos en práctica. Por eso lo sencillo es tan difícil.
Dejemos de lado las frases motivadoras con las que nos topamos a diario en redes sociales con millones de likes afirmando perogrulladas y tomemos acción. Sí, tomemos acción porque son los hechos, son los actos los únicos que pueden dar forma a esas ideas con las que nos topamos a diario y que nos llevarían a ser más felices y que, sin embargo, alejamos de nosotros mismos con nuestras confusas actitudes.
La felicidad está dentro de cada uno de nosotros. Cambia tu escala de valores. Que tu prioridad sea la sencillez, la naturalidad de corazón, de mente y de acto. Créeme, cualquiera de estos objetivos alargará tu felicidad mucho más de dos años, con permiso de la ciencia.