La magia de la sonrisa
Siempre hemos considerado que la sonrisa es, si no la única, al menos la forma más rápida, sencilla y natural de mostrar nuestra felicidad, nuestro bienestar y nuestro estado de ánimo. Y es que, aunque no siempre –pues a veces enmascara otra clase de sentimientos que nada tienen que ver con el regocijo y la felicidad- en general la sonrisa nos ha permitido no sólo demostrar inmediatamente nuestros sentimientos de dicha y alegría sin tapujos, sino captar y entender los mismos en las personas que nos rodean. Y eso era magnífico, o al menos eso creíamos, hasta que llegó la era de las mascarillas y empezamos a pensar erróneamente y poco a poco que los motivos para sonreír se nos escapaban de las manos.
Haciendo un inciso y analizando las cosas detenidamente, pues tiempo he tenido, siempre he creído que a pesar de todo lo que ha sucedido, las intenciones del año 2020 no eran tan malévolas como en principio pudieron parecer. De hecho, creo que es y será recordado eternamente como un año trascendental para todos nosotros, pero no por las adversidades, sino por las oportunidades que nos ha presentado encima de la mesa. Y no sólo diría trascendental, me atrevería incluso a decir metafísico, pensando con enorme fe que las intenciones siempre han sido las de cambiarnos para mejor, por dentro y por fuera. Ahora bien, ver oportunidades donde otros sólo ven dificultades es cuestión de carácter. Interpretaciones constructivas sobre una misma realidad.
Dicho esto, creo que sigue habiendo motivos más que suficientes para sonreír. Revalorar cada cosa que tenemos, apreciar la naturaleza que nos rodea y el mundo que habitamos, comenzar a perder el miedo, traspasar los propios límites, dejar de poner fronteras (a uno mismo y al resto), reinventarse en alguien mejor. Sí, motivos hay para sonreír. Quizá de otra forma. Cada uno a su manera, pero siempre llevando la situación al propio terreno, a los dominios de cada uno, de modo que podamos tomar lo mejor de cada situación y transformarla a nuestra propia y mejor conveniencia. Y además, si te paras un momento a pensarlo, el hecho de llevar mascarilla no te obliga a tener que estar mostrándote constantemente feliz, lo cual por otro lado –aunque muchos lo hagan- es algo completamente irreal. Eso queridos, por mucho empeño que algunos le pongan, no existe. Y es que ser uno mismo no tiene precio. Así que, quizá sea el tiempo de relajarnos, de rejuvenecernos por dentro, de tener un mal día sin tener que estar fingiendo, de poder ir a trabajar sin tener que aparentar nada más (y nada menos) que lo que uno es, o de tener una entrevista laboral sin la presión de parecer los más dichosos del planeta. Ya no hay que sonreír para parecer “dignos de confianza o ser más accesibles”, como dicen los estudios que, por cierto, nótese el uso del verbo parecer…
Ahora la magia de la sonrisa está en que puedes regalarla a quien verdaderamente lo merece, primero a ti mismo cada mañana y luego a quien más te apetezca, a quien te haga sonreír con sólo mirarlo. Y es que nadie se había dado cuenta de que la auténtica sonrisa está en el alma y se manifiesta a través de los ojos, que son el espejo de nuestro yo más íntimo y personal. La honestidad y la sinceridad rezuman cuando son los ojos y no la boca los que sonríen. La sonrisa de los ojos es incontrolable y revela el verdadero optimismo, así como la valentía y la fuerza con la que la persona afronta la realidad que le rodea.
Aceptémoslo. La sonrisa dejará de ser la armadura con la que protegernos del exterior. Nunca más será el escudo para no enseñar y hacer palpables que a veces también sentimos y experimentamos otras sensaciones que no son dichosas. Al fin y al cabo somos humanos. Ahora, sonríeme con la calidez y la sencillez de la sabiduría que muestran tus ojos con el paso de los años. ¿No es mágico?