Eudaimonia lo llaman
¿Recuerdas cuando de pequeño te mirabas al espejo y soñabas con lo que serías, con quién llegarías a ser? ¿Recuerdas cuando pensabas en quién te convertirías? ¿Te recuerdas de verdad, con una enorme y preciosa maleta cargada de ilusiones y esperanzas? El objetivo primordial de ese viaje que estaba a punto de empezar no era otro sino alcanzar la propia felicidad.
Motivación. Sólo necesitabas motivación, alta motivación. Motivación para luchar lo suficiente hasta convertirte en la persona que estabas destinada a ser. Motivación y trabajo duro para alcanzar tus sueños y tu felicidad, obviamente mezclado todo ello con la ilusión de empezar y desconocer todo lo que la vida estaba a punto de traerte, junto con unas gotitas de confianza, ganas y una pizca de fe. Motivación que debe haber sido transformada con el paso de los años en orgullo personal por lo que ahora eres, por la persona en la que hoy te has convertido, por el crecimiento propio único e íntimo. Tiene un nombre y viene de lejos. No podía ser de otra forma. El hombre y su imperiosa necesidad de clasificarlo todo. Eudaimonia lo llaman, el florecimiento personal.
Pero indagando un poco, si nos adentramos en el concepto, la idea que encierra va mucho más allá del progreso y el desarrollo personal. Es toda una filosofía sobre el bienestar, la búsqueda y el alcance de la propia felicidad. Y si me equivoco, que le pregunten a Aristóteles. O bueno, mejor dicho, que busquen en sus escritos, que de momento no podemos hacer otra cosa. Y digo de momento; espero no encontrarnos en un futuro con recreaciones virtuales de personajes en un lugar que, los que lleguen a vivir esa época, hablen vagamente sobre ciertos rumores lejanos de una tal biblioteca...
Aunque resulte difícil creerlo –según para quién, claro-, para esta filosofía la felicidad se encuentra en el desarrollo espiritual de la propia persona, en las conexiones y relaciones personales e interpersonales que el individuo sea capaz de desarrollar a lo largo de su existencia. Yo diría en el arte de saber perfeccionarse por dentro. En el arte de saber conseguir una vida interior plena y llena de significado para su portador. Algo así como un camino que recorrer -la vida- que permita alcanzar la sabiduría necesaria para desarrollarse y evolucionar plenamente. Una cuestión de estadios o fases, como quieran.
Entiendo que por eso es tan importante escucharse y conocerse a uno mismo, conectar con uno mismo. Y hablo de una conexión real, no de pega. De nada sirve hacer yoga hecho un figurín si por dentro la persona está hueca. Aún a riesgo de desviarme un poco del tema central, no puedo evitar preguntarme en este momento si se podrá ser espiritual con un iPhone en el bolsillo, ya me entienden. Ustedes me dirán. Pero bueno, exista o no la anterior correlación, lo que esta filosofía propone es una búsqueda interior propia, con el objetivo de desentrañarse a uno mismo, pues al final del laberinto estará esperando la felicidad.
Si de algo adolece este mundo es de felicidad y paz interior personal, por eso las consultas están llenas, repletas de seres humanos perdidos, náufragos intentando buscarse a sí mismos sin saber si quiera por donde empezar. Irónico resulta que las respuestas hayan estado a nuestro lado desde casi el principio de los tiempos. Supongo que seguimos sin escuchar. Mi mente entiende que esos náufragos lo son porque buscan donde no deben: más trabajo, más esfuerzo, más dinero, más deporte, más comida, más tecnología, más, de todo más. Mucho más.
La receta para una vida feliz, sin embargo, me temo que es diferente, como acabo de desgranar en estas líneas. Quizá este proceso sea lento para generaciones frustradas y perdidas por la necesidad de la inmediatez, pero es un camino seguro, innegable, inequívoco. Un viaje al mismísimo centro del propio universo. Pero “qué demonios, la mejor victoria es la victoria sobre uno mismo”...