Impaciencia, ¿innata o adquirida?
En una época donde la tendencia es la inmediatez, saber esperar se hace complicado. Resulta que hoy todo tiene que ser ya. Vivimos en los tiempos de la rapidez absoluta y la consecuente tolerancia cero a la frustración. Vivimos en la época de la satisfacción, la recompensa y el placer automáticos. La prisa se impone con mano dura y cruel.
La sociedad se ha tornado en un enjambre de quehaceres continuos que no dejan lugar a la propia existencia. La presión de cumplir y de obtener apenas dejan aire. Sí. La presión se palpa en el ambiente, “cultura de la inmediatez” la han bautizado. A mí sin embargo, me suena más a cultura de la imposición, a cultura de la coacción. No obstante, tengo buen perder y reconozco cuando estoy delante de todo un apuesto eufemismo.
Una pena la verdad. Toda una pena, pues no creo que las cosas vuelvan atrás. De otro modo, las páginas no podrían seguir hablando de nuestra supuesta y ansiada evolución. Aunque quizá la cosa no esté en volver atrás, ni esto sea una evolución en toda regla. Tal vez se trate sencillamente de cambiar de dirección y, por supuesto, como ya he mencionado en más de una ocasión, no estaría de más aderezarlo todo ello con una redefinición del concepto de evolución, además de añadir a la ecuación el precio a pagar por el modernismo de dicho “progreso”. Resultados dignos de estudio. Sin duda.
Como quiera que sea, la única certeza es que esta inmediatez nos ha llevado a la dañina y más que ponzoñosa impaciencia. Otro virus menos estudiado pero igual de letal. Ya saben a lo que me refiero. La vida no se paralizó por ello, pero debería haberlo hecho cuando aún pudo. Será cosa del nombre que le hemos puesto, que a veces engaña. Sin embargo, bajo su manto y su increíble poder, los seres humanos hemos perdido, primero, la noción del tiempo -y que yo sepa, no tenemos ningún otro bien tan preciado y tan limitado como ese- , y segundo, nos hemos convertido en víctimas perfectas de la recompensa y del incentivo inminente. Las consecuencias sobre nuestra vida, nuestra identidad y nuestro bienestar son los únicos detallitos que se nos han escapado en esta -aparentemente brillante- fórmula.
Todo ello está forjando de forma lenta pero segura, el caldo de cultivo perfecto para que las personas desarrollen cada vez más ansiedad y depresión, entre otras afecciones mentales claro. Las personas cada vez están menos preparadas para las frustraciones continuas que la vida se empeña en regalarnos incesantemente. Así, estamos en la cultura de la frustración, de las expectativas desmesuradas, de la intolerancia y de la intransigencia. Eso como poco.
Y he aquí la cuestión.
Entonces la impaciencia, ¿se adquiere o nacemos con ella?
Definitivamente se adquiere. De serie podemos ser inquietos, impulsivos o temperamentales. Pero -y que aquí me perdone Hawking porque yo soy más de Kant- el concepto del tiempo es una creación humana, o al menos tal como lo entendemos y lo utilizamos en nuestro día a día. O será que tampoco hay tiempo para interrogantes tan metafísicos.
La paciencia no sólo se puede desarrollar, sino que se puede trabajar hasta en los casos más extremos. Con paciencia, valga la ironía. Nuestro contexto social nos está transformando y nos está devorando y lo estamos pasando todo por alto como si nada. Todas en general y las nuevas generaciones en particular rezuman auténticos hedonistas; niños que ven cumplidos todos sus deseos sin el mínimo esfuerzo. Los adultos al cargo tienen un gran reto por delante. Otro más: hacer entender que las cosas cuestan esfuerzo y llevan su tiempo. Y los propios adultos que aún no lo sabían, ahora tienen algo más en lo que trabajar. Y es que todo está al revés. Hemos convertido en sinónimos dos que no lo son: vivir en el tiempo presente y no pensar en el mañana. Pero mucho me temo que son ideas bien distintas.
El tiempo se te acaba y cada vez que eres impaciente con alguna situación, estás dando a entender que la felicidad no sólo no te acompaña en ese momento, sino que se te escapa entre los dedos. De otra forma, dejarías actuar al tiempo que, aunque no lo creas, en la mayoría de los casos lo hace a tu favor. La impaciencia no acelera ni apremia la situación en cuestión. Así que, ámate y no malgastes tu tiempo que “es el bien del que está hecha la vida”...