Acompañar a las personas mayores en la última etapa vital
En primer lugar, habría concretar un aspecto difícil de definir, como es el momento en que empieza la última etapa vital. Este es de gran importancia, ya que se necesita delimitar un marco de actuación y las diferentes peculiaridades de esta etapa. Incluso tener una visión individualizada, tanto de las propias personas como de las diferentes configuraciones de grupos da una visión más completa.
Son diferentes las teorías que estudian los ciclos evolutivos y sería una tarea tediosa intentar delimitar en este articulo esta etapa, ya que depende de diferentes factores; sociales, biológicos, familiares e individuales. Por lo tanto, en el presente trabajo tomamos como referencia el marco residencial donde las personas mayores que ingresan pueden estar en un momento del ciclo evolutivo concreto y diferente, ya que hay personas con mayor esperanza de vida y mayor grado de autonomía dentro de un mismo recurso.
Estas situaciones hacen que aun considerando que estas personas están en su última etapa vital las situaciones de los residentes son diferentes y se pueden agrupar en diferentes grupos. Así delimitamos como espacio de investigación y posterior propuesta de intervención, en vez del ciclo vital, el espacio compartido, por haber dentro de este espacio un componente social y sanitario de poderosa influencia que agrupa a todas estas peculiaridades bajo un mismo paraguas: Las residencias de mayores.
Podemos observar como el envejecimiento de la población, debido a la mejora de la calidad de vida, se ha convertido en un asunto de gran relevancia en una sociedad que esta envejecido más, hasta el punto de convertirse en un factor de preocupación y repercusión política, socioeconómica y cultural. Esto representa un desafío para las personas mayores, la familia, las instituciones y la sociedad, que están involucradas en “acompañar” en este proceso. Irrevocablemente, este proceso natural lleva al hecho de afrontar la última etapa del proceso vital humano, la muerte y el duelo.
Entre tanto, no abarcarlo adecuadamente tiene consecuencias negativas, su alto costo económico, humano y social. El total de población de Euskadi es de 2.194.158, de estos, el 21,7% son personas mayores de 65 años (476.115 personas). El total de plazas ocupadas por personas mayores en residencia de mayores en la totalidad de la comunidad autónoma de país vasco es de 20.495. En Guipúzcoa 5608, en Alaba 3.038 y en Vizcaya 11.859 (Abellán, Ayala, Pérez, y Pujol, 2018).
En la actualidad, el índice de personas mayores y mayores dependientes va en aumento. Esto induce a la necesidad de desarrollar programas de mejora de asistencia que no solo se limite al campo más fundamental de las necesidades humanas asistenciales (seguridad, limpieza, alimentación, medicación, etc.), también las existenciales (ser oído, manifestar sus opiniones y mundo emocional, formar parte de…).
En este sentido, abarcar la última etapa vital y la muerte es fundamental para naturalizarla y dar un giro en la perspectiva de cómo se envejece rompiendo los falsos mitos y estereotipos.
El carácter negativo de hacerse mayor como sinónimo de dependencia y degenerativo no ayuda. Esta perspectiva debiera balancearse hacia la consideración de que hacerse mayor no tiene por qué significar perder la autonomía y la calidad de vida; no deberían perderse de vista factores positivos que conlleva hacerse mayor. Para esto es necesario que haya una formación desde la base: la educación. Una educación que contemple y promocione los factores positivos de hacerse mayor y que dé un lugar positivo al hecho irremediable de afrontar el término del ciclo vital, no como un fin, sino como un cambio.
Además, es necesario ser conscientes de las falsas creencias. La dependencia evoca carencias e insuficiencias de la propia condición humana. Porque somos seres psico-biológicos y, sobre todo porque somos entes sociales. Somos dependientes (etimológicamente el término proviene del latín pendere - pender de algo -, y esa circunstancia nos acompaña en nuestro devenir desde la cuna a la tumba. Podría decirse con mayor propiedad que más que dependientes somos interdependientes en todos los aspectos de la vida. (Rodríguez, 1998, p. 33)
Los seres humanos somos seres sociales y envejecer es también un hecho social. Crecer es una aventura. Los científicos han descubierto nuevos procesos que experimentan el cuerpo y la mente en su desarrollo y maduración. Durante la vejez, el cerebro comienza a crear conexiones nuevas para compensar aquellas que desaparecen con el paso del tiempo. (La Noche Temática, 2019). En el programa "La Noche Temática" de RTVE en el documental "Descifrar la Conciencia" del 11 de mayo de 2019, se constata que se debe considerar que la conciencia es un hecho comprobado que está poderosamente influenciado en la forma en que se entrena principalmente el cerebro, como nexo neuronal de todo el cuerpo. Somos lo que pensamos que somos. Sin embargo, en general. En este sentido la sociedad como macrosistema, tiene el foco puesto en lo negativo, en cómo envejecimiento es sinónimo de dependencia y deterioro.
Según el propio informe mundial sobre envejecimiento de la OMS (2015), en el envejecimiento se producen numerosos cambios fisiológicos fundamentales, aumenta el riesgo de enfermedades crónicas, y finalmente, se llega a la muerte. Después de los 60 años, las grandes cargas de la discapacidad y la muerte sobrevienen debido a la pérdida de audición, visión y movilidad relacionada con la edad y a las enfermedades no transmisibles, como las cardiopatías, los accidentes cerebro vasculares, las enfermedades respiratorias crónicas, el cáncer y la demencia. Con esta perspectiva balanceada al hecho negativo de hacerse mayor, “las personas” están auto profetizando su deterioro y su dependencia. Así, se puede considerar que envejecer es un hecho socialmente condicionado.
El cambio de valores en nuestra sociedad actual en la que la juventud, la productividad, la salud son valores en alza, el anciano, enfermo con frecuencia dependiente e improductivo, es infravalorado y a veces resulta una “molestia” para familias nucleares con dificultades para cuidar al anciano. Sin duda los factores sociales y culturales están implicados, pero también otros, familiares e individuales. (Fernández, 2003, p. 2)
En el marco social actual, hacerse mayor se ha convertido en una condición desvalorada, desfavorecida y “despreciada”, en el sentido que se deja de tener un papel activo y se convierten en una carga. La familia tradicional que antes se ocupaba de los cuidados de los mayores ha disminuido drásticamente. Una sociedad que se individualiza más y más deja descompuesta la estructura familiar que se ocupaba del cuidado. Cada día son más los mayores en la soledad de sus casas, o que terminan “aparcados” en una residencia.
El hecho de ser mayor se ha convertido en un estigma social. Según van pasando los años y la persona envejece el estigma se va embruteciendo hasta en punto de ser objeto de una “violencia socialmente construida”, donde se cosifica al ser humano. Esta cosificación no solo roba la dignidad a los mayores, también deshumaniza la sociedad. Finalmente, la creencia de una sociedad resulta ser un factor fundamental en la manera de abordar socialmente el hecho de envejecer y cómo se abarca el final del proceso vital.
Si hacerse mayor es un hecho estigmatizaste, afrontar la muerte va en una dirección paralela. Un hecho significativo en la sociedad actual es el edadismo y la infantilización. En ese sentido, Pinazo (2013) aseguró lo siguiente: Los profesionales de la medicina, los equipos encargados del cuidado, los políticos, los investigadores y la sociedad en general pueden incrementar el riesgo de maltrato al mantener estereotipos negativos hacia la vejez.
El edadismo puede contribuir también a una disminución de la autoestima y autoeficacia, lo cual a su vez incrementa la vulnerabilidad al maltrato y reduce las posibilidades de encontrar apoyo. (p. 259)
Por otra parte, el habla infantilizadora puede ser considerada como una forma de maltrato emocional o negligencia cuando se utiliza en las relaciones con las personas mayores. Se tipifica al hablarles y tratarlos como si fueran niños. Esta postura refuerza la dependencia emocional del mayor, los empuja aún más a hundirse en el proceso dependiente. Refiere el uso de un vocabulario muy simplificado, acompañado de voz aguda incluso estridente y habla lenta, con excesivo énfasis en ciertas palabras y un uso muy elevado de imperativos, preguntas y repeticiones, utilización del nombre del residente, un diminutivo o términos excesivamente cariñosos como “cielo”, “encanto”, “cariño”, “bonito”... la mayor parte de ellos usados en el habla infantil, favorecen de una manera evidentemente inconsciente el refuerzo de comportamientos o actitudes dependientes y fomentar el aislamiento y/o la depresión. (Pinazo, 2013, p. 264)
No cabe duda de que la infantilización a las personas mayores les roba su dignidad y merma su participación horizontal en cualquier proceso que pueda ser de vital importancia para ellos, como afrontar la última etapa del ciclo vital.
Estos fenómenos han despertado cierta alarma desde sectores sociales sobre creciente peligro del maltrato de las personas mayores. De acuerdo con el estudio de prevalencia de malos tratos a personas mayores en Euskadi del Departamento de Asuntos Sociales del Gobierno Vasco, Sancho, Pérez-Rojo, Barrio, 11 Yanguas, Izal, (2011) solo el 0,9% de las personas mayores de 60 y más años entrevistadas, declaran recibir algún tipo de malos tratos. Los entrevistadores han percibido sospecha de malos tratos en un 1,5% de los casos, todos ellos no declarados por el entrevistado. De estos son malos tratos psicológico (0,5%), seguido de la negligencia (0,2%) y los malos tratos físicos y sexuales (0,2%).
Entonces, si se pretende acompañar adecuadamente y en el respeto de los derechos humanos a los mayores, se debería empezar a romper todos estos prejuicios, a cambiar el modelo social de consumo y de producción, por un modelo de cuidado basado en el valor humano.
El acompañamiento en el duelo como parte íntegra de los cuidados paliativos ha avanzado mucho en cuanto a la disposición de recursos para cubrir necesidades asistenciales de las personas mayores. En contraposición, hay una alta tasa de soledad entre las personas mayores, personas que no tienen un acompañamiento en sus necesidades existenciales en la última fase de la vida. Se asiste el estrato más básico de las necesites humanas y se deja un poco de lado otras (ser oído, manifestar sus opiniones, inquietudes y mundo emocional, formar parte de…).
En este sentido, los trabajadores sociales, junto con otros profesionales, y las políticas sociales, trabajan para aportar soluciones a través de poner en marcha la legislación internacional y nacional vigente, y aportar soluciones a través de planes, proyectos y programas adecuados.
El duelo es un proceso doloroso por el que irremediablemente pasan las personas y que incide poderosamente en la sociedad. En la actualidad el tema de la muerte se rechaza, se evita, incluso en áreas donde es un hecho cotidiano, por ejemplo, en el área de la salud. No se educa para la muerte, por lo que no se nos proporcionan estrategias que ayuden a afrontar de la mejor manera posible dicho acontecimiento. (García et al., 2016, p. 1)
De tal modo, hay que disponer recursos para realizar un buen acompañamiento. Aunque al principio hay que pagar las tasas de los primeros “ensayos”, como ha pasado en la historia de la investigación científica, esto no es una excepción. Sin duda, los primeros pasos cuestan más, hasta que se comienza a tener un cierto equilibrio nacido de la experiencia: el ensayo. En esta instancia, Astudillo, Pérez, Ispizua y Orbegozo (2007) expusieron cómo en el marco normativo sobre la atención y los derechos de las personas mayores está la Ley 39/06 establece el derecho que tienen las personas a que se les otorgue prestaciones y servicios, y que se gradúan según el índice de gravedad de su situación de dependencia, de acuerdo con la valoración pertinente.
Previamente a esta aprobación, se elaboró el “Libro Blanco de Atención a las personas en situación de dependencia en España” (2005), en el que se puede ver la variedad de campos que se consideran, entre ellos los referentes a la dependencia de las personas mayores.
Ahora bien, la OMS (Organización Mundial de la Salud) orienta los cuidados paliativos hacia los siguientes objetivos:
- Reafirmar la importancia de la vida, considerando a la muerte como un hecho normal.
- Establecer un proceso que no acelere la llegada de la muerte ni tampoco la prorrogue.
- Proporcionar alivio del dolor y de otros síntomas angustiosos.
- Integrar los aspectos psicológicos y espirituales del tratamiento del paciente.
- Ofrecer un sistema de apoyo a los pacientes para que puedan tener una vida lo más activa posible hasta que sobrevenga la muerte.
- Ofrecer un sistema de apoyo a la familia para que pueda afrontar la enfermedad del paciente y sobrellevar el periodo del duelo (Astudillo et al., 2007).
También, hay que considerar que el acompañamiento en la última etapa de la vida es parte de los cuidados paliativos. Esta consideración aporta una visión integradora a los cuidados paliativos, quitándoles peso “estigmatizador” y creando un nexo de unión y visibilizarían social de la muerte como parte natural de la vida.
En este orden de ideas, la sociedad europea ha logrado desarrollador recursos para poder ayudar a cubrir estas necesidades: residencias de mayores, centros de días, hogares de jubilados. Proyectos como Ciudades Amigables (1) e iniciativas recientes en el campo privado como son las Co-housing (2). Estos espacios se han creado desde una perspectiva de innovación e investigación. Es una fuente de desarrollo en la mejora que debería formar parte de los proyectos sociales. Aquí, la importancia de seguir caminando en la implantación de las buenas prácticas paliativas que la OMS propone, especialmente los tres últimos objetivos expuestos necesitan mayor implantación.
La sociedad crece en humanidad en la medida en que se rompen tabús y estereotipos que no tienen sentido en la actualidad. Tabús que comprimen, que hacen de prisioneros emocionales y físicos, y que llevan a una muerte antes de morir. No hablar de la muerte, ocultarla, desnaturalizarla no hace crecer en humanidad, por lo que se necesita crecer y “creer”. No es la muerte la que mata al ser humano, sino la falta de sentirse vivo y autónomo en decisiones. Si esta autonomía de decisiones falta, está la memoria de la persona que ha callado. Los familiares, los amigos, los acompañantes y los trabajadores de lo social tienen la obligación de hacerla respetar y valer sus derechos, a través de acciones apoyadas en las políticas sociales y la legislación vigente.
En suma, no se puede incidir en un buen trato a través de programas si antes no se trabaja en la reducción del mal trato. No puede existir un buen trato en el maltrato. En la medida en que se “naturalice” el envejecimiento y se camine hacia un envejecimiento activo participativo en la sociedad, se incide en el buen trato, y en los costes económicos y sociales, entonces, se verán reducidos.
1) Co-housing: Casas para envejecer con amigos: Se trata de una comunidad formada por personas mayores que comparten servicios comuniones, actividades sociales, comedores.
2) Ciudades amigables: Basada en este enfoque de la OMS hacia el envejecimiento activo, el propósito de esta guía es lograr que las ciudades se comprometan a ser más amigables con la edad.
Nota: Si alguien desea las referencias bibliográficas puede ponerse en contacto conmigo.