Aikido
Resumen de Aikido
El Aikido, que es un arte que hunde sus raíces en la casta guerrera de los samuráis japoneses y que por consiguiente se estudia partiendo del conflicto físico o corporal, interesa en muy distintos ámbitos del mundo moderno por su original y pacifista gestión del conflicto.
Su objetivo es el control pacífico de las situaciones, por eso forma parte del programa de formación de la policía antidisturbios de Tokyo y de numerosos programas de gestión de la rabia y la agresividad.
En la actualidad, los conceptos e ideas del Aikido se aplican en todos los ámbitos de la actividad humana en que el conflicto esté presente, sea conflictos entre individuos, entre grupos, en el seno de organizaciones o conflictos que tengan que ver con procesos de cambio, por cuanto el cambio no deja de ser un conflicto entre lo nuevo y lo viejo.
Aikido en detalle
¿Un arte marcial pacifista y de efectos terapéuticos?
El mundo de las artes marciales y los deportes de combate - y su correlato, el mundo de la defensa personal o autodefensa - goza para muchísimas personas de una indudable mala reputación como algo violento. Y hay que admitir que se la ha ganado a pulso. Más golpe a golpe que verso a verso.
La imagen más popular de las artes marciales orientales es la de las películas de kung fu: brutalidad, alaridos, machismo, extrema violencia: sangre, sudor y lágrimas. Sin embargo, no todas las artes marciales responden en realidad a ese cliché: existe el Aikido.
El Aikido es la respuesta para aquellas personas que son al mismo tiempo pacifistas convencidas (y que, por consiguiente, tratan de resolver sus conflictos sin ningún tipo de violencia), pero que también sienten una innegable fascinación por las artes marciales. Su modelo, consciente o no, es el Boddhisattwa, el guerrero de la paz. Desde San Jorge hasta la Doncella de Orleans. El arquetipo caballeresco del guerrero pacífico coexiste en el interior de cada cual junto al niño que una vez fuimos y junto al ser de luz que seremos si lo cultivamos.
El Aikido es un arte marcial de origen japonés que aborda el conflicto no buscando la derrota sin paliativos del adversario, sino que todos quienes participan del enfrentamiento, agresores y agredidos, salgan de él indemnes, habiendo abandonado su intención agresiva y con nuevas posibilidades de arreglar las cosas sin violencia.
El Aikido no evita el conflicto; pero lo aborda terapéuticamente como una ocasión de crecimiento y de consolidación del pacifismo.
El Aikido, que es un arte que hunde sus raíces en la casta guerrera de los samuráis y que por consiguiente se estudia partiendo del conflicto físico o corporal, interesa en muy distintos ámbitos del mundo moderno por su original y pacifista gestión del conflicto. El Aikido es el resultado de la transformación de un conjunto de técnicas de guerra en un arte corporal y mental que constituye una filosofía práctica y eficaz de resolución pacífica de los conflictos. Y eso es gracias, también, a que el Aikido desarrolla unas potencialidades y unos recursos que noventa y nueve de cada cien personas ignoran que poseen.
Su objetivo es el control pacífico de las situaciones, por eso forma parte del programa de formación de la policía antidisturbios de Tokyo y de numerosos programas de gestión de la rabia y la agresividad.
En la actualidad, los conceptos e ideas del Aikido se aplican en todos los ámbitos de la actividad humana en que el conflicto esté presente, sea conflictos entre individuos, entre grupos, en el seno de organizaciones o conflictos que tengan que ver con procesos de cambio, por cuanto el cambio no deja de ser un conflicto entre lo nuevo y lo viejo.
Es una historia apasionante que esbozamos a continuación.
El Aikido procede del conjunto de técnicas de combate que utilizaban los samurais cuando se veían obligados a actuar sin blandir su arma fundamental, la katana o espada japonesa. Ello podía ocurrir cuando su código de conducta no los autorizaba a usarla - como, por ejemplo, cuando en el ejercicio de funciones más bien policiales debían enfrentarse a un no samurái - o bien en situación de batalla, cuando tenían que combatir a pie no disponiendo de armas largas. Teniendo en cuenta que a cada vástago de una familia samurái se le ponía ceremonialmente una katana en las manos al cumplir los cinco años de edad (primero era de madera, luego de metal sin filo y al final ya afilada), se entiende que el tipo de combate sin armas que practicaban los samuráis se basará en utilizar brazos y manos como si de espadas se tratase.
Otro dato pertinente es el tipo de esgrima que se desarrolló durante los dos siglos y medio que precedieron a la forzada apertura comercial del Japón al mundo, provocada por llegada del comodoro estadounidense M. Perry a las costas niponas el 8 de Julio de 1853, en una clásica demostración de la diplomacia de las cañoneras. La esgrima de ese período ya no es la típica de las batallas campales. Ya no hay ni cargas de caballería, ni armaduras, ni escudos, ni oleadas de samuráis acometiéndose a muerte. Lo que hay en ese período son enfrentamientos limitados entre clanes o duelos personales; es decir, samurái contra samurái sin protecciones y con una espada que hacía las veces de espada y de escudo a un tiempo. A la fuerza tenía que cambiar.
Y otro dato adicional: además de la transformación del contexto bélico, en ese período se da un gran progreso de la metalurgia, que logra manufacturar unas espadas ligeras, resistentes y extremadamente afiladas, cuya mera presencia genera una manera de moverse y de estar en el combate en la que la fuerza bruta deja de ser el elemento que decide la victoria; la técnica y la fuerza mental cobran primacía. En este sentido, las técnicas sin armas de los samuráis también evolucionaron desde una lógica del golpe a otra del corte, como apunta Yoshigasaki Sensei, Doshu de Ki no Ken Kyu Kai Association International.
Ocurre lo siguiente: en una acción de golpeo la dirección de la fuerza y la dirección del movimiento coinciden, lo cual exige y refuerza una actitud mental muy agresiva, rígida, concentrada y poco adaptable a las modificaciones sobre la marcha. Un martillazo, un disparo de arma de fuego y un cross de boxeo coinciden en su estructura y características. Cuanta más fuerza, más eficacia. O todo o nada: “Matar con un solo golpe”, “un disparo, un muerto”, etc., son lemas que ilustran claramente esa mentalidad simplista y destructiva.
En una acción de corte, sin embargo, la dirección de la fuerza y la dirección del movimiento no coinciden, sino que guardan con frecuencia una relación de perpendicularidad, lo cual plantea el tema de las elecciones y desarrolla una mentalidad de percepción relajada, atención y adaptabilidad a los cambios. Para cortar no vale la idea de echar el resto ni de cuanto más mejor, sino que hay que decidir el grado de presión, la velocidad del movimiento, la dirección, la duración, la trayectoria, etc. La mentalidad del espadachín, del samurái de ese período, es mucho más “multitask”, por así decirlo, y mucho más fundamentada en sus capacidades mentales (calma, percepción, decisión, adaptabilidad, técnica y conciencia global) que en su fuerza muscular.
Japón unificado. El Aiki del Jujutsu
Con la unificación del Japón, es decir, la derrota de medio Japón a manos de la otra mitad, se acaban las batallas campales. Los conflictos subsiguientes serán de alcance mucho más limitado y se reducirán a las dimensiones del clan o incluso se quedarán en lo individual. Así pues, acabada la era de las batallas campales - ergo, fuera armaduras -, desarrollada la metalurgia - ergo, espadas ligeras, resistentes y afiladísimas que cualquier persona con una musculatura normal podía manejar - y contando con la cada vez más frecuente experiencia de ainuke, pronto se desarrolló un tipo de duelo en el que llegados a una situación de clara ventaja por parte de un samurái sobre su adversario, el primero decidía no matar y darle la oportunidad al otro de admitir tácitamente su derrota, con lo que ambos salían indemnes del lance y el conflicto se resolvía y no se enconaba.
Esta mentalidad de resolver los conflictos sin dañar irremediablemente al oponente, junto al progreso de la forja de las espadas y la evolución de la esgrima, al pasar de la batalla campal al duelo personal o restringido, hubo de influir indudablemente en la técnica sin armas de los samuráis. Apuntábamos más arriba, que a los futuros samuráis se les enseñaba a utilizar brazos y manos como si de espadas se tratase. Pues bien, de una parte de ese repertorio técnico que aprendían ya de niños procede el aspecto técnico del Aikido original y su apuesta por no causar daños innecesarios. Es obvio que si lo que se pretendía era que los samuráis aprendiesen a sobrevivir desarmados enfrentados a adversarios armados, los atemi - “golpes” -, las fracturas, las dislocaciones, las estrangulaciones, las proyecciones, etc., estaban a la orden del día; pero en medio de ese devastador despliegue de violencia corporal estaba lo que se conoce como técnicas Aiki. Las técnicas Aiki eran aquellas en que el control del cuerpo del oponente se lograba flexionando sus articulaciones en su sentido natural de flexión y no en el sentido contrario, lo cual las quebraría. Por ejemplo, si se lleva la mano derecha del oponente hacia su propio hombro derecho, su codo se dobla en su sentido natural. Pero si se le estira ese mismo brazo de forma que la palma derecha mire hacia arriba y se presiona la muñeca hacia el suelo y el codo hacia el cielo, el codo se partirá. Obviamente, la primera opción contiene un elemento de respeto que el futuro Aikido cultivará en su ideal de controlar sin herir.
De las técnicas Aiki del antiguo jujutsu procede la mayor parte del Aikido. La transformación del jujutsu (“técnica blanda”, es decir, con el cuerpo, que es blando comparado con las armas que son duras) en Aikido es la historia de una confluencia: la del legado marcial de los samuráis con la espiritualidad y el antimilitarismo de las llamadas Nuevas Religiones - y en concreto la denominada Omoto-kyu. Éstas se opusieron en los años veinte y treinta a la militarización de la sociedad nipona y al creciente expansionismo del gobierno imperial, que culminó en la Segunda Guerra Mundial. Las Nuevas Religiones llegaron a constituir un auténtico problema para los militares, quienes acabaron suprimiéndolas por la fuerza.
Morihei Ueshiba, O' Sensei
El creador, o codificador moderno del Aikido, Morihei Ueshiba (1881-1968), conocido como O' Sensei o “gran maestro”, fue un extraordinario artista marcial especialista en jujutsu y un hombre de profundas inquietudes espirituales. Cuando por una serie de circunstancias familiares entró en contacto con la religión Omoto-kyo, de hecho abandonó la práctica marcial y se dedicó únicamente al cultivo de la espiritualidad. Esto fue así hasta que el mismo líder de la Omoto, que estaba encantado con contar con una personalidad tan famosa como Ueshiba entre sus filas, le sugirió que fundase un Dojo para enseñar a sus seguidores, percibiendo en el jujutsu de Ueshiba un medio alternativo de difusión de sus ideas pacifistas.
La relación entre Ueshiba y la Omoto fue de beneficio mutuo. Ueshiba pudo mostrar su enorme talento marcial en los círculos en los que la Omoto tenía seguidores - sorprendentemente, en las altas esferas políticas e incluso en el ejército, en donde trabajó formando a cuerpos militares de élite -, y por su parte, la Omoto utilizó el prestigio y la popularidad que Ueshiba logró en esos mismos círculos para propagar sus ideas cuando políticamente se vio cuestionada. Lo cierto es que el militarismo y la guerra cambiaron a Ueshiba y que su práctica marcial se transformó radicalmente.
Durante la guerra, Ueshiba se convirtió en un pacifista a ultranza y definió el objetivo último del Aikido, el arte marcial que él creó a partir del jujutsu, en términos de armonía universal, cooperación entre los pueblos y paz entre las naciones. Su afirmación de que “el Budo - “la vía del guerrero” - es amor, dio inicio a una nueva era en este campo y ofreció a las nuevas generaciones de amantes de las artes marciales una perspectiva pacifista y un enfoque terapéutico inéditos hasta entonces. De hecho, el auge internacional del Aikido y su incipiente salto actual a otras áreas de la actividad humana, como la empresarial o la terapéutica, se debe a varios factores que proceden en el fondo de dicha afirmación y de la subsiguiente creación de una práctica marcial coherente con el ideal de progreso pacífico común.
Guerra y paz
El Aikido, recogiendo de manera práctica lo mejor del humanismo, reúne en sí dos cosas aparentemente contradictorias: el pacifismo y la fascinación por el poder personal. Nadie desea para sí mismo el sufrimiento, el dolor, la violencia, el maltrato, la humillación o el odio. Existe en lo más hondo de cada ser humano un deseo profundo e innato de felicidad, alegría, bienestar, aceptación, respeto y amor. Pudiendo elegir, ¿quién optaría por experimentar continuamente el conflicto sistemático, la ansiedad, el estrés, la violencia, la agresión, la humillación o el miedo? Hay un anhelo de paz en el ser humano que le lleva a admirar a las grandes figuras del pacifismo de todos los tiempos, a la vez que una desesperanza con respecto a las posibilidades reales individuales de aplicarlo en su día a día y de que le funcione. Pero dicho anhelo sigue ahí como una utopía a la vez interior y universal. Desde Gandhi a Martin Luther King, por citar ejemplos modernos, las grandes figuras que hicieron de la paz y la concordia su camino frente a la adversidad y a la violencia del más fuerte siguen inspirando a los seres humanos.
Por otra parte, el Aikido ofrece la experiencia de descubrir una faceta del poder personal que corresponde al arquetipo del guerrero de todos los tiempos: el caballero andante, Ulises y Aquiles, San Jorge, Lancelot, Arturo. No temer a la muerte ni temer a la vida teniendo claro que, como decía Ueshiba Morihei, cuando “te adentras en un bosque de lanzas, tu mente es tu escudo”. El equivalente a los superhéroes de hoy, antaño eran los samuráis cuya fama pasaba de generación en generación. La práctica del Aikido conecta con la alegría de los juegos violentos de los cachorros de león educándose para vivir con la muerte a un paso. También estaría próximo al Boddhisattwa, el guerrero de la paz, el monje Shaolin. Conocer a fondo la capacidad individual de causar daño y dolor lleva a aborrecer la violencia desde una perspectiva vivencial, lleva a sanarse de ella y a buscar soluciones eficientes, eficaces y realistas de gestionar los conflictos desde el respeto, pero participando a fondo de las situaciones de enfrentamiento. El Aikido es la proactividad marcial.
El Aikido ofrece a la persona del siglo XXI una manera de conjugar pacifismo y práctica marcial que va forjando una mentalidad y una actitud constructiva frente a los conflictos cotidianos de cualquier índole, como pueden ser los que tienen lugar entre las personas civilizadas y las organizaciones del mundo desarrollado moderno, que ya no se resuelven mediante enfrentamientos físicos directos.
Aikido y conflicto: “Ni resistir ni ceder, guiar”
El Aikido da por sentado que un conflicto no se resuelve hasta que desaparece de la mente de sus protagonistas el deseo inmediato de dañar, el animus laedendi, o incluso el de matar, el animus necandi, sustituido por otro estado mental no agresivo como la perplejidad, la sorpresa, el asombro o, directamente, el reconocimiento de que hay otros caminos mejores que la violencia para resolver los conflictos satisfactoriamente. Físicamente eso implica que las acciones que emprenda el aikidoka no deben causar ni dolor ni miedo, pues ello dará lugar a más resentimiento y rabia y a futuros desquites y venganzas.
El Aikido, ante una acción agresiva, aplica la máxima: “Ni resistir ni ceder, guiar”.
Físicamente, “resistir” se refiere a los típicos bloqueos de las películas de artes marciales orientales o a lo que se ve en boxeo al parar un puñetazo. Se intercepta lo que ataca chocando contra ello, bloqueándolo con rigidez y tensión y tratando de convertir esa defensa agresiva en un auténtico ataque que dañe al agresor y lo atemorice, que lo incapacite por dolor y anule por destrucción su capacidad ofensiva. El Aikido afirma que ese tipo de reacción intensifica el conflicto y provoca una escalada de violencia, con consecuencias imprevisibles y perjudiciales para todos. Se dice en Aikido que si hay un vencedor y un perdedor, hay dos perdedores. La única victoria real es la que se obtiene contra los “demonios internos” de uno mismo, es decir, sus debilidades, sus limitaciones, su falta de claridad, conciencia y valentía.
Por “ceder” se entiende el plegarse a la voluntad del agresor, el doblegarse ante su ataque, la huida, el resignarse a sufrir su imposición como admitiendo una inferioridad natural o una incapacidad de modificar una relación que convierte al agredido en víctima inerme. Para el Aikido los conflictos son inevitables en la vida y hay que adoptar ante ellos una actitud constructiva, imaginativa y decidida. Huir y ocultarse ante los ataques solo pospone el estallido de los conflictos, sólo los desplaza en el tiempo, en el espacio o en la mente, pero no los resuelve. Resignarse ante los ataques, ofreciendo la otra mejilla, únicamente exacerba la sed de violencia del atacante. En los humanos, ofrecer la garganta a la dentellada del enemigo ya hace centenares de miles de años que no detiene a éste. Ni victimas, ni verdugos.
Unirse al oponente y guiar el conjunto: el discurso interno
Así pues, cuando decidimos no someternos al impulso innato de o huir o luchar y optamos por guiar, ese guiar es un “guiar con”. No es un “empujar hacia” ni un “tirar de”. La idea es confluir con el movimiento de ataque, unirse a él de tal forma que las direcciones corporales y mentales de agresor y aikidoka coincidan, y a partir de ahí, cuando ya hay un movimiento realizado al unísono y sin colisión, liderar ese movimiento conjunto y controlar la situación.
La gran dificultad del planteamiento que propone el Aikido sobre los conflictos no es de orden físico, sino mental o emocional. El discurso interno que cada persona ha ido creando a lo largo de su vida - a partir de los tres años, según los expertos - está repleto de justificaciones sobre lo que nos parece aceptable y lo que no, y la mayor parte de los elementos que lo conforman no son conscientes. Pero justamente son esos elementos no conscientes los que definen nuestras actitudes básicas ante la vida. Son “el cristal con que se mira”. El filtro.
Así las cosas, es de suma importancia conocer el contenido de ese filtro para saber qué es lo que va a determinar nuestra actitud y nuestro comportamiento en las situaciones conflictivas por mucho que intentemos adoptar una línea racional. Cuando estamos bajo presión, por ejemplo la presión que supone un ataque físico, lo que uno se dice a sí mismo es crucial. Si teniendo solo la muñeca agarrada lo que me digo es que “yo” no estoy libre, en realidad me estoy engañando. Solo una minúscula parte de mi no está libre, el resto sí lo está. Pero si mi mente está centrada en lo que realmente no está libre, entonces yo mismo me estoy paralizando y voy a vivir la situación como una opresión o una injusticia intolerable y reaccionaré acoquinándome o atacando.
El Aikido nos enseña a ser muy realistas y a tomar una distancia terapéutica para salir de la visión de túnel emocional que los enfrentamientos desatan. El miedo, la rabia y el desaliento en todas sus gradaciones, funcionan como un filtro que solo deja pasar hasta la conciencia aquellos elementos de la realidad que justifican que yo sienta dichas emociones. Las emociones se autoalimentan. Es un círculo vicioso de que solo se sale ampliando miras. La perspectiva y la práctica del Aikido nos permiten conocer mejor nuestro discurso interno y salir de esas trampas emocionales, para guiar las situaciones conflictivas con respeto y firmeza, hasta alcanzar soluciones creativas y pacíficas. Nos curan y nos hacen crecer.
Reaccionar y responder
En Aikido se distingue “reaccionar”, que es actuar para gestionar el ataque de una persona - es decir, por definición, actuar en segundo lugar e indefectiblemente tarde - y “responder”, que es actuar para gestionar una situación general de la que formamos parte y en la que puede haber ataques o no. Así actuamos en el momento preciso.
Filosóficamente, el Aikido plantea que si la relación con el todo es buena y eficaz, también lo será con aquellos elementos que forman parte de ese todo entre los cuales nos contamos nosotros y nuestros posibles agresores.
En este sentido, “responder” es siempre preferible a los clásicos ataques preventivos y a los contraataques, que el Aikido considera éticamente rechazables. Actuar en el momento preciso requiere una percepción nítida de la situación de conflicto y un estado básico de ecuanimidad, apertura y valor que la propia práctica va cultivando en el aikidoka.
Cómo actuar: no acumular más potencia, sino generar menos resistencia
El principio fundamental de la acción en Aikido es el principio de la no resistencia, su manifestación básica es el guiar y su requisito básico es la facultad mental de la percepción.
Ante un conflicto el aikidoka no trata de ser más fuerte que el atacante imponiéndose sobre él, sino que sin violencia intenta crear una situación en la que el atacante oponga el mínimo de resistencia ante su acción.
Esto es algo de sentido común y que vemos claramente en deportes como el fútbol. La situación ideal para que un delantero marque es haber driblado al último defensa y que el portero esté despistado. Ese es el arte del delantero y no arrollar a defensa y portero. Pese a ello, cuando observamos un conflicto individual, como un combate de boxeo, esperamos ver el KO de uno de los contendientes o su erosión hasta su derrota y entonces trasladamos ese mismo esquema mental a cualquier otro conflicto.
Tratar de obtener un poder imbatible provoca rigidez y agresividad y, de todas maneras, cada incremento de fuerza aplicada sobre el cuerpo del agresor, hará que su sistema nervioso reaccione y se adaptará a él con un aumento de resistencia, con lo que el conflicto cada vez irá a peor. La opción del Aikido consiste en protegerse sin violencia en el primer momento y luego guiar la percepción y el cuerpo del atacante hasta que abandone su intención agresiva.
Un ejemplo claro lo vemos en las proyecciones o lanzamientos. Cuando el ataque consiste en un agarre inicial que pretende inmovilizarnos para golpearnos mejor o para lograr una fractura o un estrangulamiento, es muy difícil moverlo para lanzarlo lejos de nosotros partiendo de una situación de resistencia mutua. No se trata de ser más fuerte que él pegando un tirón para moverlo, por ejemplo, sino de provocar un mínimo cambio de su postura corporal, lo cual cambiará su foco de percepción desde donde nos agarra hacia el espacio. Entonces disminuirá su resistencia y su mente dejará de estar centrada en su agresividad hacia nosotros y pasará a ocuparse de cómo llegar al suelo si se diese el caso. En el Dojo la proyección se completa hasta el suelo como comprobación de que, efectivamente, su resistencia mental y corporal ha desaparecido. Y la cualidad de su caída - sin resistencia, fluida, casi placentera—nos dice si hemos logrado o no ese cambio mental.
Sin Ki no hay Aikido: de lo mental a lo físico
La palabra Aikido está formada por tres caracteres que significan respectivamente:
- Ai: armonía, amor;
- Ki: aire, respiración, estado de ánimo, energía;
- Do: camino, vía de realización personal.
Lo característico del Aikido es su abordaje del ki. El kanji que indica ki muestra una planta de arroz con aire húmedo sobre ella indicando la lluvia sobre el arroz o el arroz cociéndose y desprendiendo vapor. En todo caso, se trata de alimento, y cuando solo había ese alimento para comer - o arroz o nada - significa lo que mantiene la vida y, al límite, la esencia de la vida. En chino, el mismo carácter se lee qi o chi y ya es una noción conocida en Occidente por la popularización de la acupuntura. El chi es la energía vital que fluye por el cuerpo y que los acupuntores manipulan con sus agujas con intención y resultados terapéuticos: una forma de bioelectricidad como la que permite que tengamos electrocardiogramas o electroencefalogramas, etc. Un fluido mensurable y manipulable.
En japonés la noción tiene resonancias mucho más psicológicas o de actitud, por ejemplo, ki ni iru 気に入る- “cogerle gusto a algo”; ki ga kawaru 気が変わる- “cambiar de opinión”; ki ga sumu 気が済む- “sentirse adaptado a algo”; ki ga nakunaru 気が無くなる- “no tener ya ganas de algo”; ki ni kakaru 気にかける- “preocuparse por algo”; o ki o tsukeru 気を付ける-“tener cuidado con algo”.
Eso es mucho más próximo a cómo se entiende el ki en Aikido, algo que tiene mucho que ver con la intención y la percepción de la intención. A efectos prácticos, en Aikido se considera el ki como “el movimiento de la mente más el movimiento del cuerpo”. El del cuerpo es obvio. El cuerpo es un objeto material que tiene forma, masa, centro de equilibrio, de vibración, de percusión, etc., como cualquier otro objeto, y que precisa espacio para moverse.
El movimiento de la mente, es decir, la atención, la percepción, la intención, no es tan obvio. Ofrece pistas corporales como la dirección de la vista, la posición de la cabeza o de la cadera, los gestos de las manos, pero con frecuencia su captación es mucho más intuitiva y depende de la experiencia.
El Aikido utiliza la percepción propia para generar desde la relajación una potencia física enorme, muy superior a la que se logra por contracción muscular, lo cual produce una gran confianza y ecuanimidad en el aikidoka que sabe alinear mente y cuerpo. El trabajo con la visualización, que llamamos trabajo de ki, crea resultados físicos objetivos y comprobables por terceras personas en términos de fuerza, estabilidad, velocidad y fluidez.
En Aikido se trata de guiar la percepción visual y táctil del agresor para que el objeto de su atención agresiva deje de ser nuestro cuerpo y pase a ser, por ejemplo, el espacio circundante. Cuando la mente del agresor se cierra en nosotros, su cuerpo se tensa, se detiene y se blinda. La situación se enquista y la agresividad aumenta. El daño es inminente para ambos. Sin embargo contamos con dos elementos decisivos: las neuronas espejo y la percepción voluntaria.
Para agarrarme del brazo y pegarme, el agresor lleva su movimiento mental y corporal hacia él, fija la distancia y asesta el golpe. Si mi mente, mi atención, va únicamente al agarre, estaré reforzándolo y reduciendo su conciencia y la mía a esa zona de conflicto. Mi vivencia de la situación será de falta de libertad, enfrentamiento y miedo por el daño inminente o rabia por la agresión en sí. Indefectiblemente, mi percepción involuntaria va a ir al agarre. No puede no ir ahí. Pero la voluntaria es otro cantar. Si soy capaz de realmente poner mi percepción voluntaria en otro lugar de mi cuerpo, como la punta de los dedos de la mano, y de crear espacio físico, las neuronas espejo del agresor harán que su ki también vaya allí y podré llevar su atención y su movimiento a la trayectoria de neutralización o control típica de una técnica de Aikido. Cuando Picasso llegó a Vallauris nadie hacía cerámica. Hoy Vallauris es un centro mundialmente famoso en ese arte. Liderazgo, fuerza mental, proactividad, ejemplo, decisión y respeto.
La mente produce efectos palpables en el cuerpo, propio y ajeno, y asimismo en el estado emocional de los participantes. Esa potencialidad de guiar desde primera línea sin forzar, sin arrastrar, sin amedrentar, dando espacio y guiando la atención es lo característico de un líder. Uno de los significados implícitos en las imágenes del carácter do de Aikido es ese: el líder o persona prominente que recorre el camino.
Salir de la dualidad
El Aikido nos coloca en una situación en que el dualismo excluyente, tan característico de nuestra sociedad no nos funciona. Ganar o perder; resistir o ceder; o todo o nada; conmigo o contra mí; siempre o nunca; fuerte o débil, etc. Este tipo de mentalidad es lo primero que la propia práctica lleva a abandonar. Como arte de la no resistencia, de la adaptabilidad y de la fluidez, es sobre todo un arte del realismo, un arte del peligro, un arte de la vida. Solo se puede abordar el peligro con posibilidades de éxito desde el máximo realismo, lo cual nos lleva a reconocer la inmensa complejidad de la realidad con su infinita gradación de matices y su incesante cambiar. Cuando nuestra mente se encierra en categorías excluyentes nos engaña buscando la seguridad de lo conocido.
El Aikido, pues, nos coloca frente a conflictos que al ser corporales son mucho menos susceptibles de autoengaño. O me han pegado un puñetazo en la cara o no me lo han pegado. O he proyectado a mi compañero al suelo o no lo he logrado. O mi cuerpo está centrado y equilibrado o estoy desequilibrado y trastabillando. O el brazo se dobla o no se dobla. Lo físico puede ser comprobado por una tercera persona, no depende de mi subjetividad.
Por otra parte, de esos conflictos ni queremos salir derrotados ni queremos una victoria a costa de la derrota del otro. Queremos que ambos obtengamos algo de la situación. Lo que quiero para mí lo quiero para el otro, y lo que no quiero para mí tampoco lo quiero para él.
Por consiguiente, si soy capaz de proyectar a mi atacante sin que éste reciba daño, yo obtengo mi libertad de acción, refuerzo mi convencimiento de que una salida pacífica es posible y no colaboro a que haya más violencia en el mundo. Me sano en la misma proporción que me alejo de la violencia. Lo que él obtiene es su integridad física y la sustitución de su ira por un estado mental no dañino ni para sí mismo ni para los demás y quizás vislumbre otra manera de resolver las cosas.
Así pues, cuando el aprendizaje del Aikido nos ha hecho pasar por miles de situaciones de enfrentamiento corporal y las hemos resuelto de acuerdo con la no resistencia, ni cediendo ni resistiendo sino guiando, y utilizando mente y cuerpo para cambiar la mente del agresor, protegernos de su ataque físico y nos ha funcionado, entonces es cuando nuestro cerebro realmente empieza a creer en la no dualidad y a asumirla como vía de resolución de todo tipo de conflictos, una vía terapéutica marcial.
En el Aikido, el Dojo se convierte en un laboratorio de pruebas donde observar nuestro funcionamiento corporal, emocional y mental y donde ensayar soluciones creativas, eficaces y pacíficas en un entorno protegido y seguro. La mentalidad así construida es la que nos va ayudar a solventar nuestros conflictos en todos los ámbitos de manera constructiva y eficaz.
Aikido y emociones
Las técnicas de Aikido están diseñadas para ir generando en el aikidoka un estado de ecuanimidad, calma y valor. Esas son las cualidades y los resultados terapéuticos que surgen cuando nos desembarazamos del miedo, la rabia y el desaliento. Los elementos que a ello cooperan son, además de las técnicas en sí, determinados sistemas de respiración, visualización y determinadas configuraciones corporales.
El Aikido honra la eficacia marcial y también la dimensión estética de la vida. La salsa del Aikido es su aparente inocuidad, su ausencia de esfuerzos atléticos titánicos, su fluidez. El chimichurri no es el asado, pero el asado sin él se limita y se agosta. Se dice que el gran triunfo del diablo es que todos crean que no existe. El del Aikido es que no parezca un arte marcial al uso (pero sobre esto sería mejor hablar con los antidisturbios de Tokyo).
El trabajo de ki nos demuestra incontestablemente cómo lo mental influye directamente en lo corporal. ¡Cuanta más influencia tendrá en lo emocional, que es un terreno más próximo! Solo con la postura y la respiración, la emoción cambia y el carácter se asienta. Si a esto le añadimos la potencia enorme que confiere el estado de “relajación viva”, que es cuando aprendemos a no tener zonas vacías de mente en nuestro cuerpo, el resultado es el aumento y consolidación de una confianza básica que es lo que nos permite guiar las situaciones y resolver los conflictos pacíficamente.
Por ejemplo, cuando en Aikido se inmoviliza al agresor no se le provoca dolor, sino que se crea una situación en la que si no se mueve no siente dolor y solo si se mueve sí lo siente. Así se abre un espacio mental terapéutico que es imposible de abrir cuando al cerebro le llega un estímulo doloroso continuo, como vemos en las estrangulaciones y luxaciones de los deportes de combate.
Todo en el Aikido está enfocado a lograr que disminuya el nivel de agresividad, a expresar la mente, a calmar las emociones y a resolver terapéuticamente los conflictos sin víctimas ni verdugos.
Información complementaria sobre Aikido
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Jordi J. Serra es co-fundador del centro Ubk Ki Dojo Catalunya. Es profesor asociado en EADA y colaborador en programas de desarrollo de directivos en coaching y gestión del talento. Es un reconocido experto con más 35 años de práctica marcial y meditativa (aikido, chi kung y tai chi chuan), trabajo energético, corporal y emocional basado en la medicina tradicional china y la meditación.