Feng shui y nuestras relaciones
Las relaciones que establecemos con las demás personas e incluso con algunos objetos, se denominan según el Feng Shui “hilos energéticos”. Los podemos definir como lazos, conexiones del alma, vínculos invisibles que nos aportan emociones y sentimientos.
Cuando mantenemos muchos hilos energéticos sufrimos un desgaste en nuestra energía, debido a que posiblemente muchos de ellos nos provocan una dependencia.
En el caso de un objeto, es importante valorar con sensatez y valentía que nos proporciona el vinculo establecido con él, si para nosotros es una presencia agradable, un recuerdo de un ser querido o apreciado por nosotros y nos hacer sentir bien verlo en nuestra casa, lo que hace obvio que lo conservemos; o si por el contrario, nos produce una sensación de carga, de rechazo, de incomodidad, en ese caso deberemos deshacernos de él, aunque nos cueste, ello significará aligerar nuestra vida, el poder movernos con menos peso sobre nuestras espaldas y con más libertad. También debemos preguntarnos ¿quién posee a quién? Pongamos un ejemplo, cuando alguien se compra un reloj carísimo, el propietario del reloj está constantemente pendiente de no dejárselo olvidado en los baños de un restaurante, que no se estropee, ¿qué sentimiento le produciría su pérdida?… entonces… ¿quién posee a quién?
En cierto modo, lo mismo ocurre con las personas, con la diferencia que, las emociones y sentimientos son más intensos, más estrechos y más vivos. Cuando en una relación de padres e hijos, de pareja, de hermanos, de amigos, de jefe y empleado, etc., existen conflictos, falta de entendimiento, falta de comunicación o una mala comunicación, todo ello nos provoca insatisfacción, dolor e infelicidad. Estos sentimientos nos generan todo tipo de problemas, desde la enfermedad física a problemas emocionales, creándonos una angustia y un malestar que nos consume, e incluso puede representarnos de forma inconsciente un obstáculo para avanzar en nuestra vida.
Debemos hacer el ejercicio de sanear estas relaciones, estos lazos. En algunos casos el saneamiento significará la ruptura, en otros la reconciliación. La ruptura debe hacerse con plena conciencia de ello, dejando la relación cerrada desde el alma, no podemos huir de una relación sin afrontar las circunstancias y haberlas tratado con claridad con la otra persona implicada, es importante cerrar el vínculo, decir un “adiós” sincero y firme nos hace libres para seguir cada uno con su camino. Para la reconciliación, el diálogo y la comprensión nos ayudarán a restablecer estas relaciones.
En las relaciones familiares, no podemos romper esas conexiones del alma, nuestra familia es nuestra compañera durante toda nuestra vida, la representación más viva y clara de dónde venimos y hacia dónde vamos. Los lazos que nos unen a nuestra familia y están resentidos debemos sanearlos de otra forma, desde lo más profundo de nuestro ser. La clave está en el amor y el perdón, ser capaces de perdonar es alejar nuestro orgullo de nuestra existencia, ser capaces de poner la mano en el corazón de nuestro padre, nuestra madre, nuestros hermanos o nuestros hijos, y poderles decir “por encima de todo, sois mi familia y por ello os querré toda mi vida, y quiero que me acompañéis en mi camino”, nos aportará claridad, nos hará salir de las tinieblas y sentir el amor que nos une a ellos, nos permitirá aprender y avanzar. El resultado a este esfuerzo será el haber conseguido curarnos a nosotros mismos.
Por último, debemos tener siempre presente que un cambio en nuestra actitud, también significa un cambio en los seres queridos que nos rodean.