La cuestión del dolor en el masaje
Cuando pensamos en un masaje se nos viene a la cabeza todo tipo imágenes relacionadas con el confort, la belleza, los aromas exóticos y el relax. Pero no todos los tipos de masaje son placenteros, como no todos los tipos de masaje tienen el mismo valor terapéutico. Hay técnicas que exacerban el placer y la sensualidad, mientras que otras, priorizan la utilidad terapéutica sacrificando deleite, y otras consiguen sanar con manipulaciones suaves.
En los tiempos que corren, donde el estrés es moneda corriente y la necesidad de relajación se vuelve urgente, puede quedarnos la duda: ¿está bien que un masaje duela cuando buscamos relax?
En primer lugar, habría que reformular la pregunta. La consigna no sería debatir sobre la validación filosófica del dolor, sino sobre el por qué duele o por qué debería doler. El nuevo escenario tiene que ver entonces con que en determinadas circunstancias el dolor durante el tratamiento puede no sólo ser necesario sino hasta buscado. Imaginemos una persona sumamente estresada que lleva adelante una vida sedentaria, con dolores recurrentes en la espalda, dolor de cabeza y dificultad para dormir; en este caso el sentido común podría engañarnos al deducir que lo que necesita este individuo es una sesión de masaje suave y relajante. Sin embargo, si analizamos las cuestiones fisiológicas del problema, veremos que muchas veces para relajar hay que recurrir a técnicas que producen dolor e incomodidad momentánea.
En este caso imaginario podríamos notar que nuestro individuo sufre dolores de espalda y cefaleas por una compresión vertebral a nivel cervical.
Las preocupaciones, los malos hábitos alimentarios, la falta de conciencia respiratoria, la postura y la gravedad terrestre hacen que el cuerpo y la columna se resientan. Básicamente lo que sucede es que el organismo va perdiendo su capacidad de limpieza, entonces las toxinas, en lugar de salir del cuerpo, comienzan a acumularse.
A nivel celular, el subproducto de la combustión de proteínas e hidratos de carbono se llama ácido láctico. Este ácido láctico se va acumulando en los músculos produciendo una contracción exagerada (comúnmente las llamamos “nudos”), que a su vez tiran de los tendones, que a su vez tiran de las vértebras, “pellizcando” los nervios, responsables de la sensación de dolor. Cuando tal es el caso, las presiones fuertes pueden generar más dolor, al aumentar la resistencia entre la musculatura, las vértebras y los nervios.
Por otra parte, esta clase de manipulaciones con frecuencia logra “ablandar” estas contracturas, provocando en el cliente una sensación entremezclada de dolor y alivio. La razón de este cambio se debe a que en principio el aparato muscular posee capas. Y puede que las contracturas se hallen no sólo a nivel superficial de la musculatura sino en las capas más profundas, por lo que las presiones más intensas producen un movimiento mayor de sangre, que nutre y libera de toxinas del músculo, dejándolo relajado .
¿Es el masaje suave inocuo entonces? De ninguna manera, la razón de estas líneas no es defender la utilidad de las técnicas “duras” como el masaje deportivo, la digitopuntura o el masaje tailandés ante las técnicas de masaje relajante, sino enfatizar la utilidad del criterio del terapeuta. Es una cuestión fisiológica, cuanto mayores sean las contracturas del paciente, más probabilidad habrá de que en el transcurso del tratamiento haya presencia de dolor. Las técnicas suaves de masaje como el masaje sueco o el drenaje linfático pueden aplicarse con gran efectividad en una infinidad de casos como durante períodos específicos del embarazo, ante problemas graves de circulación, personas mayores y convalecientes, etc.
La cuestión del dolor en el gabinete de masajes es en definitiva, una cuestión circunstancial y de responsabilidad compartida a la vez. Circunstancial porque deriva de una situación específica del cliente y puede ser modificada, y de responsabilidad compartida porque por un lado el paciente es responsable de su salud, y por otro, el masajista es responsable de su habilidad terapéutica para reconocer tanto la tolerancia del cliente como la necesidad de provocar dolor en el proceso de restablecimiento de la salud.
Por otra parte, también es menester del receptor confiar en el terapeuta, de manera que sepa aceptar ese dolor en la medida de que haya una respuesta positiva en el curso del tratamiento. En otras palabras, cuando el dolor dentro de la sala de tratamiento se traduce en libre de dolor fuera de ella, vale la pena aceptarla.