Qué es Perdonar
Perdonar auténticamente requiere un cambio de percepción, una nueva forma de considerar a las personas y circunstancias que nos han causado dolor. No significa validar, justificar ni aceptar que otra persona tenía razón. Más bien nos enseña a considerar que hay otras maneras de ver el mundo. Recordemos que las percepciones son en realidad una opción. Al cambiar nuestro enfoque de percepción, también cambian automáticamente nuestras reacciones emocionales.
El perdón implica reconocer que, bajo el comportamiento falto de sensibilidad de esa persona que nos causó daño, hay necesidades o emociones ocultas, mismas que he agrupado en tres clases principales:
- Desamparo, inseguridad o miedo.
- Necesidad de reconocimiento o de demostrar poder, autoridad.
- Una petición de respeto, amor, amistad o aceptación.
Una persona que se considere emocionalmente sana no busca agredir, dominar ni obstaculizar el trato; mucho menos, dañar física o moralmente a nadie. Esto sólo lo hace aquél que muy en su interior se siente descontrolado, dolido, confundido, desvalido, envidioso, impotente, temeroso o incluso trastornado en algún sentido.
Cuando escuchamos las palabras y los sentimientos que no se dicen, con profunda atención, generalmente podemos captar de alguna manera una voz en el interior del otro que clama por respeto, poder, reconocimiento o validación como ser humano.
Ciertamente, reaccionamos de muy variadas maneras ante la petición de fondo que se esconde bajo los agravios de otra persona: podemos, simplemente, marcharnos de su lado, imponer ciertas exigencias en caso de que nuestro trato tenga que continuar; si es un ser muy querido, podríamos desarrollar la compasión hacia el probable dolor interno que lleva consigo para comportarse de esa manera, etcétera. La reacción también será siempre una elección muy personal. Perdonar no implica necesariamente que vayamos a estrechar la mano o fundimos en un tierno y amoroso abrazo con quien nos ofendió.
El perdón es un proceso que nos pide cambiar nuestras percepciones una y otra vez. Al cambiar la perspectiva personal a una visión más amplia, surge una mayor disposición a la comprensión, compasión y respeto por uno mismo y por los demás. El perdón radica en cómo percibimos los eventos y en las conclusiones nuevas, más tranquilizadoras, a que llegamos sobre las personas y circunstancias de la vida.
Razones para perdonar
Así como existen ciertas razones para no perdonar, también existen otras, igualmente válidas e importantes, para otorgar un perdón de corazón.
De entrada, cuando nos centramos en el resentimiento y la culpa, nos perdemos y nos estancamos emocionalmente; perdemos la capacidad de disfrutar de la vida y de las relaciones interpersonales. En cambio, al perdonar auténticamente nos liberamos de toda esa carga emocional y del papel de seguir siendo las eternas víctimas, además de que trascendemos nuestros juicios y percepciones limitantes, agobiantes y dañinas. Vivir sin perdonar es vivir separados. La liberación de esta clase de aflicción comienza cuando reconocemos el dolor y nos permitimos integrarlo.
Cuando estas emociones desagradables son reprimidas o negadas, pueden dominar nuestra personalidad. Por ejemplo, si no buscamos una forma de liberar nuestra ira, ésta puede filtrarse en nuestro manejo cotidiano en forma de miedo, sarcasmo, aislamiento, agresividad o estallidos de cólera, comportamientos pasivo-agresivos y dificultad para establecer relaciones humanas Íntimas con un mínimo de satisfacción. Además, hoy sabemos que si estos sentimientos se hacen crónicos, podemos llegar a somatizarlos en forma de constantes dolores de cabeza, trastornos digestivos o dolores de cuello o espalda, entre otros.
La explicación es relativamente sencilla: guardar por años una ira es un factor de estrés vigente, que se vuelve crónico y las manifestaciones corporales no se hacen esperar.
Efectivamente, negar el dolor emocional sólo obstruye la comunicación mente-cuerpo y reduce nuestro percatamiento consciente. Así, al limitar nuestra percepción consciente de las necesidades corporales, lo más probable es que la información nos llegue por una vía inconsciente (como un doloroso síntoma). Lamentablemente, no siempre es fácil distinguir o descifrar la comunicación de nuestras señales inconscientes.
Un factor importante para el cuidado de nuestra salud es entender que ésta depende en gran parte de la capacidad de comunicamos con nuestra propia sabiduría interna (corporal, en este caso).
Una vez más, insisto en la importancia de no simplificar excesivamente los razonamientos: obviamente, esto no es una fórmula matemática con la cual podamos decir que cada vez que nos aqueja un dolor de cabeza, esto representa una ira no expresada.
Mientras sigamos atados a un recuerdo, asfixiados por la soga quemante del odio, difícilmente podremos acceder al verdadero potencial de nuestro propio ser para sanar. Seguiremos siendo prisioneros del pasado. No en vano muchos místicos han mencionado que la amabilidad y la compasión son la raíz de la sanación.
Cuando no perdonamos y no dejamos ir esas emociones desgastantes, nuestra vitalidad se ve necesariamente trastocada y conviene recordar que ésta determina en gran medida la calidad de nuestra vida. Esta fuerza es debidamente aprovechada sólo por las personas que han sabido aceptar e integrar sus diferentes dualidades internas: mente-cuerpo, niño-adulto, alegría-tristeza, etcétera. Sólo esta clase de persona es quien muestra un entusiasmo y energía casi inagotable ante los constantes retos de la vida moderna porque no sufre de las limitantes del individuo promedio que lleva en su interior su propia carga excesiva.
La conclusión es siempre la misma: el amor es la energía más poderosa del mundo, aunque también la menos conocida.
Teilhard de Chardin
Además, aprender a perdonar nos enseña también que podemos estar en franco desacuerdo con alguien, sin tener que retirarle nuestro afecto.
Al perdonar establecemos un compromiso personal con la verdad, con el respeto a nosotros mismos y la paz interior. Así, podemos salvar los obstáculos que nos impiden, en nuestras relaciones, tener un contacto pleno con el amor, la ternura, la amistad, la confianza y el compromiso maduro.
Pero más que el punto de vista de un ideal romántico, el compromiso del perdón nos predispone a trabajar activamente y con un verdadero compromiso, con las situaciones que surjan en una relación, acercándonos de manera más íntima, respetuosa y honesta a la otra persona.
Por otro lado, mientras no sanemos las heridas que hemos acumulado en el paso de nuestra existencia, tenderemos a repetir de manera compulsiva los viejos patrones del pasado ante gente nueva en la vida. Esto significa, en pocas palabras, que nuestro verdadero poder y creatividad no se manifestarán con todo el esplendor de que somos capaces.
El perdón es una forma de desaparecer las percepciones que obstaculizan nuestro pleno desarrollo personal, nuestro bienestar y disfrute de la vida.