Mindfulness y flow, estar en lo que se celebra y fluidez
Cuando un niño está jugando a su gusto el tiempo pierde toda importancia: Su presencia está absolutamente entregada al momento, y es capaz de la mayor creatividad con el menor esfuerzo. Como quien ve llover, así de tranquilamente.
Es el estado de fluidez que se ha demostrado más eficiente y económico en cualquier tarea que desarrollamos, y que brilla por su ausencia en el trabajo entendido como "castigo".
¿Estamos mirando la hora de acabar la jornada y salir por la puerta a vivir nuestra verdadera vida?
Las interferencias en esos momentos en lugar de robarnos tiempo pasan a funcionar como elementos incluso útiles, que aportan su función en la resolución de algún problema o conflicto.
Recuerdo como buen ejemplo de esto la escena de la película AMADEUS en la que el joven Mozart recibe una gran bronca de su casera, a quien debe el alquiler de varios meses, y cómo ella –enorme- se le echa encima empequeñeciéndolo, sentado frente a una mesa y una vela, en penumbra.
En lugar de sentirse desesperado por la situación económica y la precariedad con la que vive su familia, bloqueando todo su trabajo de músico, la escena nos muestra como su percepción transforma magistralmente los gritos y aspavientos de la casera en el aria de la Reina de la noche, perla exquisita de su ópera La Flauta Mágica. Sencillamente genial, ¿no es así?
Si tienes ocasión, vale la pena verla película entera.
Nosotros no vamos a alcanzar el nivel y virtuosísimo de un personaje tan único como fue Mozart, desde luego, pero todos somos capaces de transformar nuestra percepción y nuestra realidad siendo creativos, resolviendo conflictos con mayor facilidad de la que nos parece.
Hay minutos que parecen horas, y hay días que pasan tan rápidamente que se nos hacen cortos, habiendo dado mucho juego, llegando a sacar adelante gran cantidad de tareas.
En nuestra infancia disponemos de esa capacidad al alcance de la mano, y hay quien tiene la fortuna de dedicarse a algo que le apasiona y disfruta con ello casi toda su vida. Lamentablemente la mayoría de nosotros descuidamos esas capacidades y, para llegar a un buen desempeño en un trabajo o actividad extralaboral, tenemos que entrenarnos a fondo para que nuestros recursos converjan sin esfuerzo aquí y ahora. Todo gesto o movimiento bien entrenado será más eficaz y económico, siempre que, como reza el dicho popular, se esté en lo que se celebra.
Una vez superada la fase inicial, que nos requiere cierta preparación y disciplina, todo se produce sin esfuerzo, sin llegar a explotar todas nuestras capacidades. Sin ruido emocional y con una concentración natural, profunda, que rinde a la persona totalmente disponible.
Curiosamente uno no se fatiga tanto, incluso se regenera con la tarea, y las exigencias se cubren fácilmente con un mínimo de tensión.
Como nos dice D. Goleman en su reconocida publicación Inteligencia emocional:
Tal vez la experiencia que mejor refleje este estado sea el acto de amor extático, la fusión de dos personas en una unidad fluidamente armoniosa.
Daniel Goleman
La característica del estado de flujo es olvidarse de uno mismo, alejado de reflexión y de preocupaciones. Se está haciendo algo por el gusto de hacerlo, sin que importe demasiado el resultado y lo que digan los demás.
M. Csiksgentmihalyi es un psicólogo de la universidad de Chicago que lleva 20 años recogiendo y estudiando momentos cumbre de eficacia en multitud de personas. Y su conclusión es directa: «por encima de cualquier otra cosa, lo que los pintores quieren es pintar. Si el artista que se halla frente al lienzo comienza a preguntarse a cuánto venderá la obra o lo que los críticos pensarán de ella, será incapaz de abrir nuevos caminos. La obra creativa exige una entrega sin condiciones»
Así que la pregunta que nos podemos plantear es ¿hacemos lo que nos gusta? Y también, ¿en qué grado conseguimos que nos guste lo que hacemos?
Recoger la cocina a diario, por ejemplo, puede ser poco dado a pasiones, sin embargo contiene toda la riqueza de los detalles cotidianos, donde verdaderamente radica la calidad de vida. El cúmulo de toda esa percepción vital nos permite sentirnos bien, y nos acerca a algo así como la felicidad de vivir.
Al menos hay cierto grado de satisfacción con lo que uno hace, de modo que se está contento. También es importante considerar que un elevado nivel de exigencia nos pone en la tesitura de dar lo mejor de nosotros mismos, variable con la que los denominados departamentos de recursos humanos en las empresas juegan sin piedad.
Con la nueva reforma laboral española muchos trabajadores están desempeñando las funciones de dos o de más personas, quemándose literalmente en su puesto. Se pasa de rosca la maquinaría y la persona se rompe por algún sitio: espalda, dolores de cuello, cefaleas, ansiedad, trastornos gastrointestinales, despersonalización de la tarea, depresiones y toda la sintomatología derivada del estrés laboral.
La atención consciente previene multitud de riesgos en general, además de proporcionar calidad en el resultado final sin llegar a las enfermedades de la excelencia, tan cacareada por el management desde hace tiempo.
Mindfulness (traducido como atención plena), una práctica espiritual antigua, se está convirtiendo en un componente cada vez más popular de los cursos para la capacitación de personas en su trato con los demás, el control del estrés laboral y tareas en las que la gestión de la comunicación es fundamental. Sin embargo, los efectos de la atención integrados en la vida cotidiana no se han investigado lo suficiente: eso es cosa nuestra!.
Alcanzar buenos resultados nos exige tener que mucha paciencia para llegar a conseguir el "no-hacer-nada": Si lo pensamos es realmente difícil vender un servicio así en los tiempos que corren.
Afortunadamente cada día hay más receptividad hacia este tipo de planteamientos, en los que el denominador común ya no es el perfil de quién busca el éxito y el reconocimiento a toda costa.
Para mí, es el lujo de ir despacio, que va desde comer tranquilamente a practicar Taichi, respirando profundamente al pasear, o charlar al ritmo del viajero que va sin prisas. Se trata de encontrar ese tiempo para uno mismo y resetear la mente, parar para reiniciarse. En cualquier caso, se trata de una aptitud clave, un driver estratégico en nuestro sistema que se nos hace más necesario que nunca.
Cada uno encontrará su fórmula a la medida, aquella que le funcione mejor y se adapte a sus necesidades y posibilidades. Hay que ir probando, equivocarse y ajustar las medidas. Sin embargo no somos monjes retirados del mundo y sufrimos las presiones en las que nos metemos. Encontrar un equilibrio saludable en medio de la vorágine es casi misión imposible.
Hoy nos enfrentamos con nuevos factores de riesgo psicosocial, especialmente con las nuevas tecnologías que nos sirven en bandeja la multitarea. Y la dispersión está prácticamente garantizada.
Ahora mismo escribo este texto y tengo que dejar de lado los reclamos de mensajes que llegan, los avisos que interfieren, filtrando continuamente estímulos que facilitan la comunicación con casi todo el mundo mediante la tecnología que uso para redactar estas líneas. Entre adolescentes se da un cierto síndrome de abstinencia si no hay conexión a la red, o vemos adultos sometidos a la consulta compulsiva del correo electrónico, mensajes o chats.
A veces será conveniente un ayuno informativo, tomar distancia del mundo digital y volver a centrar la atención en lo simple, en la respiración, mejor aún si es en contacto directo con la naturaleza. Un tiempo para uno mismo: pura medicina para muchos de nosotros en este siglo XXI.
En el ámbito de la educación es de suma importancia considerar el uso y abuso de las TIC por parte de los alumnos, así como el estrés docente. Pero eso nos lleva a otro gran tema que merece tratamiento propio.