Iluminando las sombras
Todo ser humano contiene luz y sombras, es consciente e inconsciente. Convivimos con una dualidad, en mayor o menor grado de consciencia, pero ambos aspectos de la dualidad influyen en nuestro bienestar, en las decisiones que tomamos, en los apegos con los que definimos nuestra personalidad, junto a los aspectos reprimidos, recluidos en el subconsciente.
Son estos aspectos los que componen las sombras de cada ser humano. Y se les denominan sombras porque quedan reflejadas en lo que nos desagrada de nosotros o a veces proyectado en el otro. No son oscuridades, sino áreas propias que no deseamos que existan, y por tal motivo las ocultamos, pero que siguen presentes e influyendo en nuestras vidas. Vulnerabilidades que sólo alumbrándolas y reconociéndolas nos puede dar el equilibrio perdido, desbaratando su influencia.
Para esto es necesario ampliar la consciencia sobre nosotros, reconocer y aceptar cada faceta de nuestro ser, integrándolas en un todo que somos nosotros, desde el amor incondicional a nuestro ser y confiando en nuestra bondad, la cual desarrollaremos constantemente, viviendo en el presente, reconociendo cada emoción y pensamiento que fluya por nuestro interior.
Únicamente desde la conexión con nuestro interior, que se asienta en una actitud observadora y sin enjuiciar, podemos salir del influjo de la sombra y romper la cadena de sufrimiento que genera. Puesto que esta nos acompaña siempre, debido a que forma parte de la personalidad, y el reprimirla no logra que no nos condicione, queda el camino de la iluminación, de dar luz a su realidad, comprenderla y aceptarla, manteniéndonos alerta.
Para lograr esto, se ha de trabajaren desarrollar una mente en calma, eliminando el continuo ruido mental, los constantes pensamientos que se arremolinan en nuestra mente, transformándose en una mente observadora, que conecta con el mundo emotivo, tomando consciencia de lo que sucede en cada instante, para lo cual ha de situarse siempre en el presente, en cada momento de la vida, desarrollando de este modo la atención plena y consciente, es decir, una atención con todas las facetas del ser, y voluntaria, decisión tomada libremente para experimentar la experiencia que se desarrolla.
Así se vive en armonía, y no en un constante enfrentamiento interno, pleno, y no dividido, con el bienestar del goce de vivir, y no bajo la sospecha de que algún mal acontecerá. Más sabio, relajado, y en paz.
La iluminación no implica un concepto religioso, sino un actitud espiritual, entendida esta como la búsqueda del sentido de vida, asumiendo los preceptos éticos con los cuales sentir la vida en plenitud, alcanzando el bienestar y la felicidad. Tampoco requiere de técnicas ni rituales complejos, aunque no son fáciles de aplicar las técnicas de meditación, en cualquier forma. La iluminación supone observar en su totalidad la vida, pero no una vida abstracta, sino aquella que cotidianamente desarrollamos, y tampoco centrados en la vida de otras personas, sino en la propia vida.
Para ello se desarrolla la consciencia, y reducimos la interpretación de la misma, no emitiendo juicios de valor, radicando ahí la dificultad de la meditación, transformar el habito de interpretar bajo los concepto bueno o malo, que divide la realidad en compartimentos estancos, dando pie a las sombras que anidan en nosotros.
Para ello nos sentimos y observamos, tomando consciencia de las emociones que nos recorren, y los pensamientos que fluyen, ante las circunstancias que vivimos, observamos desde la atención plena, situando todos los sentidos en ello, sin tener presente pasados ni futuros, y de este modo descubrimos quienes somos, y vivimos la experiencia con un estado de ánimo más enriquecedor.
Y es vivir la experiencia cotidiana lo que se ilumina, puesto que la espiritualidad se desarrolla y transforma en lo cotidiano, no se trata de alcanzar estados de una falsa paz, refugiados en espacios o estados alterados de la realidad, los llamados paraísos, nirvanas y demás, lo que se alcanza mediante la paz interior afrontando los retos que en cada momento disfrutamos.
A través de la experiencia se alcanza la sabiduría y los estados de paz y felicidad, mediante el modo de proceder, y la libertad que se adquiere al romper los apegos que provocan sufrimiento. No es eludir el dolor, ni negar la felicidad, tampoco teorizar sobre estos conceptos, sino contemplar la realidad, en la que vivimos, sentirla para descubrir el conocimiento que aporta, y la transformación que sucede con ello, comprendiendo claramente las razones de lo que sucede. Rechazando los ideales de personalidad, que provoca las luchas internas, fuente de sufrimiento, y el motivo por el que se producen nuestras sombras, negando una parte esencial de nuestro ser.
Somos ya un todo, con un potencial para desarrollar, no necesitando crear nuevas personalidades idealizadas, sino centrarnos en permitirnos aflorar nuestras capacidades, que es el modo por el cual nos desarrollamos como seres humanos. Ir a la esencia que nos habita, descubriendo de este modo como vivir es básicamente sencillo, aunque por momentos experimentemos situaciones dolorosas, y difíciles de sobrellevar, mas en otras son gozosas y placenteras, encontrando en ambas un sentido para vivir, una razón por la cual seguir experimentando la vida, sintiéndonos integrados en la vida, en nuestra comunidad.
Porque la paz y la felicidad no son sentimientos, sino estados de ánimo, que se alcanzan con lo descrito anteriormente, estados que ayudan a afrontar la vida manteniéndose en calma, y disfrutándola más intensamente, estableciendo relaciones más gratificantes, asumiendo los riesgos surgidos por los retos que se eligen, desarrollando la labor profesional más satisfactoriamente, viviendo más relajados, con menos estrés, y ocupados en nuestro ser. Son estados que surgen a medida que la iluminación va mostrando quienes somos, y cómo se desarrolla la vida, encontrando la libertad para mostrarnos tal cual somos, cambiando en cada momento que así lo sintamos.
Qué logramos con la iluminación
Con la iluminación se gana en confianza, en autoestima necesarias para disponer de una actitud vital, con la que emprender los sueños propios, acompañados de la paciencia necesaria para alcanzar nuestros objetivos. Así mejoramos nuestra salud, puesto que al conectar con nosotros sabemos en todo momento lo que sentimos, detectamos los síntomas que el cuerpo refleja, siendo estos en su mayoría respuestas a actitudes o represiones emocionales. Así el dolor de espalda suele ser resultado de un exceso de tensión, que mantiene a los músculos contraídos durante un tiempo excesivamente prolongado. O los dolores de estómago en algunos casos son producto de tensiones emocionales, ante situaciones de estrés. Para detectarlo es necesario observarse, reconocer lo que se vive, y de este modo dar una respuesta diferente que restablezca el equilibrio biopsíquico perdido.
También la iluminación logra que nos aceptemos, tal cual somos, aunque existan aspectos que por sí solos no nos gusten, pero visto en su conjunto logramos comprenderlo, y al no reprimirlo impide que este influya sobre nuestro comportamiento, siendo detectado en el instante que la ira, tristeza, o la envidia, como ejemplo, se está instalando en nuestro interior, conociendo el motivo que las provoca y ofreciendo una respuesta diferente, que impida actuar de tal modo que nos arrepintamos y nos culpabilicemos. Gobernando nuestra vida en plena libertad, mediante la consciencia plena que reporta la satisfacción personal.
A medida que tomamos consciencia de nuestro ser, nuestra vida se muestra como un espacio de disfrute y la rutina se configura como un camino repleto de pequeños retos que la convierte en entretenida, eludiendo el aburrimiento y la desconexión de la vida, mediante la tristeza permanente, o la depresión, puesto que encontramos sentido a nuestra existencia, sin el cual actuamos de forma mecánica. Sentido para comprender los instantes más dolorosos, y disfrutar de los más alegres. Porque la vida desde este estado, es como una sala de juegos infantiles, llena de estímulos, y estimulante experiencias, donde somos escritores y actores, mostrando en todo momento nuestra felicidad, nuestra vitalidad, que podemos contagiar a nuestro entorno, siendo de este modo como este se transforma, y no como en ocasiones pretendemos, cambiar a los otros sin cambiarnos nosotros.
Se revela que lo único que podemos hacer es actuar sobre nuestro ser, puesto que el resto de lo que nos sucede no depende de nosotros, y sólo por contagio emocional la realidad se transforma, ya sea porque el resto nos imitan, o por decidir poner fin a aquellos aspectos que nos desagradan. Además la vida se simplifica, y por lo tanto es menos estresante y vivimos más relajados, puesto que únicamente hemos de ocuparnos de nuestra persona, el modo de relacionarnos, de comportarnos, de nuestras emociones, de nuestros pensamientos, respondiendo a los estímulos continuos que el mundo nos ofrece. Mejorando nuestra existencia y logrando un bienestar ante cualquier circunstancia.
Somos seres vitales, creativos, con la capacidad de desarrollar y experimentar la vida del modo que deseemos, dotados para desarrollarnos con nuestro impulso, y cada aspecto de nuestro ser posee una función al servicio de nuestros propósitos personales, por más que los cataloguemos como adecuados o inadecuados, dentro de nuestro entorno cultural, dividendo nuestra persona en un lado luminoso, y otro oscuro, cuando en el fondo somos seres completos, que una vez liberados de las trabas que nos limitan, y reconciliados con nosotros, podemos crear toda una vida, escogiendo en libertad, el comportamiento más adecuado a cada situación que vivamos, a medida que abandonamos al ser robot, automático que responde inconscientemente con un número limitado de actuaciones, ante los estímulos del entorno. A medida que rompemos los apegos, que nos hacen sufrir, y escogemos libremente y consciente nuestros compromisos. A medida que nos situamos en la responsabilidad, abandonando la culpa que nos crucifica y paraliza, frente a la responsabilidad que responde a situaciones concretas, y no a la persona que somos, y permite la rectificación. A medida que integramos las contradicciones supuestas, en un todo que somos. Un todo completo y pleno, capaces de afrontar la vida en calma y creativamente.
La vida es observada como una continua oportunidad, para disfrutar y desarrollarnos, compartiendo sin miedo con nuestros semejantes, sin que sus opiniones influyan de tal modo que nos coarten y así actuemos como sintamos a cada instante. Espontáneamente a la vez que consciente, y asumiendo la responsabilidad de nuestro comportamiento. Confiados en la vida, y nuestras capacidades, para afrontar cualquier aspecto de la vida. Sin rechazar nada de lo que nos sucede, centrándonos en las soluciones a los problemas que nos surgen, sin olvidar los instantes de esparcimiento, donde relajarse y hallar soluciones creativas. Sin permitir amargarnos centrándonos en un único aspecto de la vida, o huir mediante la ilusión permanente, sino viviendo lo que corresponde vivir a cada momento, sea dolor o alegría, puesto que todo en la vida es cambio, todo pasa y se transforma, y el dolor y la alegría son dos caras de la misma moneda.
Lo único permanente que observamos desde la iluminación, es el cambio, ya que la vida es cambio constante por eso todo es impermanente, y se transforma, con lo cual la actitud ante la adversidad es calmada, aceptando que nos acompaña, aunque no somos nosotros lo que vivimos, sino los receptores de lo que sucede. Pero la aceptación no implica resignación, sino el reconocimiento de lo que vivimos, con la intención de saber si podemos cambiarlo o no podemos, para actuar sobre aquello que podemos cambiar, y vivir lo que no, sabedores de que pasará, dando lugar a otras circunstancias. No ofreciendo excesiva importancia, sino la justa que la sitúa en su justo lugar.
También se comprueba que coexisten situaciones desagradables y alegres en nuestras vidas, no quedando atrapados por ninguna de ellas, y si viviéndolas sin reservas, sabiendo de nuestra capacidad para actuar. Porque la plenitud incluye el todo que vivimos, y se alcanza sin rechazar nada de lo que sucede, encontrando sentido a todo, lo que supone preguntarse el para que, y no el porque. Debido que el para que nos conduce a la acción, y el porqué al pasado. La acción transforma, el pasado mantiene los problemas. La acción fluye con la vida, el pasado nos ancla a un tiempo ya no existente, desconectándonos de nuestro ser. La acción crea realidades, crea vida.
Somos, en definitiva, el centro de nuestra existencia, quienes permanece en todo momento, debido a que vivimos todo lo que la vida nos reserva, y por esto pasar de un estado de preocupación, que implica a adelantarnos a lo que puede suceder, bajo el dominio del miedo, adelantando el sufrimiento, desconociendo si lo que tememos sucederá, llegando a sufrir dos veces por lo mismo, una por anticipado, otra si sucede lo que tememos. y ocuparse supone atender a lo que realmente nos sucede, vivir en el momento presente, para actuar del modo más adecuado a lo que nos toca vivir, evitando el sufrimiento, que es un estado mental, consistente en la ocupación mental por el dolor que vivimos, mediante pensamientos recurrentes, y emociones de culpabilidad, sea dolor, inevitable y regenerador, o alegría. Ocuparse es la actitud de cuidar nuestra existencia, nuestro entorno, nuestras relaciones personales, en cada momento correspondiente. Es afrontar la vida tal cual llega, sin anticiparse, ante lo desconocido, puesto que la vida es una continua sorpresa, y desconocemos lo que sucederá. Así las personas que logran iluminar sus sombras, viven abiertas a las sorpresas que ofrecen la vida, desde la relajación que ofrece dicho estado.y la confianza en saber actuar como corresponda, desde la ocupación y no la preocupación, aunque a veces hallan de esperar un tiempo a resolver sus problemas, sin por ello dejar de ocuparse en otras facetas de sus vidas.
Y con la ocupación salvamos el sufrimiento, que no el dolor, porque el dolor es un sentimiento surgido ante una pérdida, o una alarma de que algo no está bien, pero el sufrimiento es un estado mental que como antes describí, consiste en los ruidos mentales que impiden abandonar el dolor. El dolor permite, una vez agotado, transformar nuestra vida, transformarnos y volver a disfrutar de la vida, forma parte de la misma, mientras que el sufrimiento nos aísla de la vida, impidiendo desarrollarnos y disfrutar de la vida, instalándose como lo único que vivimos, cuando en realidad la vida ofrece sabores dulces y amargos, coexistiendo y mostrando la totalidad de la vida, dotándonos de plenitud.
Es por todo lo expuesto que dedicarnos a conocernos, que es al fin lo que persigue la iluminación, una actitud que conduce a la felicidad, y el bienestar, desarrollándonos como humanos, mejorando nuestra salud y disfrutando de la vida.