Meditación y psicoterapia
¿Por qué estoy leyendo esto y no haciendo otra cosa? ¿Qué pretendo obtener con la lectura de este artículo?
Siempre hacemos algo por algo y aunque los motivos subyacentes de una acción puedan ser múltiples, detrás de todas nuestras acciones, directa o indirectamente, aparece una motivación común: la evitación del sufrimiento y la búsqueda de la felicidad.
En esto de la evitación del dolor y el sufrimiento y de la búsqueda del placer y la felicidad cada cual se las apaña como puede. Sin embargo, muchas veces caemos en la paradoja de que por no querer sufrir un poco, nos enredamos en acciones que nos provocan el doble de dolor y de sufrimiento y que por supuesto nos alejan de la felicidad tan deseada... ¿qué carajo nos pasa?
Apaciguar el sufrimiento psicoemocional
La psicoterapia, desde sus orígenes, se ha propuesto como objetivo la disminución del sufrimiento psicoemocional. Mediante diversas técnicas y procedimientos busca que el paciente tome consciencia de sus puntos ciegos, zonas de sí mismo que quedan veladas por la acción de sus mecanismos de defensa. No somos entes salidos de la nada, todos tenemos un pasado, una historia en la que en la más temprana infancia suelen haber acaecido carencias significativas, por lo tanto en el presente, se manifiestan los mecanismos de defensa actuales con los constituidos para defendernos de las carencias infantiles. El drama está en que lo que nos funcionó de niños ya no funciona ahora y así en ciertos aspectos de nuestra vida continuamos actuando como niños desvalidos, y por si fuera poco, muchas veces ni siquiera nos damos cuenta porque son procesos inconscientes, automatismos que funcionan por sí mismo sin que ni siquiera nos enteremos.
Así en la vida nos suele ocurrir lo que decía el maestro zen Taisen Deshimaru: nos pasamos media vida corriendo detrás de las cosas que nos gustan y la otra media huyendo de las que no nos gustan. Y así muchas veces se nos escapa la vida en busca de un mañana que nunca llega y huyendo de un presente mediocre, del que por lo mediocre que es preferimos evadirnos, fantaseando en el futuro o en el pasado o narcotizarnos con exceso de televisión, exceso de comida, exceso de redes sociales y exceso de drogas legales o ilegales.
La neurosis y la falta de amor
En efecto, la condición neurótica, tal y como yo la entiendo y en consonancia con la definición propuesta por el Dr. Claudio Naranjo, es un estado carencial. Un estado de ser en el que sentimos que algo nos falta, y ese algo que nos falta sin saber muy bien qué es lo buscamos compulsivamente afuera de diversas maneras, a menudo disfuncionales y que nos acaban por pasar una factura muy alta: excesos de diversos tipos (con la comida, las drogas, el sexo, etc.), búsqueda de la fama y el prestigio social a cualquier precio, consumismo, etc. Por esto, la neurosis no tiene necesariamente que ver con la presencia de síntomas psicopatológicos (cuadros de ansiedad, obsesiones, etc.) sino que es la condición normal del ser humano de nuestra época y cultura y que, desde el punto de vista de la salud, representa una grave patología de la que todos en buena parte participamos (cuenta de ello, la da el estado actual del planeta: guerras despiadadas, ausencia de justicia social y ecológica, embrutecimiento y violencia contra nosotros mismos, nuestros semejantes y el resto de especies...). Además del estado carencial interno, otro rasgo inherente de la neurosis es la falta de amor: hacia uno mismo, hacia nuestros semejantes y hacia el resto de la vida... Llegados a este punto ¿qué podemos hacer?
El proceso de psicoterapia
Por un lado, la psicoterapia busca en primera instancia que la persona se dé cuenta de sus mecanismos de defensa para paulatinamente ir desmontándolos. Como vemos, la psicoterapia es un trabajo, con y sobre la consciencia (consciencia que no es etérea ni abstracta y que se manifiesta en lo concreto: en el cuerpo que somos, en las emociones que vivimos así como en nuestras cogniciones, en definitiva en nuestras maneras de ser y estar en el mundo).
Así, mediante el proceso de psicoterapia uno se va percibiendo más objetivamente, al mismo tiempo que se liberan parte de los impulsos que anteriormente estaban contenidos en mecanismos de defensa psicocorporales, todo ello permite una mejor gestión de la vida y la realidad cotidiana. De esta manera poco a poco vivimos una vida más plena y satisfactoria, necesitamos evadirnos menos y eso suele traducirse en un necesitar menos: menos comer emocional, menos drogas evasivas, menos consumismo, etc.
Al mismo tiempo surge una mayor tranquilidad y un gusto y amor por lo esencial: relaciones verdaderas, nos permitimos ser más verdaderos, manifestándonos cada vez más como nos sentimos y poco a poco se va dando mayor coherencia en nuestra vida. Sin embargo, muchas veces a pesar de esta gran realización y a pesar de que las áreas más significativas de la vida se encuentran cubiertas puede aparecer un sentimiento de carencia, de que algo falta... ¿qué está pasando?
El miedo a la muerte y la meditación
Las corrientes existencialistas del psicoanálisis están en lo cierto al señalar que una de las mayores represiones es la consciencia de muerte, de que somos seres transitorios, procesos conscientes entre dos interrogantes de los que a ciencia cierta poco sabemos y en consecuencia poco podemos decir de ellos. Esto provoca un gran miedo y por ende un gran sufrimiento. Además de esto, el yo egocéntrico por sano que se haya vuelto mediante la psicoterapia no obedece a nuestra última naturaleza que es expansiva y busca ampliarse y transcenderse en algo mayor, es en este contexto donde resulta de enorme utilidad la meditación.
La meditación, en particular la meditación budista zen (en la que se ha inspirado el moderno mindfulness) es concreta y tangible, no añade nada externo a la persona. Uno se sienta en la posición correcta: espalda recta, mentón recogido, las rodillas firmemente ancladas en el suelo en contacto con la tierra, la coronilla estirada buscando el cielo, concentrándose relajada pero firmemente en la respiración sin hacer nada más, sin intentar modificar voluntariamente la respiración, simplemente dándose cuenta de lo que pasa, haciendo el intento de no rechazar ni apegarse a los pensamientos, recuerdos, emociones, etc.
En suma, dejar de correr, pararnos y permitirnos ser y estar con nosotros mismos, sin rechazar nada y sin aferrar nada. Cuando la meditación se practica con esta actitud unida a un comportamiento ético, emerge un nuevo estado de ser que poco a poco va impregnando la vida, poco a poco y sin saber bien qué está pasando, uno se va dando cuenta de que siente menos miedo, que le afecta menos lo que pasa externamente aunque paradójicamente aparece un mayor compromiso con el bienestar de los demás y una sensación de ligereza, sentido del humor e interés por la vida en general.
Esto querida lectora, querido lector, es sólo un artículo. De nada sirven las elucubraciones filosóficas si no se llevan a la práctica. Es responsabilidad de cada cual hacerse cargo de su propia existencia. Existencia que para ser plena debe llevarse al terreno de la acción: debemos comprobar y experimentar lo que consideremos que necesitamos, responsablemente y con una actitud de aprendizaje: hacerlo lo mejor que sepamos, con la mejor voluntad que podamos pero sin machacarnos ni culpabilizarnos, ni caer en la indolencia, todo un arte que se aprende día a día, instante a instante, inhalación tras exhalación.