¿Estresamos a los niños?
Hoy en día, especialmente en las ciudades, muchas personas solemos llevar un ritmo de vida frenético, estresándonos constantemente por la poca disponibilidad de tiempo que tenemos para llevar a cabo nuestras actividades cotidianas: hijos, familia, trabajo, tareas domésticas... Esto acaba generando que queramos hacer las cosas deprisa y corriendo y nos volvemos impacientes en cuanto alguien hace las cosas de manera más pausada.
Por otra parte, a través de los estudios científicos vemos como la prevalencia de trastornos como la ansiedad y la depresión van en aumento. El ritmo de vida que llevamos junto con otros factores inciden en este hecho. Ante esta situación surgen las siguientes preguntas:
- ¿Estamos contagiando nuestro estrés a nuestros hijos?
- ¿Los estamos predisponiendo (sin querer) a terminar siendo personas ansiosas?
- ¿Podemos hacer algo para evitarlo?
Sabemos que el carácter y la personalidad de las personas tienen una base biológica y una base ambiental. Es decir, nacemos predispuestos a responder de determinadas maneras ante los estímulos pero el ambiente en el que crecemos, las personas significativas que lo conforman (padres, maestros, abuelos, hermanos, comunidad, etc) y las experiencias que vivimos, terminan definiendo nuestra manera de ser, actuar, pensar y sentir, por lo que, es muy posible que el estrés de los padres acabe contagiando en los niños de manera involuntaria.
¿Cuántas veces nos hemos visto metiendo prisa a los niños porque no llegamos a un lugar? ¿Cuántas veces hemos acabado perdiendo la paciencia en estos momentos, llegando, incluso a chillar a nuestros hijos?
Estas situaciones nos suelen estresar mucho y acabamos transmitiendo este estrés a nuestros hijos, presionándolos para que hagan las cosas rápidamente en lugar de respetar su ritmo natural.
Los niños, especialmente los más pequeños, tienen un ritmo lento porque se distraen constantemente al estar explorando y aprendiendo continuamente de su entorno. Este ritmo pausado es una característica innata en la mayor parte de los niños y es positivo, ya que les permite prestar atención a todo lo que les rodea y así ir comprendiendo mejor su mundo pero, ¿cómo hacer para combinar su "ritmo", respetándolo, con el cumplimiento de horarios y obligaciones, sin añadir este grado de estrés del que hemos hablado?
Cómo evitar el estrés en los niños
Aquí dejamos unos consejos que te pueden ayudar:
Establecer unas rutinas claras: que los niños sepan que toca realizar en cada momento y planificar un tiempo adecuado para cumplirlas.
Cuando se acerque el momento de dejar de jugar o hacer alguna actividad avisarles 5 minutos antes de la finalización de la misma y 1 minuto antes para que puedan acabar a la hora que toca habiendo asimilado con los avisos que se acababa el tiempo.
Ver el tiempo que necesitan los niños para hacer cada cosa y tenerlo presente a la hora de calcular los horarios a seguir. Por ejemplo, si sabemos que entre que llamamos a los niños para salir de casa y lo acaban haciendo pasan 10 minutos, la clave está en avisarles 10 minutos antes de la hora de salida para luego no tener que correr.
Identificar aquellos momentos en que no tenemos ninguna prisa porque disponemos de mucho tiempo y dejar que los niños se entretengan, exploren, compartiendo incluso con ellos su curiosidad.
Evitar chillarlos o agobiarlos, ya que de esta manera reforzamos que se paralicen o hagan las cosas a toda prisa potenciando errores que después implicarán más tiempo. Por lo tanto, hay que mantener la calma a la hora de hablar con ellos aunque se mantenga un tono serio y firme
Esperamos que estos consejos proporcionados te ayuden a llevar un ritmo familiar más pausado en el que todos los miembros se encuentren a gusto.