El miedo a nacer a algo nuevo
El ser humano cuando nace procede de una dimensión más lumínica, más pura, más amorosa. Sólo tenéis que abrazar a un bebé para sentirlo e inevitablemente se producirá un choque de dos dimensiones, de la luz a la oscuridad, de la conciencia a la inconsciencia, de lo ligero a lo denso.
Por esta razón, el nacimiento de un bebé se define “dar a luz”. Los niños generan más conciencia en la familia, más luz en nuestro mundo. Este es el mecanismo a través del cual se produce más evolución en nuestra especie, porque la luz que perdemos al nacer y en la infancia se convierte en conciencia en nuestros padres.
Cada nueva generación que nace tiene unos niveles de conciencia y de exigencias sobre el amor más evolucionados, profundos y complejos. Es inevitable el choque intergeneracional porque un niño siempre sentirá que sus padres no saben amar de forma absoluta o lo hacen de una manera muy deficitaria, pero se convierte en un trauma para el bebé porque en ese momento no tiene capacidad de entendimiento.
La experiencia del parto
El momento del parto es un proceso, por lo general, tremendamente traumático, lleno de emoción tanto por parte de la madre como del bebé. Así puede que creas que tu madre “te agobia” porque esa fue la sensación que experimentaste al nacer y repites el escenario.
O puede que creas que te dan miedo los espacios estrechos o con forma de túnel (por ejemplo, una cueva o el aparato que se usa para hacer resonancias) porque reproducen simbólicamente ese momento.
O tal vez creas tener pánico al agua y simplemente tu inconsciente lo está asociando a un momento de tu nacimiento del que te quiere proteger (agua = líquido amniótico) evitando que te acerques al “peligro”.
Sientes miedo ante el cambio de dimensión, ante la pérdida del estado de confort que te produce tener que salir del útero materno, y culpable por el dolor que estás ocasionando.
Después, cada vez que un bebé no sienta a su madre, temerá que se ha ido para siempre, generando una sensación de abandono. Estos se están repitiendo en tu edad adulta y te llevan inconscientemente a ese momento traumático que es el nacimiento.
Los miedos que nos frenan
Toda esta intensidad emocional es la que tenemos asociada en nuestro interior al hecho de nacer a algo nuevo, lo que se traduce en hacer un cambio en nuestra vida. Dentro de nosotros queda marcado ese bloqueo y sin darnos cuenta aparece una creencia que nos llena de miedos y que dice que “modificar nuestro estado actual implica atravesar un complicado proceso, doloroso y lleno de miedos”.
En muchas ocasiones, el miedo y la culpa nos dificultan a enfrentarnos a la vida; pero no es real en nuestro presente, no existe, lo creamos nosotros e incluso amplificamos la intensidad con nuestra imaginación.
El hecho de repetir esos sentimientos a lo largo del tiempo provoca que nuestra reacción sea cada vez más reacia ante esa combinación, evitándola. Nos produce una sensación de pérdida del centro, de inseguridad, de desprotección, que no nos gusta experimentar. Creemos que planificando conseguimos estabilidad.
Pero qué hacemos con la idea de que nuestro día a día es imprevisible y no se puede controlar. Nos olvidamos de que la vida no es el objetivo sino es un mecanismo para alcanzar nuestra esencia.
“Y mientras no mueras y resucites de nuevo, no serás tu Ser.” Es necesaria la muerte del Ego, una época de no ser y ese vacío nos genera estrés. La no identidad nos da miedo. Requiere de una transformación transcendental, en la que se active nuestra intuición y renunciemos a nuestra lógica, para poder crear una nueva perspectiva y andar un nuevo camino desconocido.
Tenemos además un miedo ancestral a ser diferentes. Primero, porque en la edad primitiva de nuestra especie, si estabas solo, no sobrevivías; se requeriría del grupo para estar protegido. Y más recientemente, en la Edad Media por ejemplo, porque mataban o ridiculizaban a quienes tenían ideas diferentes. Esas experiencias están guardadas dentro de nuestra epigenética y nos retienen.
El sentimiento de culpa tampoco colabora para que los cambios se produzcan. La culpa nos mantiene en el sacrificio; nos convierte en mártires; no nos sentimos merecedores.
Es un concepto que se impuso en la Era Piscis para frenar el caos social que existía en ese momento, sin ningún tipo de moralidad ni normas. Se necesitaba poner límites y aparecieron religiones con normas estrictas. Pero ya hemos entrado en la Era Acuario, después de hacer una gran evolución, y ya no hay peligro, ya no es necesario controlarnos de nuestros instintos.
La mejor manera para que el sentimiento de culpa desaparezca es haciéndote responsable de tus actos. Desde esta posición, podrás ir cambiando tu forma de comportarte y aprender a usar de manera adecuada aquello que ahora rechazas de ti (la sombra). No olvides nunca que en la naturaleza todo existe para algo, todo sirve.
Al final, la resistencia al cambio nos lleva a una crisis emocional, física, psíquica y energética, generando síntomas y enfermedades, porque lo que se los pide es evolucionar.