El poder de la relajación y la metáfora del ordenador
Dicen que Dalí, creo que él mismo lo contaba, para hacer la siesta se sentaba en un sillón de orejeras con una cuchara en la mano y un plato de lata en el suelo, justo debajo de la cuchara. Cuando se dormía, al distenderse los músculos de la mano la cuchara caía en el plato con un magnífico estruendo que marcaba el fin de la siesta.
Esto nos lleva a una paradoja que seguramente todos hemos vivido alguna vez: a veces, un único momento de “desconexión” nos procura un mayor descanso que un largo sueño, especialmente en lo mental. Quizá las sensaciones de cansancio físico persistan pero, de modo similar a cuando reiniciamos un ordenador, parece que hayamos “reiniciado” nuestra mente, descargándola de información obsoleta y de los condicionamientos de la actividad reciente y, con ello, revitalizado todo nuestro organismo.
De vez en cuando el ordenador nos pide que lo reiniciemos para poder actualizar su sistema operativo. Al hacerlo, hacemos posible que actualice sus sistemas y siga funcionando con nuevas prestaciones que antes no tenía. Sin embargo, durante el tiempo que dura la actualización, el ordenador no deja de funcionar, sino que está funcionando en otro modo, bajo una configuración diferente de la que hace posible que interactuemos con él normalmente.
¿Qué pasa en nuestro organismo durante la relajación?
Esto también es similar a lo que pasa durante el sueño y durante la relajación: actualizamos nuestro organismo y nuestra mente que, sin embargo, no dejan de funcionar, sino que simplemente lo hacen bajo un “configuración” diferente.
A esto le llamamos “estado de consciencia”. Los seres humanos podemos experimentar diferentes estados de consciencia, que permiten que nos actualicemos en diferentes maneras, aplicando diferentes “programas” que organizan nuestra actividad y nuestra consciencia de forma diferente. Sin embargo, hasta aquí llegan las similitudes con un ordenador, y aquí empiezan las diferencias, incluso obviando el hecho de que el ordenador no tiene consciencia.
Si bien en la metáfora del ordenador podemos ver reflejado el funcionamiento de nuestra mente, ello se debe únicamente a la imposibilidad de observarla directamente, igual que no podemos ver los propios ojos sin un espejo. O quizá sea más adecuado compararlo a observar el propio cogote, prácticamente imposible de ver sin el auxilio de dos espejos. Si pudiéramos observarlo directamente, los espejos no solo no nos serían necesarios, sino que nos parecería un auténtico estorbo.
El conocimiento que tenemos de la mente procede de que observamos lo que hace. Vemos, por ejemplo, que si le damos un 3 y un 6 nos devuelve un 9 o un 36. Gracias a cosas como esta podemos concluir que la mente opera con signos, por ejemplo.
Pero saber qué es la mente o cómo lo hace, es como pretender mirarnos el cogote sin espejos. Aunque casi siempre la sentimos asociada a nuestro cuerpo, la mente no tiene materia; aunque siempre nos acompaña, no ocupa espacio. Solo podemos observar el resultado de sus acciones y, aunque una parte de ellas las realizamos de manera consciente, la inmensa mayoría están ocultas, incluso a nuestra propia subjetividad.
Por ello, cualquier inferencia sobre su naturaleza o funcionamiento debemos tomarla únicamente como una metáfora más o menos útil para determinados fines, como una licencia poética o didáctica, pero no necesariamente más cierta que aquellas teorías que atribuían el movimiento de los planetas y de la bóveda celeste a una inmensa maquinaria: aunque útiles, pues hacían posible predecir alguno hechos, desconocían completamente la naturaleza del fenómeno que observaban.
La influencia del libre albedrío
Por otro lado, aunque podemos comparar la mente a un programa de ordenador y los estados de consciencia a diferentes modos de funcionamiento que contempla ese programa, lo cierto es que el ordenador nunca hará nada diferente de lo que le diga el programa, y eso es algo que no podemos decir del ser humano.
La conducta humana es tan variable y tiene tanto de impredecible que a menudo resulta imposible saber si nos hallamos ante una excepción a la regla contemplada en el programa o ante un auténtico caso de libre albedrío.
El libre albedrío es algo que la ciencia nunca podrá llegar a demostrar, pues la ciencia no sirve para eso. La ciencia busca demostrar que el universo y el ser humano obedecen a fuerzas y leyes que necesariamente se han de cumplir en ausencia de una ley superior o una fuerza mayor. Por ello, la ciencia es ciega a la libertad (por suerte algunos científicos, conscientes de esta limitación de la ciencia, no lo son).
Sin embargo, desde un punto de vista existencial, existe un hecho subjetivo que no nos deja duda sobre la existencia del libre albedrío, y es la angustia que asociamos a la responsabilidad. La incertidumbre sobre la conducta más adecuada a seguir nos enfrenta de manera inequívoca a nuestra libertad, situación en la que nunca se verá envuelto un ordenador.
Esto es algo que deberemos tener en cuenta al contemplar la relajación desde la perspectiva de los estados de consciencia. Aunque la mente parece operar según un programa, según unas reglas; aunque esas reglas parecen cambiar cuando nos relajamos, no podemos eliminar en ningún caso la posible influencia del libre albedrío. Lo cierto es que cuando estamos relajados nos solemos sentir más libres, con mayor libertad de acción y decisión, y no simplemente obedeciendo a unas reglas diferentes.
Además, si queremos modificar voluntariamente nuestro estado de consciencia, sea con un fin terapéutico, creativo, espiritual o de cualquier otro tipo, trataremos de comprender la mecánica, las leyes que rigen ese cambio, y a aplicar el procedimiento adecuado para obtener el resultado deseado.
Sin embargo, lo cierto es que dicho resultado está sujeto a demasiadas variables, y en ocasiones es como adentrarse en otro universo en que las leyes parecen ser otras, exóticas, desconocidas o incluso inexistentes. Ello es cierto para los procedimientos más “radicales” para la modificación de la consciencia, como el empleo de sustancias psicodélicas, pero también para otros métodos considerados más suaves como las técnicas de relajación.
Por todo ello y en resumen, digamos que en la práctica de la relajación siempre hay que tener en cuenta, no solo las condiciones y circunstancias en que esta práctica se realiza y qué técnica y procedimiento es el más adecuado para cambiar las normas en las que la mente da forma a nuestra consciencia, sino también la aportación creativa del libre albedrío y un amplio espacio de incertidumbre.
La práctica de la relajación, igual que otros procedimientos que implican la modificación de la consciencia, puede ser una fuente de conocimiento, pero ello no siempre significa que la comprensión intelectual de aquello que conocemos sea posible.
Hoy en día la ciencia trata de llenar esos huecos, igual que en el pasado lo hicieron las religiones, pero quizá es cuando aceptamos las limitaciones de nuestro conocimiento de la mente y la consciencia, cuando mejor estamos comprendiendo la naturaleza de la relajación.