Don dinero, poderoso caballero
No sabía Quevedo hasta qué punto tenía razón cuando allá a principios del 1600 escribía este verso.
Nuestra sociedad se ha convertido en la sociedad del dinero; nuestra cultura, la de la plata. El dinero es una invención del hombre, un producto suyo, pero que irónicamente ha llegado a absorberle, teniendo lamentables consecuencias en la forma de pensar, en la de comportarse con los otros, en la visión misma que tiene el individuo de sí, así como en la manera en que la vida es ahora entendida.
Si nos remontamos a sus orígenes, el dinero exclusivamente nace como forma de intercambio, sin ninguna connotación de tipo negativa y sin consideraciones o valoraciones éticas o morales. Por tanto, vistas así las cosas, el dinero en sí no es algo malo ni bueno, es simplemente un medio. Lo decisivo del dinero entonces no es el dinero per se, sino toda la cultura que le rodea y que nosotros mismos nos hemos encargado de fabricar.
La forma en la que hoy entendemos esa cultura no es más que el legado de toda una ideología que lleva años haciendo mella en nuestras mentes: la conjunción del capitalismo feroz y salvaje con el libre mercado. Con ello surgen varias ideas presentes en nuestra psique: una, satisfacer no sólo nuestras necesidades básicas, sino también nuestros más anhelados deseos; y otra, que el otro sea partícipe de esa satisfacción viendo lo que poseemos o hemos adquirido, de forma que el dinero alcanza o exige una proyección hacia el exterior sin la cual no tiene sentido ninguna adquisición: “quizá éste no sea el coche que realmente satisfaga mis necesidades, pero qué demonios, míralo por fuera”, que por cierto, ¿no pasa algo similar en las relaciones actuales de pareja…?
Los efectos de todo ello en los seres humanos no se han hecho esperar: ansiedad, miedos, egocentrismo, codicia, poder asociado a la arrogancia y a la altivez, soberbia, presunción y un largo etcétera. En las familias, esta cultura ha calado hondo; muy hondo diría yo, de manera que nos encontramos con vínculos familiares desechos, afectados por el poder del dinero. Será que donde “hay patrón, no manda marinero”.
Sea como fuere, el caso es que cada vez más vínculos familiares y sociales de todo tipo se ven rotos por tan codiciado tesoro y es que es innegable que hoy día el dinero es algo necesario para vivir, pero quizás hayamos ido demasiado lejos. Nuestras verdaderas motivaciones y valores se han visto suplantados por las imposiciones absurdas del capitalismo y ahora “tanto tienes, tanto vales”. Ya no importa lo que hayas hecho por una persona durante años; los que siempre han estado a tu lado son los que ahora precisamente tienen dinero.
Todo ello tiene incluso una repercusión en cómo nos vemos a nosotros mismos delante del espejo: ¿soy capaz de proveer?, ¿soy capaz de mantener a la familia?, ¿gano lo suficiente?, ¿debería hacer más?, ¿he de comprar más?, ¿necesito más?... No es de extrañar que surja la presión además de las confrontaciones y las rupturas de vínculos; es innegable.
Siento que las personas están siendo no sólo absorbidas, sino completamente anuladas por las ridículas imposiciones de todo un sistema que, en el fondo, nos está devorando de forma lenta pero segura. Creo por todo ello que nos debemos a nosotros mismos una profunda reflexión y un continuo ejercicio de crítica interior, de manera que aquello que se adquiera sea lo que realmente uno necesita y sin imposiciones de ningún tipo, que sea de forma libre; sólo así podremos establecer un equilibrio básico en nuestra mente y nuestro interior entre lo que queremos y lo que necesitamos, además de una cultura propia del dinero, cada uno, la suya.