No. No sobran viejos. Sobra ambición y falta humanismo
Hoy hago una reflexión no solo como psicólogo, sino también como hijo, hermano, esposo, padre, primo, vecino, ciudadano... Como ser humano. Y los seres humanos queremos a nuestros mayores. Y los queremos vivos.
Desgraciadamente, casi todos sabemos ya que Bill Gates alertó hace cinco años de los graves riesgos de pandemia que corría el planeta. Dijo que el peligro real ya no era de tipo nuclear, sino vírico. Disponía de sobrada información y conocimientos que nosotros no tenemos. No especulaba. Afirmaba. No obstante, no se hizo ni se previno nada. El resultado: miles y miles de muertos.
Todo cuanto podemos saber es que existen laboratorios biológicos de alta seguridad —en Wuhan hay uno de los más importantes del mundo— que trabajan con todo tipo de virus. Los estudian —in vitro o en animales— Los modifican. Los patentan. Y, presumiblemente, quizás alguno se escape. Presumiblemente, alguno quede como reservorio en animales. Aunque —según dicen—, son los animales quienes los generan, los mutan y los transmiten.
Estos virus, presumiblemente, pueden ser potencialmente utilizados en guerras biológicas. Pero todo esto solamente es presumible y, por consiguiente, no pasa de pertenecer a las llamadas teorías conspiranóicas. Y lo son. Pero no porque no puedan ser ciertas, sino porque no se puede acceder a la información real. La verdad no la sabremos nunca. Solamente el discurso oficial: nadie tiene la culpa. Queda preguntarnos ¿quién o quiénes salen beneficiados de las pandemias?
Pero más allá de las especulaciones, causas y consecuencias, lo cierto es que los seres humanos no podemos ni debemos permitir que en nuestras mentes se instale un pensamiento conformista que justifique la pérdida de vidas humanas. Sea por la causa que sea, ni aunque se trate de personas mayores —personas que, a menudo son vistas como una carga social y económica cuando, en realidad, es gracias a su esfuerzo que se generó nuestro bienestar actual—.
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, pronunció hace dos años unas desafortunadas palabras:
Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!
Christine Lagarde
Sin duda, se refería a tomar medidas económicas, pero, al decir que los ancianos viven demasiado, su pensamiento —sobran viejos— reflejaba el sentir de muchos otros dirigentes de la economía y las finanzas mundiales. Los que mandan.
Es frustrante ver cómo algunos políticos, economistas, sociólogos, antropólogos..., se convierten en la correa de transmisión de ese poder oculto. Desde sus influyentes púlpitos, nos hablan de que el mundo ha avanzado a base de pandemias, de guerras, de desastres... Dicen que, después de una hecatombe, la sociedad se regenera y surgen nuevas oportunidades, produciéndose un nuevo orden social... Y lo dicen como si fuera algo bueno y natural que permite preservar la vida y la evolución de la raza humana. Y yo les digo que no. No compro su discurso. Un discurso que, lamentablemente, suele ser superficial, sesgado, interesado y oportunista.
La sociedad debería regenerarse y evolucionar de forma incruenta por sí misma, gracias al aprendizaje, a su inteligencia superior y a sus valores. Gracias a un crecimiento armónico y a una distribución proporcional de sus recursos. Gracias a su sensibilización con respecto a la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente y el planeta. Gracias a la solidaridad humana, ese potente sentimiento que, por desgracia, se pone de manifiesto solamente en situaciones límite, ya que habitualmente se deja llevar por rivalidades absurdas. Gracias a la prevención y al cuidado de la salud individual y colectiva, de una manera real y natural, no artificiosa, engañosa o insuficiente que está al servicio de intereses económicos privados. Y en cuanto a un nuevo orden social..., ¿quién garantiza que ese nuevo orden social será más justo, equitativo y humano, y no será al contrario, con menos libertades y más recortes sociales...?
Señores, en realidad, la sociedad no necesita desastres, guerras ni pandemias para regenerarse. Debería bastar con aprender de la historia y dejar de considerar los episodios luctuosos pasados como si fueran una tradición inevitable y necesaria para la evolución. El hombre debe dejar de ser el único animal que tropieza dos o más veces con la misma piedra. La sociedad, y los que tiran de los hilos, deberían ser menos ambiciosos y tener más humanismo. Más conciencia social y planetaria.
Es fácilmente observable que, a raíz de esta desgraciada pandemia, se han generado muchos mensajes y discursos que, a manera de consuelo, justifican la muerte, especialmente de una mayoría de personas mayores, como si formara parte de un proceso regenerativo, de limpieza social o planetaria. ¡Como si los viejos tuvieran la culpa de cómo gestionan los países el poder, la ciencia, la economía, los recursos sociales y ambientales! Pero hay algunos de estos mensajes que me entristecen enormemente. Y no se trata de políticos o gurús de las finanzas, sino de gente corriente que, mediante las redes sociales generan y comparten mensajes que, con su mejor intención, pero con una gran dosis de ingenuidad, lo que hacen en realidad es conformarse y justificar unos hechos y unas consecuencias que jamás deberían haberse producido. Y me entristecen, además, porque quizás no sepan que el lenguaje construye realidades. Quizás ignoren que sus mensajes, buscando consuelo, sin querer ayudarán a enmascarar las posibles negligencias, abusos y mentiras que giran alrededor de esta pandemia. Y quizás ignoren que, bajo un mensaje aparentemente solidario, se puede ocultar un inconfesable sentimiento de insolidaridad: —Bueno, nosotros estamos bien. Lo siento por los muertos, pero la mayoría eran gente mayor...— o —Alguien tenía que morir para que el resto podamos vivir en un mundo más sano...—
Permítanme solo dos ejemplos de mensajes que he encontrado en redes sociales. Son suficientes para entender lo que les estoy diciendo:
- —La naturaleza es tan mágica que ella misma está limpiándose del mal que le hicimos...—
- —En realidad, este virus va a ser una bendición para todos los seres humanos porque va a ser un gran despertador de conciencia, de unidad y solidaridad...—
En primer lugar, la naturaleza es mágica, sí. Crea vida. Nos regala generosamente su energía. Nos alimenta. Pero lo ocurrido ha sido consecuencia de la manipulación y la ambición humana. No ha sido la naturaleza. Ella solo espera que, como hijos suyos que somos, la respetemos y la amemos. Que dejemos de ensuciarla y la limpiemos. Pero, no limpiarla de personas, sino de basura y de contaminación. Que tengamos más consciencia ecológica y planetaria.
En segundo lugar, los seres humanos deberíamos ser capaces de generar una consciencia más solidaria sin necesidad de que muera nadie. No hace ninguna falta que ningún virus venga a hacer lo que podríamos hacer por nosotros mismos. Por eso, nadie que tenga un mínimo de sentido común puede considerar una bendición a ese virus. Un virus que está robando vidas inacabadas. ¿Acaso algunos lo consideran una bendición o un facilitador de limpieza humana, por el hecho de que se ceba especialmente en las personas mayores? Es algo absolutamente fuera de lugar. Acaso, de tanto ver muertos y muertos por la tele cada día ¿se han insensibilizado? Yo ruego, a esas personas inconscientes, que dejen de escribir y de decir estas barbaridades. Que lo piensen bien antes de hacerlo.
El futuro siempre llega. Implacablemente. Y llegará en función de lo que hagamos. De momento, debemos ayudar con todas nuestra fuerzas, y cada uno a su manera, a parar la pandemia. Ayudar a quien lo necesite y darle nuestro apoyo. Agradecer el esfuerzo de tantas y tantas personas abnegadas en su servicio a la comunidad. Reconfortar a quien haya perdido a un ser querido. Recordar y mantener el cariño en nuestras almas, de estas personas que nos han dejado. Entender dónde hemos fallado y corregirlo. Aprender a ser mejores personas. Más solidarias. Más honestas. Cuidar nuestra salud. La salud de nuestra familia. De nuestra sociedad. De nuestro planeta. Trabajar y luchar porque nuestros viejos puedan vivir y gozar del fruto de una vida de trabajo y del cariño de todos. Trabajar y luchar por nosotros mismos. Trabajar y luchar por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos, para que puedan vivir sanos y felices, sin miedo a envejecer.