No es oro todo lo que reluce...
La mayoría está equivocada. Totalmente equivocada. Debajo de todo este desorden y desastre social al que venimos asistiendo desde hace tanto tiempo, no se encuentran razones económicas, ni políticas, ni siquiera culturales o ideológicas. Más bien, se trata de algo que está mucho más abajo, mucho más al fondo de lo que pueda parecer a simple vista, pero que tiene una importancia crucial para la construcción de una sociedad auténtica y francamente sana. Es algo mucho más hondo, pero al mismo tiempo e irónicamente, muy sencillo: se trata nada más y nada menos que de la sencillez y la naturalidad de una genuina y verdadera ética y honradez con uno mismo. Me explico.
Analizando las circunstancias del panorama actual mundial me percato del siguiente hecho; al menos en muchas de las sociedades occidentales, gran parte de las parejas actuales están “unidas” por miles de factores que no se podrían considerar precisamente amor. Y este hecho que parece una simple nimiedad tiene una repercusión de importantísimo calado en el mundo que vivimos. Desarrollo la idea. Párate por un instante y piensa cuántas parejas conoces hoy día que estén juntas por verdadero amor entre sus integrantes. Te sobran dedos en las manos, seguro.
Por el contrario, dentro de las razones “más comunes y normales” que la sociedad acepta para entender una pareja como tal, existen motivos tan irrisorios e ilógicos como el llevar años y años dentro de la familia política, las inseguridades que provocan pensamientos del tipo “si lo dejo, ¿a dónde voy a ir yo?” o del tipo “¿quién me va a querer a mí?”, también razones puramente económicas como aquellas de poder mantenerse a flote o paliar los gastos de toda una unidad familiar que se ha montado sin ninguna base previa, o por mantener un cierto estatus que se cree haber alcanzado y que tanto ha costado, o incluso por no estar solo aunque sea mal acompañado.
El caso es que, de cara a la galería, se tiene a alguien al lado. ¿Y acaso no es este un mundo que vive de cara al resto y al qué dirán? ¿No estamos en el país de si mi vecino tiene uno, yo tengo tres, aunque no los necesite sea lo que sea? ¿No es este el país del aplauso a las ocho de la tarde en plena pandemia mundial, pero boicoteo a mi vecino cajero o a la enfermera para que se vaya del edificio? Déjame decirte que sí, que estamos hablando del mismo mundo.
Así pues, la secuencia “lógica” de los acontecimientos que vienen a continuación es la siguiente: encuentro una pareja que para nada tiene que ver conmigo y hasta me caso con ella con los años. Formo una familia y traigo hijos a este mundo que, si se pone uno a pensar, no era para nada la idea inicial ni uno se ha encontrado nunca entusiasmado al respecto; así pues, se está en la obligación de aceptar el trabajo que sea durante las máximas horas posibles porque hay que afrontar todos los gastos económicos de esa “carga” que se ha echado encima pero que no se quería; luego se acude a ese mismo trabajo de no muy buena gana y se pagan “los platos rotos” con el resto de compañeros que, irónicamente, se encuentran en la misma situación o peor si se da el caso de divorciados sacándose los ojos y machacándose uno al otro por el puro placer de ver a tu ex en una situación inferior a la tuya, física o económicamente. Siguiendo con la secuencia, los hijos hay que dejarlos con los abuelos o la familia política porque se trabaja diez horas en la calle en ese círculo infinito y cuando al final del día se llega a casa, lo único que se quiere es que le dejen a uno tranquilo, así que “sí niño, te compro el móvil y déjame en paz o al menos así alivio la conciencia de no poder pasar tiempo contigo”.
Y esta cadena sí es la auténtica responsable de mucho de lo que criticamos hoy: la falta de educación en las generaciones que tenemos ahora, el hundimiento de parte de la economía por tener que salir ahora todos los integrantes de una misma casa a buscar sustento para mantener lo que a todas luces no se puede mantener con trabajos de a pie, transmitir una cultura del no pensar y hacer las cosas como auténticos “borregos”, de la frase “de todo se sale” (aunque sea a costa de las propias personas), de traer al mundo hijos que se crían solos o en brazos de unos y otros sin control ni ejemplos a seguir, de proyectar relaciones personales sin base lógica ni afectiva, del “tanto tienes”, “tanto vales”, de las infidelidades sentimentales, del descontento generalizado y el desahogo a gritos en campos de fútbol y, en fin, un larguísimo etcétera.
Ética personal y honradez con uno mismo. ¿No era eso de lo que hablábamos al principio? Exacto. No hay nada en el mundo entero que pueda autosatisfacer más que saber que siempre se hizo lo correcto siendo fiel a unas ideas y valores morales personales basados en la verdad para con uno mismo y para con el resto, que esto también se llama respeto por cierto. Por ello, vive con integridad, sin ceder a presiones externas impuestas por la sociedad, intereses económicos o chantajes emocionales. Sólo así serás verdaderamente libre ante el espejo.