El hombre de las tabernas
Que el hombre moderno necesita horas y horas de ocio ha quedado más que patente tras este primer intento de vuelta a la tan sardónicamente llamada “nueva normalidad” porque de normal no tiene nada, pero no por esta pandemia en concreto.
Hace ya años que la realidad que conocemos no tiene nada de normal, nada más hay que echar un vistazo a las primeras planas y portadas de los diarios principales de todo el planeta. La pandemia lo único que ha hecho es sacar a relucir temas que estaban solapados o que nadie se atrevía a poner sobre la mesa a las claras.
Pero sin ánimo de desviarme del tema principal, lo que ha quedado claro es el que hombre ha salido desbocado cual caballo de su caballeriza en cuanto ha podido. ¿Y a dónde ha ido a parar? A la taberna. No había otra.
La pregunta resultaba prácticamente innecesaria, era la típica pregunta retórica que no expresaba duda, sino más bien confirmación. La pregunta sobre cuándo abrirían los bares venía siendo una constante en las mentes de mujeres y hombres en época de confinamiento, y por más que lo intento, no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que esa fuera una de las principales cuestiones en las cabezas de la mayoría de las personas con lo que el planeta estaba pasando, y desafortunadamente, le queda aún por pasar.
Que el hombre es social por naturaleza es algo indiscutible. Pero de ahí a que surja una necesidad imperiosa de estar fuera de casa y no en cualquier lugar de ocio, puesto que los teatros, los cines o las salas de exposiciones, por poner solo algunos ejemplos, no se han llenado, sino que han sido concretamente las terrazas y las cervecerías las que han estado casi a punto de explotar, aun cuando la distancia social no lo permite, sabiendo que para la ciudadanía prácticamente todo queda en agua de borraja. Decía que todo eso ha levantado un aire de inquietud y desasosiego en mi corazón que me ha hecho indagar un poco acerca del tema en cuestión, y lo que he descubierto creo que no es nada halagüeño. Tal vez era algo que inconsciente o subconscientemente ya esperaba.
No quiero pensar y trato de descartar a priori en mi mente el razonamiento moderno cada vez más expandido y absurdamente acogido que establece que, si el virus ha llegado para quedarse, carpe diem porque si eso es así, como dice el refrán “Dios nos coja a todos confesaos”, ya que el riesgo para nada está calculado ni mucho menos controlado.
Lo que parece más bien es que hay una tendencia y una disposición incontrolable del ser humano a salir y a despejarse de lo que ha afrontado los últimos casi cuatro meses en su propia casa. Sí, efectivamente. En su casa. Y recalco la palabra casa y no hogar, que son términos muy diferentes. Hombres y mujeres de todas las edades, clases y circunstancias sociales y económicas posibles han sentido que no estaban en el lugar adecuado, en el momento oportuno, ni con las personas correctas. Y aquí estoy hablando de supervivencia, no la existencial, ni la grupal, ni la social, ni la evolutiva, no. Aquí me refiero a otro tipo de supervivencia, una de las más importantes: la supervivencia mental, puesto que las salidas a las tabernas han supuesto un alivio profundo y espiritual para todos aquellos que han tenido que reconocer para sus adentros (y también ahora de cara al resto) que las vidas que habían montado se resquebrajan por todas partes.
Las parejas han hecho aguas y las instituciones sociales que tenemos montadas como el matrimonio o la familia han demostrado que no sirven para muchos humanos aunque nos emperremos en ellas porque “el otro también las tiene”. Así que los bares han sido y siguen siendo la vía de escape más factible y más económica para no tener que dar el portazo, ya que la cosa no está para pasar pensiones, ni pagar divorcios o dobles alquileres. Lamentable.
No sabemos si el virus se quedará o no, probablemente sí (éste y muchos más) y tampoco sabemos si se conseguirá una vacuna milagrosa (o un deplorable negocio por parte de las farmacéuticas). Lo único que sabemos ahora a ciencia cierta es que aquellas que nosotros considerábamos tradiciones no están hechas para todos los seres humanos, pero que desgraciadamente se seguirán perpetuando de cara a la sociedad en un intento hipócrita y burlesco de demostrar al resto que existe la vida perfecta.
Le queda un largo camino al ser humano por delante, mientras tanto, ¿cómo se dormirá por las noches tras dos copas y con esa conciencia?