Superficialidad, caldo de cultivo de nuestros grandes males
La superficialidad se está instalando de forma generalizada en nuestra forma de vida actual, convirtiéndose en un superficialísimo con múltiples cabezas que nos está acostumbrando a pensar solo en vivir y a vivir sin pensar.
Es bueno y necesario vivir con un ánimo alegre y positivo, disfrutando de los buenos momentos e intentando sentirnos felices, pero la verdadera felicidad debe generarse desde nuestro interior, de forma estable, y no de manera externa y artificial. Como digo en mi libro "El quinto cerebro":
Si la basamos en conseguir objetos, dinero, placer, reconocimiento o éxito de forma inmediata, impulsiva y caprichosa, podemos sufrir el inconveniente de no poder conseguirlo totalmente, de no poder mantenerlo siempre o de perderlo, sintiéndonos frustrados o infelices. También puede suceder que nos cansemos de lo que tenemos y queramos más, necesitando que los estímulos sean cada vez más fuertes para que nos impacten y colmen nuestras ansias.
El culto a la imagen y la adoración de lo superficial, de lo placentero y lo inmediato, distraen nuestra atención de las realidades y necesidades más profundas, renunciando al potencial de nuestra inteligencia superior, y adoptando una actitudes pasivas y gregarias que nos hacen cada vez más vulnerables a las influencias externas que buscan manipularnos.
Nuestra mente debería ser el último gran reducto de nuestra libertad. Sin embargo, la actitud superficialista que hemos adoptado está permitiendo que sea invadida y manipulada mediante el uso de una tecnología cada vez más sofisticada e ilimitada en sus objetivos, utilizada también como herramienta de control social. Stephen Hawking afirmó en un programa de la BBC, que "la inteligencia artificial augura el fin de la raza humana". Estaba convencido de que las máquinas superarán al ser humano debido a que este está limitado biológicamente y, por ello, evolucionará más lentamente en contraposición a las máquinas, que pueden hacerlo mucho más rápido, pudiendo llegar a tomar el control de la humanidad. Estas palabras, viniendo de un científico de la categoría de Hawking, son difícilmente refutables. Sin embargo, por más difícil que sea, podemos y debemos luchar para preservar nuestro propio futuro adoptando una actitud más activa y determinante como seres humanos, en lugar de instalarnos cómodamente en una impotencia, pasividad y superficialidad generalizadas que, al final, permitirá que su premonición se convierta en realidad.
Pero para plantar cara a ese incierto futuro, primero debemos admitir la realidad por más que duela reconocerla: cada vez hay más personas superficiales, frívolas, caprichosas, egocéntricas, intolerantes y con problemas emocionales. Debemos admitir nuestros fallos y limitaciones como requisito previo para corregirlos. Si no, tendremos más de lo mismo.
Ya comenté en un artículo publicado al principio de la pandemia, titulado No, no sobran viejos en la sociedad, sobra ambición y falta humanismo, los comentarios superficiales de algunas personas que, con toda su buena voluntad y una gran dosis de ingenuidad, afirmaban que la naturaleza es tan mágica que ella misma está limpiándose del mal que le hicimos... A estas alturas, algunas de ellas ya se habrán dado cuenta de que sus comentarios implicaban un conformismo pasivo ante unos hechos y unas consecuencias que son absolutamente inaceptables, cayendo en la trampa tendida mediante estrategias de manipulación de masas que persiguen ocultar las verdaderas intenciones y el alcance real de esta hecatombe y nuevo orden mundial. No obstante, la espiritualidad es inherente al ser humano. En sí es buena y la necesitamos, siempre que mire hacia nuestro interior. Pero también necesitamos tener los pies en el suelo. No lo podemos dejar todo en manos de Dios, de las estrellas, del destino, de los científicos o de nuestros mandamases.
Ya en un ámbito más pragmático, es lamentable ver cómo un gran empresario se emociona y deja fluir sus lágrimas cuando su equipo deportivo gana un campeonato y, sin embargo, ni siquiera pestañea cuando cierra sus fábricas o empresas y se lleva el dinero a un paraíso fiscal o los invierte en fondos buitre. O cuando fija su residencia en otro país para pagar menos impuestos. O cuando se aprovecha de las “oportunidades de negocio” que genera la pandemia. Pero lo más lamentable no es lo que hace en sí, sino que el público trague con ruedas de molino y le sigan haciendo reportajes en las revistas del corazón. También es lamentable que muchos medios estén a disposición de políticos o voceros que en realidad no saben nada, y solo dicen lo que les dicen que tienen que decir. Luego votamos al más guapo o a la más guapa, o simplemente votamos al otro porque este ya lo tenemos muy visto. Se crean distintas opciones para tenernos entretenidos y que discutamos entre nosotros si son galgos o podencos cuando, en realidad, son el mismo perro con distinto collar. Y nuestra mirada superficial les permite seguir medrando en ese teatro de las vanidades.
Solemos afirmar que la salud es lo más importante. ¿De verdad lo creemos? En general, nuestra sociedad se preocupa más por su apariencia que por su propia salud. Y así nos va. Por ejemplo, la mayoría de las personas con sobrepeso que quieren adelgazar, les motiva más su apariencia que su salud. Otras muchas personas que sufren enfermedades que podrían evitarse o mejorarse cambiando sus hábitos de vida, prefieren tomar pastillas o remedios mágicos antes que renunciar a esos “placeres” cotidianos a los que se han acostumbrado.
El verdadero poder que mueve los hilos de la economía mundial, ha conseguido que se haya llegado a considerar “normal” que cada año mueran 40 millones de personas en el mundo debido a las llamadas enfermedades del bienestar. Son enfermedades que afectan a nuestro sistema metabólico e inmunológico, principalmente, y cuya causa principal recae en nuestros hábitos de vida. En lugar de potenciar la prevención y la cultura de la salud para rebajar esta enorme mortandad, se utilizan cada vez más fármacos cuya mayoría solo sirve para paliar o controlar los síntomas y cronificar las enfermedades, convirtiéndonos en pacientes de riesgo ante pandemias como la actual. Es una medicina superficial que actúa mayormente sobre el síntoma y no sobre la causa o raíz del problema. Es la medicina de la que dependen millones de personas...
Pero, si estamos dispuestos a calentarnos la cabeza. Si estamos dispuestos a pensar más profundamente y hacernos más resistentes a la fuerza del contexto superficialista. A luchar por preservar nuestra libertad y por nuestra salud. A utilizar más eficiente y equilibradamente nuestra inteligencia superior, nuestros distintos cerebros, nuestra espiritualidad, nuestra energía. A aprovechar todos los conocimientos empíricos que ha acumulado la humanidad, que son muchísimos, podemos construir un nuevo futuro en el que la salud dependa mayormente de nosotros mismos y no se convierta en el nuevo maná que llueva del cielo (una maná que no llegaría para todos...).