Yo, yo y después yo (y sus consecuencias)
Que el egoísmo se está haciendo dueño y señor de las calles ya es un hecho. Que una gran mayoría de personas sólo se miran el ombligo, otro. Y es que últimamente, me parece que el mundo ha parido a unas cuantas generaciones de insensibles y voraces ingratos.
Sea ésta una cualidad innata o bien una característica desarrollada por las circunstancias, el caso es que hoy en día mirar más allá de uno mismo -y ya ni te cuento mirar por el otro- se hace casi impensable. Espero que no se vuelva patológico, o no tendremos sitio en los gabinetes...
Criar a las personas en base a los caprichos, los antojos y la inmediatez está dando todos sus frutos. No hay a lugar a dudas. También aquella otra corriente tan interesante que surgió allá por los años setenta aproximadamente que decía que ante los desafíos constantes de los más pequeños, la solución por excelencia era el diálogo. La idea en abstracto no está mal, aunque a veces pienso y debo admitir que a mí me dieron un cachete a tiempo (con cariño) y hoy doy las gracias por ser una ciudadana autónoma y a disposición y ayuda del prójimo. Será que en los ochenta todo cambió de nuevo.
Sea como fuere, empiezo a centrarme en esta cuestión del egoísmo que mata más que cualquier otro mal que podamos conocer. Yo, yo y después yo se ha convertido en todo un credo de comportamiento que arrasa allá por donde va. Los desafíos éticos y la autorresponsabilidad están demodé. Ahora lo que impera es el egoísmo personal, la ingratitud y sobre todo el desinterés por todo menos por uno mismo. Las consecuencias no se hacen esperar: mentes frívolas, llenas de oquedades y con escasas perspectivas de futuro.
Se impone entonces llenar esos huecos. Lo que sea con tal de evitar la sensación de vacío que impera en el interior de estos individuos. Hoy, muchísimas personas –demasiadas diría yo- no encuentran ningún tipo de satisfacción en el mundo. Y la verdad es que la mera idea de que estos elementos formen parte del conjunto da auténtico pavor, pues si tiramos del hilo y llevado a su extremo, la consecuencia última para todos aquellos que practican este egoísmo insano (por llamarlo de alguna forma) es la soledad. Pura y dura.
Pero además, antes de llegar a eso hay una muy interesante fase en la cual el que mira al mundo principalmente desde su ombligo pierde hasta el amor por sí mismo. Paradójico, ¿verdad? Y lo digo porque observo a menudo la extendida pero equivocada creencia de que el egoísmo es sinónimo de auto amor y, desde mi humilde punto de vista, creo que la idea no puede ser más errónea. Y es que resulta que amamos a los demás en función de lo que nos amamos a nosotros mismos. Por ende, el egoísta comienza pensando que la “caridad empieza por uno mismo”, pero estira tanto la idea que acaba irónicamente sumido en un pozo de desamor y animadversión interior. Supongo que la pobre visión de sí mismo le vuelve frustrado, vacío y acaparador. De ahí el nacimiento de su egoísmo.
Este sentimiento no es más que una parodia del amor. Una burla, una pobre caricatura de éste. Pero están tan extendidos algunos falsos mitos que parecen imposibles de romper. Un día oí que a fuerza de repetir una idea, ésta se hace verdad, aunque no lo sea. Así es el mundo que habitamos, increíble. Creo que sólo se ama a sí misma la persona que es capaz de hacerlo de forma generosa y productiva. Así que, en un intento de compartir mi verdad, repetiré la generosidad como idea hasta grabarla en nuestras mentes.