¿Amor para siempre?
En una interesante conversación con un paciente me di cuenta que hay cosas que van a costar mucho que cambien en la mente colectiva. Resulta que hay ideas que están grabadas a fuego en la psique humana de tal forma que son imposibles de borrar o al menos, muy difícil de modificar. Ideas que en realidad sólo nos perjudican y nos hacen más daño. Y es que, según veo, me parece que son demasiados los que opinan que la vida no genera ya bastantes sinsabores cotidianos, que supongo que tienen que contribuir individualmente a la destrucción personal autoboicoteándose de alguna manera. Y qué mejor terreno que el amor para sabotearse. Presenta todos los ingredientes necesarios y algunos extras para añadir a la carta: eternidad, drama, arrebato, delirio, pasión... En fin, un inagotable sinfín de venturas y desventuras. Todo un credo para los que crean.
Así que, como decía, me habían hecho reflexionar estos días sobre una idea. Una muy potente y muy concreta: la idea del amor eterno, ese que dicen por ahí que dura para siempre. Y es que en consulta me doy cuenta de que en realidad muchos están enamorados no de otras personas, ni siquiera de ellos mismos, sino de la idea en sí del amor. Poderoso concepto. Demasiado, diría yo. Tanto que ha llevado a muchas más mentes de las deseables a enfermar.
Así pues, a fuerza de trabajarlas, la mía propia la primera, me doy cuenta de su singularidad y de la enorme importancia del factor cultura en nuestra especie. Vivimos en un mundo completamente marcado por el fracaso y por el triunfo, por un tremendo miedo a la soledad y al qué dirán, además de poseer una fuerte tendencia a no aceptar la realidad tal como irremediablemente es.
Así las cosas, con respecto al amor eterno, me sobrevino la siguiente cadena de pensamientos: si una persona, para su constante y deseable evolución, debe estar en transformación perenne, ¿cómo es posible plantearse un amor que evolucione exactamente al mismo tiempo?, ¿un amor que comparta las mismas etapas en las que tu propio interior se supone debe estar trabajando para conseguir dicha transformación personal? Si hacemos cambios constantes en nuestro interior de un mes para otro, de una semana para otra, de un simple día para otro, ¿cómo es posible plantearnos nuestra existencia al lado de una misma persona para toda la vida? ¿Acaso somos los mismos “aeternum”? Ya contesto yo, indiscutiblemente no.
Y que conste que con esto no pretendo hacer apología de la separación, ni mucho menos del divorcio, ni tampoco pretendo echar más leña al fuego de la que ya hay en los problemas de parejas actuales. Para nada. En realidad, lo único que pretendo es obtener algo de luz o tal vez servir de guía en el camino a seguir hasta implicaciones más caviladas que las mías. Quizá el error estribe en asumir que todo el mundo pretende dicha evolución personal, en traspasar sus propios límites y avanzar en el desarrollo hasta conseguir una personalidad más fuerte y empoderada mentalmente. Todo ello sin olvidar además que los sentimientos son (o deben ser) totalmente libres, surgen como, cuando y donde surgen y sin previo aviso. Supongo que ahí radica su encanto, aunque te hagan polvo en cierta forma.
Para mí, la solución a este tipo de planteamientos pasa por entender dos puntos básicos en esto del amor; primero no considerarlo como un proyecto personal compuesto de fines y metas individuales que hay que lograr sea como sea y a toda costa. Y segundo, tratar de entender el amor como un viaje en el que existen distintas fases y en el cual lo que verdaderamente se impone es disfrutar cada uno de los momentos que componen dicho proceso. Y por supuesto mientras dure, sin objetivos ni metas ni fines personales más allá del enriquecimiento y el bienestar mutuo. De otro modo, no tiene sentido.
Jurar amor eterno es imposible. El futuro es completamente impredecible y la propia evolución personal así nos delimita. Y aunque tuviéramos el más absoluto control de nuestras emociones, en ningún caso las tenemos sobre las de la persona amada. Lo ideal no es asegurar amor eterno, sino el deseo propio de que esto sea así. Por ello sé generoso y sincero en tus emociones, contigo mismo y con el otro. Nada será más beneficioso en tu relación que la pureza de la honestidad.