De padres e hijos
El humano sólo aprende por imitación, eso está claro, y al principio de nuestro largo camino, los hijos sólo vemos a través de los ojos de nuestros padres. Son nuestros guías, nuestros mejores maestros. La incidencia en nosotros es tal que seguramente, en nuestros años más avanzados incluso nos encontremos irónicamente actuando de la misma forma que ellos habrían hecho, o peor aún, repitiendo sus mismas palabras, esas que juramos que nunca diríamos.
Los padres no traen un manual de instrucciones, aunque los hijos tampoco, pero siempre se hace todo bajo el prisma del más absoluto cariño, desde el prisma del amor incondicional. Observándoles, los hijos establecemos no sólo las primeras conexiones acerca de cómo va esto del mundo, sino también, y creo que más importante, quiénes seremos y qué papel desarrollaremos a lo largo de la vida.
Todos nacemos con una personalidad y una forma de ser únicas y aunque si bien es cierto que aquí la genética tiene mucho que ver, también lo es el hecho de que los padres pueden intervenir, y mucho, en la relación que construirán con los hijos a lo largo de sus vidas. Pero aquí el punto es que esta relación no fluye en sentido único, sino de manera bidireccional, ya que los hijos harán que los padres también cambien su forma de entender el mundo para siempre.
Y es que los hijos también enseñan. Y bastante. Primero porque nadie lo sabe absolutamente todo y las experiencias que la vida ofrece a cada ser son únicas para cada uno de nosotros. Con lo cual, muchas veces los hijos pasan por situaciones que los padres pueden no haber vivido. Y segundo porque, con la más absoluta sencillez y naturalidad, a menudo los hijos dan lecciones ejemplares sobre los sentimientos y las emociones. Ellos muestran continuamente cómo experimentar sin miedo, con la espontaneidad y la franqueza de unos ojos nuevos. Quién los tuviera… a muchos no les vendrían nada mal.
Esta relación recíproca y para toda la vida es sin duda una de las más reveladoras de toda una existencia humana. Saber desempeñar los roles adecuados, la importancia del ejemplo, la facilidad de palabra y el saber hacerse entender, la transmisión de valores, saber guiar y mediar con la mejor de las perspectivas posibles, la capacidad de contención para resolver desde la calma o aprender a gestionar los estados emocionales en la relación padres-hijos es todo un reto, y esto sólo por citar algunas cuestiones básicas en el eterno tándem. La cosa puede ser incluso mucho más complicada.
La influencia de los padres sobre los hijos y viceversa es un proceso delicado, sutil y etéreo. Una relación constante y continua donde cada uno se descubre a sí mismo mediante un vínculo de lealtad, de gratitud y de incondicionalidad. A veces puede resultar muy duro. De hecho lo es. Y es que nadie dijo que fuera fácil, pero cuando surge la conexión verdadera y auténtica entre ambos, parece que todo esfuerzo haya merecido sobradamente la pena.
Por eso, ahora que puedes, ya seas padre o hijo, comparte todo el tiempo que tengas con él, ábrete y exprésale todo lo que siempre pensaste acerca de la vida y de las cosas que te han sucedido o te están sucediendo en este preciso instante y hazlo sin miedo al qué pensará; abraza mucho, hazte querer y déjate querer también; hazlo fácil y verás que se convierte en divertido al mismo tiempo; perdona y olvida, que el tiempo pasa muy rápido y el amor es mucho más importante que el resentimiento o el rencor; vive el presente, aquí y ahora y no se te olvide dónde estás y con quién estás; haz las cosas con ganas, con verdadero sentimiento; entrega y confía, pues siempre estaréis y siempre seréis el uno para el otro.