La meditación no es controlar los pensamientos
Quien se inicia en la meditación piensa que meditar es esforzarse para no pensar en nada y que la mente quede en blanco, como si la meditación fuera un combate interior donde tratamos de controlar la mente. Esto es considerar a la mente nuestro enemigo, y esta es la raíz de la contradicción y el sufrimiento. La meditación no es controlar los pensamientos.
Bajo esta falsa premisa, creemos que alcanzaremos la paz cuando logremos vencer a la mente. Sin embargo, sentir el deber de luchar y vencerla nos mantiene en el malestar. Si hacemos una pausa para percibir cómo nos sentimos, veremos que el intento de controlar drena nuestra energía. Aunque el esfuerzo pueda dar beneficios como aumentar la capacidad de concentración y aprender a apaciguar las emociones, meditar con este enfoque conduce a la frustración, ya que no se obtiene una paz duradera.
Te invito ahora a cerrar los ojos y observar cómo está sucediendo la respiración en este momento, no trates de controlar nada. Simplemente, crea un espacio para observar las sensaciones corporales. ¿Qué estás sintiendo? ¿Oyes algún sonido? ¿Sientes alguna tensión en el cuerpo? ¿Te viene algún pensamiento? No trates de intervenir en la experiencia. No la manipules. No busques un estado en concreto. Comprueba si eres tú quién está forzando el movimiento de la respiración o si el cuerpo lo lleva a cabo de forma natural y sin esfuerzo por tu parte.
Al principio, si no eres un meditador experimentado, puede que al tomar conciencia de la respiración sientas la necesidad de forzarla, como si el cuerpo no supiera llevar a cabo el proceso sin ti. Pero con la práctica es posible que pronto aprendas a encontrar en ti este espacio desde donde observamos de un modo más desidentificado, y descubras así a la respiración funcionando a su propio ritmo.
Si observo mi respiración, me hago consciente de cómo sucede, cómo el movimiento se da por sí solo. No intervengo en ello y no fuerzo la respiración. ¿Te has dado cuenta de que la respiración puede funcionar por sí sola? ¿Y de que funciona incluso mejor cuando aprendes a observarla sin intervenir?
Si en la meditación está presente la sensación de que puedes manipular o intervenir en aquello que es observado, la calidad de la observación es menor. El intento de control determina que la observación de la respiración (o de cualquier otra cosa que se esté observando) pierda pureza. A medida que la observación de la respiración se va volviendo más pura (ver sin intervenir), la respiración va cambiando, sus exhalaciones son ahora más profundas y alargadas.
Esto favorece que el cuerpo se vaya relajando. La mente se aquieta y se serena de un modo natural. No hay nadie luchando, ni tratando de controlar nada. Solo un presenciar desidentificado favorece la sintonización del cuerpo-mente con nuestra verdadera naturaleza. La sensación de control se va perdiendo en esta profundidad que percibe libre. El ego, que no es más que esa sensación de control, se va diluyendo en esta observación cada vez más pura, más interiorizada.
Hay dos formas de modificar la respiración. Una es interviniendo en ella y controlándola directamente y otra es observándola de un modo consciente desde donde ella va cambiando por sí sola. Cuando no intervenimos directamente, el cambio es una consecuencia que se deriva del mayor nivel de consciencia al posicionarnos en un espacio que observa desde una nueva profundidad.
Esta enseñanza es válida para la respiración, para todos los demás procesos funcionales y para todos los aspectos de la vida. Podemos empezar aprovechando la meditación para ir descubriendo el espacio de libertad desde donde observamos el movimiento de la respiración, y este darnos cuenta de nosotros mismos libres de lo observado, irá favoreciendo de un modo natural una vida más fluida y armoniosa.
A medida que este conocerse a uno mismo como libertad se va activando, meditación tras meditación, la sensación de que debemos controlar, de que debemos esforzarnos para estar bien o estar en paz, se va disolviendo. Así nos vamos liberando de la angustiosa sensación de que las cosas deberían ser distintas a como son para poder ser plenamente feliz, dejando que la vida fluya.
Meditar no es controlar el pensamiento, sino que es descubrir y mantenerse en este espacio de libertad que observa sin intervenir en lo que sucede y comprobar con alivio que todo va cambiando y sucede mejor cuando es presenciado desde aquí.