¿TE TOMAS EN SERIO TU CRECIMIENTO PERSONAL?
En el Camino de la Espiritualidad y el del Crecimiento Personal –que son el mismo Camino-, no debemos descansar ni un solo momento si pretendemos que nos lleven hasta donde queremos llegar.
Cuando no estemos pensando conscientemente en Crecer sería bueno hacerlo por lo menos de un modo inconsciente, teniendo a nuestro Maestro Interior, a nuestro Guía, a Dios, o a quien creamos conveniente, trabajando en ello de un modo constante.
Los caminos requieren pasos para ser recorridos. Sin ellos, uno se queda estancado siempre en el mismo sitio, y no avanza.
Y cuando uno siente la llamada hacia ese Camino, es mejor dedicarle el tiempo y la atención que requiere –dar los pasos-, porque es uno mismo el beneficiado por lo que se vaya avanzando, y es un Camino que conviene comenzar a recorrer sin pausa para disfrutar lo antes posible del propio Camino y de lo que se encuentra al final.
Fuera ya de la metáfora, se dice que la plenitud sólo se consigue cuando uno se siente realizado en diferentes aspectos de su vida: sentimental, laboral, económico, espiritual… ¿o tal vez no?
Hay personas que se sienten plenamente satisfechas con haber alcanzado uno solo de ellos, y lo magnifican para que acalle las reclamaciones de los otros. Pero eso sólo puede acallar temporalmente. En el interior sigue bullendo la reclamación de que es el Camino Espiritual –el del Crecimiento Personal- el que realmente confiere una plenitud total y el que llega más allá que los otros logros.
Quien de verdad se siente identificado con su petición de Crecer, está agradablemente condenado a no encontrar la paz plena mientras no atienda esa necesidad esencial.
Siempre sentirá una inquietud que necesitará calmar, porque esa parte que está más allá de lo mundano no cesa de reclamar atención. Afortunadamente.
Parece ser que venimos al mundo a realizarnos –convertirnos en la realidad que somos- como personas íntegras y completas; no venimos a ser millonarios, a tener mil amores, o solamente a gastar los días de la vida en distracciones que no aportan nada más allá de la ocupación del tiempo.
Esas son cosas muy satisfactorias para el ego, y les aportan satisfacciones a nuestro cuerpo y nuestra mente, pero no al alma, que es, a fin de cuentas, quien emite el juicio sereno y atinado sobre el concepto que tenemos de nosotros mismos y quien hace la comparativa entre la vida que estamos llevando y la que sabemos que sería mejor llevar.
La dedicación a ello del máximo posible de minutos de nuestra vida podría ser una buena decisión.
Pero no es necesario renunciar a los deberes y las cosas de la vida y la tierra, ni a los placeres, ni mortificarnos, ni convertirnos en anacoretas, ni retirarnos con los monjes Tibetanos.
Podemos, y debemos, seguir en la vida cotidiana con los asuntos cotidianos, pero podemos tomar más consciencia de todos ellos, y estar atentos también a la respiración, a las emociones, a los pensamientos, a darnos cuenta de algo tan elemental y grandioso como es sentir que estamos aquí y estamos vivos, y apreciar que no somos el que actúa sino el que se da cuenta de todo ello.
Esto es lo mínimo, que no es poco.
Además, es interesante dedicar a ello una reflexión más amplia -al despertarse o al acostarse-, o una aplicación aún más intensa en los momentos de ocio o los fines de semana.
Esto que te he contado es la teoría y lo correcto.
La realidad suele ser otra.
Tenemos tantos asuntos que resolver en la vida -que además nos exigen mucha atención o son urgentes-, y tantas distracciones externas o auto-provocadas, que parece que atendernos a nosotros es un asunto que puede esperar (parece que tenemos tanta vida por delante que un día más o menos no va a importar…), y lo vamos aplazando de un día para otro; parece que inconscientemente esperásemos, para poder “atendernos”, el milagro de un momento mejor que no sabemos cuándo o de dónde van a venir.
La constancia es importante.
Cada día un minuto, dos minutos, un pensamiento, una reflexión…por lo menos.
Ese ha de ser el propósito.
Y es imprescindible tener el coraje de hacerse las preguntas duras, las difíciles, las que tratamos de evitar, las que nos pueden hacer queda mal ante nosotros mismos.
En el Camino Espiritual jamás debe uno engañarse a sí mismo. Esa sería la mayor traición y la forma menos afortunada de aprender.
Conviene revisarse en todas las facetas, incluidas aquellas en las que sabemos o intuimos que aún no somos como nos gustaría ser.
Conviene reflexionar sobre esta idea que aparenta ser la más expresiva manifestación del egoísmo, pero que es una gran realidad: cada uno es el principal motivo de su vida.
Estamos aquí para hacer de nuestra vida una dicha y de nuestra persona un Ser honrado del que nos sintamos orgullosos.
También estamos para ayudar a los demás, pero después de habernos ayudado a nosotros. Y que no se entienda esto mal.
Atenderse a uno mismo, convertirse en la realidad que uno es en potencia, sólo va a beneficiar a los demás y a nuestra relación con ellos.
Podemos ser generosos con lo otros y podemos ser cariñosos, pero eso no es suficiente. Aún podemos dar más.
Sólo si somos capaces de amarnos plenamente seremos capaces de amar plenamente a los otros. La verdadera generosidad hacia los otros es una extensión de la misma generosidad que seamos capaces de aplicarnos a nosotros mismos.
Otro tipo de amor y otra generosidad no serán sino malas copias de lo auténtico.
Dedicar el tiempo a cumplir la misión de desarrollar nuestra plenitud es la mejor inversión: en nuestra propia vida.
Prestar atención y dedicación continua a la Espiritualidad y el Crecimiento Personal nos aporta cambios de los que todos, nosotros y los demás, vamos a salir beneficiados.
Te dejo con tus reflexiones…
(Francisco de Sales)