Da para muchísimo. Podemos decir que a mayor nivel de desarrollo, mayor complejidad, y mayor posibilidad de pérdida de equilibrio, de desajuste en algún nivel. También, más dificultades para ser feliz.
Los niños, por esto mismo, lo tienen más fácil para disfrutar del ahora y de la sencillez de las pequeñas grandes cosas.
El riesgo aquí, al darnos cuenta de esto, está en caer en el error de pensar que lo que tenemos que conseguir es volver a ese nivel de consciencia infantil, cosa imposible por otro lado. Ken Wilber hace tiempo, y hablando más concretamente de espiritualidad, lo llamó la falacia pre - trans, que es la que se produce al confundir los dominios pre-personales con los trans-personales, o hacer una reducción de ambos. La consciencia del niño se asemeja en ciertos elementos a la de, digamos, un meditador avanzado. La percepción de la realidad, y por consiguiente la sensación de felicidad están más a su alcance, pero el niño aún tiene que convertirse en persona, mientras que el meditador avanzado, el maestro o yogi, ya lo han hecho, pero han conseguido trascenderlo (sin dejar de serlo).
Por todo esto consider que la felicidad que podemos alcanzar los adultos necesariamente puede ser más compleja y profunda que la de un niño. Ojo, no mejor o más auténtica, sino simplemente con más niveles.
Saludos.
(Iñaki, psicólogo en Paideia)