Creo que se trata de estrategias diferentes para negar el dolor. Para negar el dolor por la pérdida de Notre Dame estamos dispuestos a pagar millones para reconstruirla, para negar el dolor que nos produce el hambre en el mundo, mejor no mirar.
Creo que una pregunta que todos nos podríamos hacer es que precio pagamos en nuestro día a día para evitar el dolor, para negar nuestras pérdidas en lugar de llorarlas. Nuestra cultura nos enseña a correr a llenar los vacíos apenas se generan, y los medios de comunicación nos muestran Notre Dame ardiendo como algo propio, mientras que el hambre en África es algo lejano y ajeno. Eso es el tercer mundo, mientras que nosotros pertenecemos al primero. Y son los valores del primer mundo, los valores que representa Notre Dame, los que mantienen el hambre lejos de este mundo (o ese es el discurso oficial). Porque mi desarrollo tecnológico y mi poder económico me acercan cada día más a una vida sin dolor, donde todo sea sustituible y nada perecedero, un mundo sin muerte.
A algunos le puede parecer una utopía. Sin embargo, a mi me parece que el precio a pagar es demasiado alto, pues parece que en este proceso vamos perdiendo la capacidad de amar a nuestros semejantes o a nuestro planeta. Sin dolor no hay compasión, si no permitimos que nos duelan nuestras pérdidas no podremos empatizar con el dolor de los demás.