Intestino y cerebro (2 cerebros en nuestro cuerpo)
El cuerpo humano tiene dos cerebros. Uno está en la cabeza; el otro, en el intestino. La relación entre ambos es evidente. “Cualquier persona que haya sentido un hormigueo en el estómago antes de hablar en público o que haya tenido una diarrea súbita justo antes de un examen conoce la acción dual de sus cerebros”, explica el dr. M. Gershon, especialista en la nueva ciencia de la neurogastroenterología y autor de “El segundo cerebro”. “Esa conexión explica muchos trastornos – añade– . Ansiedad, depresión, úlceras, enfermedad de Parkinson, colon irritable, enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa… son patologías que reúnen síntomas cerebrales e intestinales”.
Los propios tratamientos que se aplican a uno de los cerebros afecta al otro. Es el caso de los antidepresivos, que provocan molestias gástricas en el 25% de los pacientes que los toman. A su vez, las mariposas en el estómago se deben a un aumento súbito de hormonas del estrés (que se da en situaciones que se conocen como de “lucha o huida”). “El cerebro intestinal (lo que conocemos como sistema nervioso entérico) almacena en sus redes nerviosas una variedad de programas que utiliza dependiendo del momento en que se encuentra el proceso digestivo”.
Dos órganos semejantes
Para empezar a entender por qué, como siempre se ha dicho, “sentimos con las tripas”, basta con explicar que el intestino utiliza los mismos neurotransmisores que el cerebro. Mucha gente sabe ya que la serotonina es un neurotransmisor implicado en las sensaciones de bienestar (de ahí el éxito de Prozac, que aumenta los niveles de serotonina disponible en el cerebro). Pues bien, el 95% de la serotonina humana se encuentra en el intestino, donde actúa como neurotransmisor, mecanismo de señales e intercambiador de información entre el cerebro “superior” y el “inferior”. “La pared intestinal tiene al menos siete tipos de receptores de serotonina, –explica Gershon–. Esos receptores se comunican con células del sistema nervioso para desencadenar el flujo de enzimas digestivas o iniciar movimientos intestinales”.
Ahora se sabe que la serotonina tiene también que ver con un debilitante trastorno intestinal: el síndrome de colon irritable (SCI), que conlleva inflamación intestinal crónica y que produce dolores abdominales, gases y episodios de diarrea y/o estreñimiento. La prueba: los nuevos fármacos que actúan en la serotonina –una especie de “antidepresivos intestinales”– han demostrado eficacia en patologías crónicas del intestino.
Estrés e intestino tienen conexiones realmente intensas. “Si pones a un ratón en una plataforma rodeada de agua (algo muy estresante para una rata), la rata desarrollará diarrea”, explica el dr. Gershon. “Si las diarreas se repiten, su pared intestinal se inflamará y deteriorará, y dejará de absorber nutrientes debidamente”. Hasta un pasado estresante cuenta. En un estudio reciente, el 70% de los pacientes tratados por trastornos intestinales crónicos habían experimentado traumas durante la infancia (divorcio o muerte de uno de los padres, situaciones de maltrato...).
Alimentación y salud
Sin duda, lo que es bueno para un cerebro es bueno para el otro. En un experimento, los expertos añadieron polvos con probióticos al agua de bebida de un grupo de ratas. Otro grupo recibió agua sin estos productos. A los siete días, los expertos sometieron a todas a situaciones de estrés. Comprobaron que las que no habían tomado el suplemento tenían bacterias patógenas adheridas a las paredes intestinales y los ganglios linfáticos vecinos. En cambio, eso no ocurría en las que habían tomado el agua con probióticos. En éstas, eran los probióticos –no las bacterias patógenas– los que se habían adherido a las paredes intestinales. La conclusión: que las bacterias beneficiosas (en cantidades suficientes) ganan la batalla a las patógenas a la hora de instalarse en la pared intestinal.
Los humanos llevamos siglos, posiblemente milenios, consumiendo probióticos y comprobando sus beneficios sin que, hasta el siglo pasado, supiéramos por qué se producen. De hecho, estas bacterias “amigas” han estado siempre presentes en alimentos fermentados como el chucrut, el kéfir y en lácteos con cultivos de bacterias como el yogur... alimentos tradicionales en muchos países europeos y del Oriente Medio. “El primer científico que explicó cómo actuaban los probióticos fue Eli Metchnikoff (premio Nobel en 1907), cuando difundió la teoría de que el colon contiene bacterias putrefactas y que consumiendo leche fermentada es posible mejorar la salud general y prolongar la vida”, explica el dr. Pérez León. “Hoy sabemos que más de 400 especies de bacterias (buenas y malas) habitan nuestro tracto intestinal y trabajan en armonía para el mantenimiento de la salud; si ese equilibrio se altera, todo el organismo se resiente”. Al igual que el dr. Pérez León, cada vez más médicos naturópatas utilizan los probióticos en todo tipo de patologías (desde artritis reumatoide a obesidad, pasando por eccema y migrañas).
Estresado e inflamado
- En situaciones de estrés crónico, la barrera entre el interior del intestino (donde se digieren los alimentos) y el exterior del mismo se rompe, y pueden producirse “fugas” del contenido intestinal.
- Al detectar sustancias extrañas que no deberían estar allí, el cerebro “superior” da la alarma al sistema de defensas y pone a trabajar a los mastocitos del intestino.
- Estas células inmunitarias liberan histaminas y otros agentes inflamatorios que movilizan el sistema nervioso entérico y generan diarrea. Su objetivo es muy claro: expulsar del organismo a los supuestos “intrusos”.
- Un intestino crónicamente estresado e inflamado propicia la aparición de no pocos trastornos intestinales y está relacionado con un mayor riesgo de cáncer de colon.