El camino desde el tener al ser
Vivimos una cultura que impregnado nuestro pensamiento y sentido de vida con el afán de poseer, de tener, convirtiendo cualquier aspecto de nuestra existencia en un objeto que poseer, desnaturalizando la mayor parte de la vida. Renunciando al concepto de utilidad, que los verdaderos objetos, poseen en su naturaleza intrínseca, bajo la premisa de poseer, como concepto de acumulación, muestra de nuestra prosperidad.
Y es éste aspecto de la posesión, lo que contribuye a la insatisfacción y el renunciar a la paz interior, debido a que la acumulación de posesiones nos entierra tras un sinfín de objetos consumidos, dificultando el cultivo de nuestra esencial, y atrayendo miedos e inseguridades, al sentir la amenaza de la pérdida, o permitir que la envidia nos consuma. Además de nunca alcanzar la satisfacción por alcanzar todos los deseos, sino que siempre se está en permanente búsqueda de nuevas posesiones, mientras nos esforzamos en mantener las que se tiene, aunque no las utilicemos.
Es convertir la vida en dos fuerzas intrínsecas a la actitud posesiva, una para mantener lo poseído, y otra en la conquista de nuevas posesiones. Un desgaste energético, que nos convierte en objeto de los deseos, los cuales nunca podemos satisfacer en su totalidad, puesto que siempre habrá nuevos deseos de posesión, al identificarse con los objetos que se desean. De ahí que desnaturalicemos la existencia humana, y todas sus facetas.
La actitud posesiva
La actitud posesiva, confundiendo el bienestar con las posesiones logradas, transforma a las personas en posesiones, objetos que podemos usar a nuestro antojo, mediante un proceso de cosificación, que se inicia mermando nuestra capacidad empática, dado que se entiende las relaciones como un contrato comercial al servicio de los deseos personales. Deseos que surgen de las innumerables necesidades que se crean artificialmente, y que interiorizamos como parte de una felicidad irreal.
En este proceso la vida comienza a percibirse como ajena a nuestra naturaleza, y por lo tanto subordinada a nuestros caprichos, camuflados como derechos o necesidades, siendo necesario para ello renunciar a nuestra esencia natural, y a nuestra integración en la naturaleza. Es el momento en el cual construimos personalidades rígidas, máscaras posesivas que cercena gran parte de nuestro ser, generando así momentos de sufrimiento, cuando esta es amenazada por el exterior, o percibimos contradicciones internas.
Se entrega nuestra seguridad a las influencias externas, como exigencia de las necesidades que brotan regadas por el imperio de la posesión, y ante la incertidumbre de la vida, la respuesta es un insaciable deseo de acumular posesiones, en ciclo insaciable que prosigue nuestra debilitación, reduciéndonos a una construcción de personalidad reducida, dependiendo de los deseos y las influencias externas.
La posesividad no sólo ante lo material
Pero las posesiones, como se apuntaba anteriormente, no sólo se refiere a los objetos cotidianos, sino que comenzamos una mentalidad mediante la cual todo lo que vivimos es objeto de posesión, así consideramos que los hijos son nuestros, o la esposa, o la naturaleza, o amistades, y por lo tanto establecemos relaciones en función de lo que nos puede ofrecer, y si en algún momento sentimos que no ha cumplido con la exigencia propia, lo desechamos, descalificando su presencia, alentados por la merma de la empatía, que impide comprender, debido a que el acto de tener no supone comprender las necesidades de la otra persona, sino que se centra en satisfacer inmediatamente los deseos que sentimos, evitando cuanto antes los momentos de insatisfacción, sin ser consciente que en la vida es imposible lograr todos los deseos que nuestra mente impongan, siendo el alimento de la insatisfacción, y el sufrimiento, que se manifiesta en ira o depresiones.
Este panorama descrito es fuente de dolor, de infelicidad, porque aunque descubramos técnicas que mejoran nuestra calidad de vida, y las apliquemos, si no atacamos la raíz de nuestra insatisfacción, volveremos a actuar desde el consumir, es decir, desde la posesión, la acumulación que enmascaran la insatisfacción. Sucede esto porque la posesión desvía la atención del verdadero origen, que se oculta en nuestro interior, lo que no permite mirar dentro de uno, buscando las soluciones en el escaparate que es la vida para una mente ocupada por satisfacer necesidades creadas.
Cuando comenzamos a ver nuestro reflejo, abriéndonos al vacío que se siente y cuestionando la realidad que vivimos, se abren grietas en nuestra máscara, y debilitan nuestra mente posesiva, permitiendo que por ellas vaya surgiendo nuestra esencia, hasta que esta recobre su lugar en nuestro ser, así es como se comienza a ser, que conlleva aceptarnos tal cual sentimos que somos, sin necesidad de definirnos bajo una personalidad rígida, y descubriendo que las necesidades vitales son mucho menores de lo que se percibía.
¿Qué significa comenzar a "ser"?
Comenzar a "ser" conlleva la espontaneidad que conecta con el fluir de la vida, y nos conduce a la verdadera libertad, consistente en decidir como afrontamos la vida, así la seguridad que logramos alcanzar es permanente, puesto que ya no dependemos de objetos, sino de la confianza en nuestra capacidades para desarrollar nuestra existencial, de tal forma que vivamos en paz, y disfrutemos de la vida, asumiendo los momentos de dolor, y creando instantes de placer. No acumulamos nada más que experiencias, necesarias para el aprendizaje, y el desarrollo personal.
Las relaciones personales no son ya objeto de consumo, sino la vía por la cual sentir el amor en todas sus manifestaciones, recobrando nuestra inherente capacidad de empatía, de ponernos en el lugar de otras personas, lo que facilita disfrutar de relaciones sanas y plenas, basadas en la aceptación mutua, el respeto y la sinceridad. Y para que esto se dé, es primordial aceptarnos, respetarnos y ser sinceros con nosotros, valorándonos como seres capaces para vivir, y afrontar los retos de la vida.
"Ser" conlleva percibir la vida llena de oportunidades, para experimentarla en múltiples formas, mientras nos sentimos partícipe de ella, en una comunión que llena el vacío sentido por la mente posesiva. Simplificando la existencia. Lo que previene de estados depresivos, irritaciones, desánimos, y desilusiones. Permitiendo un estado de felicidad, sintiendo un bienestar personal y mejorando nuestra salud.
Ya no debemos buscar una personalidad, sino abrirnos íntimamente, y descubrir nuestra esencia, que en definitiva es lo que implica ser, dejar que se muestre nuestra esencia, que nos guíe a lo largo de nuestra existencia, descubriendo nuestros dones, y los sueños, que son los deseos más profundos y reales nuestros, aquellos que enlaza con nuestra naturaleza. De ella nace quienes somos, y ella nos provee de lo que necesitamos para vivir. Nuestras emociones, nuestra creatividad, nuestra humanidad.