El miedo se aprende y desaprende
Una de las mayores pesadillas para cualquier persona es ser rechazada por sus semejantes. Es un miedo que se origina en la cuna, cuando el bebé es separado del universo que conoce, es decir, el calor, el latido y la vibración de la voz materna. Por la noche, se despierta a oscuras, sin nada de lo conocido cerca de él, y entonces llora de angustia por la pérdida de la seguridad que le da la presencia de su madre, su casa. Por si fuera poco el hecho de vivir la desintegración de la vida que conoce, los adultos le obsequiamos con atentados contra la integridad de su ser de este calibre: “duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá...”
O más extendidos los comentarios del tipo:
“Hazlo bien o no te doy esto que te gusta” No incita ni anima al niño a disfrutar de hacer las cosas que “debe” hacer, sino a evitar un castigo o una carencia.
“Si no terminas los deberes, los abuelos no te llevarán al parque”
“Cómete toda la comida o no hay postre”
“Trata bien a tus hermanos o te doy un bofetón”
La meta no está entonces en lograr algo deseable sino en evitar algo desagradable.
Todas esas amenazas llevan dentro un mensaje sin palabras, que el niño entiende con soberana claridad.
“Si no hago lo que me dice, no le gusto o no me quiere o no soy tan válido como antes; y me lo demostrará enfadándose, privándome de su cariño y de algo que que deseo.”
Miedo al rechazo
Esto genera un estado continuo de miedo al rechazo, que cada individuo aprende a gestionar en la medida de sus posibilidades y en función del entorno en el que viva. Así, unos se recluirán en mundos imaginarios como forma de evasión y escape de una realidad que ellos mismos aprenden a rechazar; otros llorarán con más rabia cada vez, en una batalla con sus padres con la esperanza de obtener de éstos una muestra de amor, o un abrazo o el premio con el que le amenazaron que perdería; otros experimentan la angustia del rechazo y la aceptan como lo que es la vida, expresando una tristeza y pesadumbre permanentes; otros se revelan a la emoción que les provoca el miedo aprendido a ser rechazados, golpeando, rompiendo y destruyendo lo que tienen a mano, en un intento de expresar lo que llevan dentro a la vez que buscan una atención hacia su persona aunque sea en forma de reprimenda.
Poco a poco el crecimiento del niño le expone a más separación pero a la vez, le da la oportunidad de experimentar la aventura del descubrimiento del mundo, y así el miedo no es el único compañero de viaje, sino que se unen a él la excitación, ilusión, alegría, diversión, etcétera, que compensan la angustia del miedo a la separación.
La valentía se aprende practicándola y viendo a otros practicarla.
El proceso de separación y aprendizaje es natural y bueno. Es una oportunidad para aprender tanto cuando somos niños, como cuando somos adultos “separadores”. El problema comienza en el momento en el que el miedo tiene el control de los pensamientos, de forma prolongada en el tiempo. Es decir, el miedo nos hace pensar, sentir y actuar de una forma determinada, y esta reacción se hace cotidiana. Si nuestros padres, amigos o profesores hacen uso de ese miedo ya sea de forma consciente o inconsciente, para lograr un propósito (educar, controlar, ejercer una dictadura emocional, etc), entonces esos pensamientos, emociones y acciones pasan al inconsciente (al modo piloto automático) y ya pensamos, sentimos y actuamos en función de nuestros miedos sin darnos cuenta de que lo hacemos así.
Gracias a esto, tenemos adultos psicóticos, taciturnos, aislados, amargados, agresivos, enfadados... Que a su vez educan de la misma manera porque es la única que conocen. Luego decimos que no nos gusta sufrir y que hacemos lo posible para evitarlo, cuando en realidad sufrir es lo que inconscientemente generamos porque nuestros miedos tienen el control de nuestra vida, y el sufrimiento nos da la oportunidad de expresar eso que somos aunque lo neguemos.
Hay otra opción
Aceptar esas conductas aprendidas, reconocerlas e integrarlas en lo que somos, para entonces poder cambiar lo que nos lleva a vivir la vida que no deseamos. Esto requiere sólo valentía y determinación.
Nos evadimos de la realidad, creando otra que la sociedad no considera válida. Observar esta manifestación de rechazo de la realidad (que puede llegar a ser una psicosis), da la posibilidad de percatarnos de lo que no funciona en la vida, del error de planteamiento al que nos han llevado nuestros miedos aprendidos. Somos seres mentales en esencia y antes que físicos, es decir el cerebro es una consecuencia de la mente y no al revés. Uno y otro son moldeables y los autores del modelo mental somos nosotros mismos, aunque en los primeros años de vida, aprendemos a modelar en función de cómo nuestros padres lo han aprendido de los suyos. Tomar consciencia de los modelos mentales que nos llevan a la evasión, la huida, al miedo al rechazo de otros y al rechazo de nuestro ser, nos capacita para asumir el control del modelaje mental; modificando las conductas que derivan de los pensamientos obsesivos, acercándonos a vivir la vida que queremos sin miedo a ser rechazados.
Esto parece difícil sólo cuando buscamos la solución con la misma forma de pensar que genera nuestros problemas, y ciertamente lo es. Sin embargo, hay otra forma de resolver nuestros problemas. Desplazando la atención del ego (esa parte de nosotros que tiene miedo) a otra parte igualmente invisible que todos somos. La parte sabia y en paz con el mundo, que llevamos años tratando de encontrar desde nuestro ego. ¿Cómo va a querer el ego encontrar otra parte de nuestro ser que puede hacerle sombra? Es cuando nos damos la oportunidad de entendernos como algo más que el ego aterrado por no ser querido, cuando somos capaces de ver el miedo y entenderlo, para después, elegir con libertad no darle el poder.
¿Dónde ponemos la atención? Porque allá donde la dirijamos, creamos. ¿Crea tu vida tu ego o lo hace tu parte sabia y en paz? ¿Cuánto tiempo dedicas a conocer tus miedos y hablar con ellos sin evitarlos?