¿Por qué la felicidad se nos resiste?
En una época de crisis como la que estamos viviendo, en la que los cambios se suceden de una manera vertiginosa y el concepto de seguridad y estabilidad se tambalea y lo que ayer era cierto, hoy se pone en duda, es más necesario que nunca practicar el desapego y la desidentificación.
Es el cambio personal lo que puede promover un cambio en la sociedad. Para ello tenemos que centrar nuestra atención sobre una pregunta clave ¿quién soy yo? De lo que respondamos a esta pregunta, dependerá en gran medida nuestra capacidad de superar un momento como el actual.
Todos buscamos la felicidad, deseamos sentirnos bien, en paz con nosotros mismos y con nuestro entorno. Pero parece que la felicidad se nos resiste. La cuestión a plantearnos es ¿dónde buscamos? Pensamos que la estabilidad laboral y económica, tener una pareja y un cierto nivel social hará que nos sintamos seguros, en armonía y satisfechos. Pero, para nuestra sorpresa, nos percatamos de que siempre nos acompaña un punto de insatisfacción, es como si nos faltara algo.
La eterna insatisfacción
En apariencia tenemos todo cuanto necesitamos, pero no es suficiente. Nos preguntamos una y otra vez qué es aquello que anhelamos, pero no solo no encontramos la respuesta sino que sentimos un regusto de incomodidad y de culpabilidad. “¿Cómo puedo sentirme mal si tengo todo cuanto necesito?” “No puedo contarle a nadie cómo me siento, porque no me van a entender. ¿Cómo puedo quejarme si hay personas que tienen menos que yo?”.
Estas preguntas y otras similares nos rondan por la cabeza, entrando en un bucle sin salida que nos genera sufrimiento.
El quid de la cuestión es que pensamos en la felicidad como algo externo a nosotros y, por lo tanto, la buscamos fuera, en la pareja, en las cosas materiales, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones... Y nada de esto nos puede dar la felicidad porque son cosas efímeras, que hoy las tenemos, pero mañana las podemos perder.
Lo que sentimos respecto a las mismas son estados mentales, el placer que nos da tener una casa bonita y cómoda, una pareja que nos ama, relaciones de amistad satisfactorias... Pero ¿qué sucede si enfermamos, si perdemos nuestro trabajo, nos quedamos sin nuestra casa o tenemos que hacer frente a cualquier otro tipo de pérdida? ¿Se nos derrumba todo nuestro mundo? ¿Nos sentimos peores personas por ello? ¿Nuestra autoestima se viene abajo?
Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas es porque nos identificamos con los estados mentales que nos produce el tener estas cosas, es decir, tenemos apego a las mismas. Pensamos que somos menos válidos como trabajadores si hemos perdido nuestro empleo cuando en realidad dicha pérdida es una circunstancia. Nosotros seguimos siendo los mismos, no valemos menos, ni somos menos capaces, profesionalmente hablando, si nos han despedido de la empresa. El sentimiento de no valía aparece si nos hemos identificado con la imagen del trabajador que somos. Pero en realidad, ¿nosotros solo somos eso?
Practicar el desapego y la desidentificación
Como decía al principio del artículo, en épocas como las que estamos viviendo, en la que los cambios se suceden de una manera vertiginosa y el concepto de seguridad y estabilidad se tambalea y lo que ayer era cierto, hoy se pone en duda, es más necesario que nunca practicar el desapego y la desidentificación.
Todos los cambios llevan aparejadas crisis personales y es nuestra responsabilidad hacer todo lo posible para tomar conciencia de qué verdades propias nos remueve la crisis socio-económica y qué es lo que nos hace resonar en nuestro interior para elaborarlo y poder salir airosos y renovados de este profundo abismo.
Es el cambio personal lo que puede promover un cambio en la sociedad.
La crisis como oportunidad de cambio
Llegados a este punto, en el que las viejas creencias y estructuras se han derrumbado, en el que sentimos que el suelo se hunde bajo nuestros pies y que no tenemos nada a lo que asirnos pues el sentimiento dominante es que hemos perdido el sentido de nuestras vidas y el vacío se instala en nuestro día a día, asistimos a lo que los terapeutas denominamos el colapso del mundo, entendido como una crisis personal profunda.
Pero lejos de ser el final de todo, como pueda parecernos, si sabemos manejarla, esta crisis es precisamente una gran oportunidad de cambio y de aprendizaje, de la que podemos salir totalmente renovados y reforzados. Para ello tenemos que centrar nuestra atención sobre una pregunta clave ¿quién soy yo?
Plantearnos esta pregunta es el primer paso para salir de la trampa en la que estamos metidos y que nos mantiene en una constante sensación de insatisfacción. Solo cuando reconocemos, aceptamos y trascendemos nuestro ego, aquel personaje con el que nos identificamos, los roles que ejercemos y que nos creemos son verdaderos, nos sentiremos verdaderamente libres, en paz y armonía con nosotros mismos, pues habremos descubierto nuestra verdadera esencia, desarrollando todo nuestro potencial y siendo conscientes de que solo somos sin necesidad de ser algo o alguien.
La atención plena, el ser conscientes de nuestro diálogo interior y de nuestras creencias limitantes, nos permitirán identificar a nuestro personaje, abrazar nuestra sombra, aquellos aspectos de nuestra personalidad que desconocemos o rechazamos pero que nos generan malestar y conocernos realmente más allá de todo cuanto mostramos.
En este sentido tanto el Análisis Transaccional como la Terapia Transpersonal nos acompaña en este viaje de autoconocimiento y de empoderamiento, haciéndonos conscientes de quienes somos realmente.