La ansiedad social
Esta tarde hay una conferencia por la que llevo varias semanas esperando para poder asistir. El problema es que tengo que salir a la calle. Mi cabeza está a mil. Me he inventado a mí mismo excusas de todo tipo para no ir; y me he autoconvencido, una y otra vez, de que no puedo quedarme en casa y que tengo que asistir. Sé que es una oportunidad única el poder escuchar a esa persona que por primera vez viene a España.
Me digo a mí mismo que vaya que, además, tengo que relacionarme con la gente, sino me voy a quedar solo. No sé muy bien qué ponerme para no llamar la atención ¿Y si es muy cutre o parece pretencioso? Ando como pollo sin cabeza por la casa y va llegando la hora de salir. Tengo que decidirme o voy a llegar tarde, y va a ser peor aparecer así, con todo el mundo mirándome.
Al final hago un esfuerzo. Venzo al miedo y salgo.
Camino rápido por la acera, voy mirando a todo el mundo tratando de encontrar algún gesto que les delate, un gesto que muestre que me están juzgando, rechazando, riéndose de mí... o simplemente ver “algo” en ellos.
Llego al andén del metro y me aparto a una esquina. No sé si sentarme en un banco, ya que hay gente sentada en él, o quedarme de pie expuesto a todo el mundo. No me gusta que la gente de la plataforma de enfrente me mire. Creo que están viendo lo nervioso que estoy. ¿Saco el libro y me pongo a leer? ¿Saco el teléfono y miro algo? Y otras preguntas dan vueltas por mi cabeza...
Llega el metro. Entro en el vagón con menos gente. No miro a nadie, aunque observo todo.
Bueno, ya estoy de camino.
De repente el metro se para en medio de un túnel y, por megafonía, el conductor nos informa que, por motivos técnicos, estaremos retenidos unos minutos. Ufff voy a llegar tarde, así que mejor me bajo en la próxima parada y regreso a casa. Pienso: seguro que es una huelga encubierta de maquinistas y estaremos más de 15 minutos parados.
Un sentimiento de frustración aparece. Otra vez no, esta vez quiero ir. Me he apuntado con tiempo para no tener excusas : ya he dado la vuelta y regresado otras veces a casa. Conozco el arrepentimiento y la culpa que posteriormente no me dejarán tranquilo.
Los vagones se ponen en movimiento en ese instante. Al llegar a mi destino me bajo y aparecen otra vez las dudas, los miedos y las autojustificaciones ¿Y si voy la próxima vez que venga? ¿Qué gente habrá? Mentalmente ya he visualizado horas antes una película, anticipándome a lo que va a pasar, la gente que irá, qué voy a hacer. Siento que llegan los sudores y la respiración se acelera.
Salgo y voy caminando en automático, como volado, nervioso. Al entrar en el espacio donde es la conferencia no quiero ver a nadie y me siento solo. Estoy rígido y el corazón va a mil.
Alguien me mira y no quiero que se acerque, aunque me encantaría sentirme tranquilo y conversar. ¿Y si piensan que soy un soberbio que no habla con nadie? ¿Y si me miran porque pensarán que hace este tipo aquí que no nos suena o no está a nuestra altura?
Comienza la charla y me relajo.
Cuando al final llega el momento de entablar un conversatorio, quiero hacer una pregunta, pero me paralizo. El corazón comienza a palpitar rápido otra vez. Dudo. Por mi cabeza aparece una nube negra diciéndome que la pregunta que voy a hacer es una estupidez y voy a quedar en ridículo, mostrando mi ignorancia. Una voz me dice que mejor me quede callado y salga rápido.
De regreso a casa voy fantaseando sobre la charla, me gusta más esa imaginería mental casi que el haber asistido. Me siento contento por poder haber salido de casa, no haber dado la vuelta esta vez, haberme sentado y asistido a toda la presentación sin salir corriendo.
Esto es un pequeño ejemplo autobiográfico de Ansiedad Social, un trastorno que padecen muchas personas. Un trastorno que yo he sufrido en silencio durante años.
¿Te está pasando o ha pasado? ¿No sabes cómo salir de ello? ¿Conoces a alguien en esta situación?
Tienes que saber que no eres el/la único/a. No estás sólo/a. Existen herramientas necesarias para que, poco a poco, vayas saliendo de esta situación y poder relacionarte de forma sana y segura. Te ayudarán a armonizar tu estado emocional y físico, de forma sencilla y natural, para que puedas disfrutar de la vida. Conocerte, aceptarte, encontrarte y transformarte en quién tú realmente eres.
Sí, es posible conseguir un estado de bienestar y superar la presión a la que nos somete la sociedad, el trabajo, la familia, o nosotros mismos...