La decepción
Si existe una emoción más dolorosa que la decepción, por favor que me la digan. Sinceramente no lo creo, y aunque siempre hay una primera vez para todo, mucho me temo que no habrá instruido que tire esa piedra.
Esta desilusión o desengaño es una emoción completamente subjetiva que se basa fundamentalmente en perspectivas y esperanzas creadas -y en muchos casos no fundadas- que tenemos acerca de una persona o de una situación. Se ve que los planes que trazamos en nuestra mente son sólo eso, planes. Y es que ya saben lo que dice el refrán: “el hombre propone, pero Dios dispone”.
Básicamente, la decepción sobreviene cuando no se ven cumplidas las expectativas que teníamos con respecto a un proyecto, con respecto a una persona, una relación o una situación determinada, sea ésta laboral, sentimental, familiar o del tipo que sea. El fallo se ve que está en asignar a esa otra parte ideas, hechos, acciones, comportamientos, etc. que sólo están en nuestra mente. También se trata de esperar que las cosas funcionen como nosotros habríamos deseado o quizás suponer e incluso dar por sentado, que los demás pudiesen actuar y reaccionar de la forma en que nosotros lo hubiéramos hecho. Y me temo muy mucho que eso es sencillamente imposible.
Aunque la decepción abarca muchos campos como he mencionado, entenderán que focalice en las personas porque al fin y al cabo, cualquier situación se genera gracias a nuestras intervenciones como actores sociales que somos. Así que, como decía, no podemos esperar que el resto se comporte y actúe como esperamos o deseamos. Cada persona es un mundo por descubrir y en realidad nunca conocemos del todo a nadie. Jamás.
El problema surge porque estimamos y apreciamos la forma en que los demás se comportan con nosotros en función de nuestras propias creencias. Así de simple. Así de sencillo. Los amigos siempre tienen que estar a tu lado, los padres tienen que ser perfectos o tu pareja siempre tiene que saber lo que piensas, son sólo algunos ejemplos. Y sinceramente, creo que ese es el error más grande que podemos cometer.
De ahí la frustración y “el chasco”, como diríamos lisa y llanamente. Pero claro, por otro lado, tener expectativas no es más que tener ilusión de que las cosas pueden suceder de una forma determinada, y muchas veces esta ilusión nos da y nos aporta el impulso necesario para seguir adelante. Y es que supongo que no se nos puede condenar por querer tener esperanzas.
Sea como sea, el caso es que el humano no puede evitar hacerse sus propias composiciones mentales acerca de las situaciones o de las personas que le rodean. Cábalas y más cábalas que no siempre acaban bien. Pero aquí viene la otra cara de la moneda. Quizás muchas veces aquellas cosas que no salen, aquellas personas que no cumplen con las expectativas que teníamos o los miles de proyectos que se frustran constantemente, no son más que señales de que nuestro camino es otro o de que la persona quizás no era la correcta.
Todo deja un aprendizaje y con eso es con lo que tenemos que quedarnos. De las decepciones no podemos sino salir más reforzados aún, sabiendo que en ellas está el verdadero crecimiento personal y mental de todo ser humano.
Nuestra existencia es caos y conflicto; sólo con nuestra implicación personal en la resolución de nuestros problemas, podremos aprender más sobre la vida y sobre nosotros mismos. Entender que lo único verdaderamente controlable son nuestras propias emociones, nuestro comportamiento y nuestro actuar. No se trata de resignarse ante la decepción, sino de abrazarla y no insistir en algo que podría generar una circunstancia aún peor para nosotros mismos. Entender que unas veces se gana y otras se pierde, pero siempre nos queda retirarnos con dignidad.