La terapia individual es ante todo un diálogo entre la persona que viene a la terapia y el terapeuta, que incluye tanto comunicación verbal, como todas las circunstancias que emergen y rodean el encuentro.
El terapeuta es un observador a la vez que participante en la sesión terapéutica, en la que en todo momento dirige su atención hacia los distintos niveles de lenguaje que manifiesta el consultante.
En primer lugar está el plano verbal, el discurso, lo que se dice, su contenido. En segundo lugar cómo se dice, el tono, la energía, la velocidad, rapidez o lentitud, dificultad o facilidad. En tercer lugar, el lenguaje corporal, gestos y microgestos, mirada, mímica con que se acompaña el discurso. En cuarto lugar, los silencios y los huecos, lo que falta, lo que no se dice, que pueden cobrar gran importancia y son pistas para el terapeuta de lo que el cliente está evitando afrontar, tratar, ver.
La observación de todos estos aspectos, la coherencia o incoherencia entre discurso y actitud, y el trabajo del terapeuta poniendo ejerciendo de espejo para que pueda ver todas estas cosas de las que con el tiempo se dará cuenta por sí mismo, es lo que hace que la terapia se convierta en una auténtico despertador, que propicia el insigth, el darse cuenta de cosas que permanecían ocultas, operando a un nivel no consciente y produciendo efectos que hasta el momento permanecían incomprensibles.
Por ello decimos que en la terapia se trabaja sobre el presente, sobre lo que está ocurriendo entre cliente y terapeuta, que es reflejo de las situaciones que aquel está viviendo en otros ámbitos de su existencia, pues la tendencia a la repetición forma parte de la manera de funcionar de todo ser humano. Para bien y para mal cada vez que aprendemos algo, esto queda registrado a nivel neuronal, lo que significa que se crea un patrón que luego volvemos recorrer cada vez que nos encontramos en situaciones parecidas a la original.
El trabajo terapéutico se basa, primero en el darse cuenta de estos patrones de repetición y después en, utilizando esta conciencia, aprender nuevas posibilidades de acción diferentes a la que se utiliza de manera automática y que no se corresponde con las necesidades presentes, esto es lo que llamamos actualización.
Las sesiones de terapia individual duran una hora. La periodicidad es semanal al comienzo del tratamiento, más tarde se revisará esta periodicidad en función de los avances y necesidad del cliente. Por la naturaleza del trabajo terapéutico no se puede determinar una duración exacta del proceso porque cada persona tiene un ritmo diferente de integración y asimilación. La experiencia muestra que los efectos beneficiosos de la terapia se empiezan a sentir a partir de la primera sesión.